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Los partidos políticos interpretan, una vez más, la realidad a su antojo

Es tiempo de componendas

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Antes se decía aquello de “y luego vendrá el tío Paco con las rebajas”, que es como una promesa de que cuando no hayamos podido alcanzar lo que esperábamos, con unos recortitos aquí, unos remienditos allá, “la cosa” (la que sea) saldrá adelante. “El tío Paco” –ese gran chapucero del inconsciente colectivo- ajustará las sisas, alargará los dobaldillos de las mangas, zurcirá algún que otro rasgón, y si el color de la prenda se muestra desvaído, lo teñirá de algún color, ora vivo ora sufridito, para que tenga un pasar... Finalmente, el hábil sastre remendón tratará de vendernos la chaquetilla a buen precio, rabajada, lustrosa y con unas coderas muy modernas que disimulen el tejido agujereado.

No es una parábola como la del naúfrago, ni un recurso traído por los pelos para representar sobre este Gran Teatro del Mundo, la tragicomedia de unos partidos políticos atrapados en su propio juego, sino una paradoja extendida casi ad infinitum de cómo la democracia es capaz, dadas las circunstancias, de fagocitarse, de engullirse a sí misma, de canibalizarse hasta el extremo de hacerse irreconocible y, lo que es peor, de perder gran parte de su operatividad. El resultado de las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo es un ejemplo de cómo un país mal gobernado desde hace más de diez años por dos partidos políticos antagónicos, PP y PSOE, que se han venido alternando en el poder desde hace más de un cuarto de siglo, puede producir una obnubilación general que lleve al electorado a aceptar “las rebajas del tío Paco” como el bálsamo de Fierabrás, un curalotodo que valga lo mismo para un roto que para un descosido.

Ortega y Gasset escribió, allá por 1913, “España es el problema; Europa, la solución” Pues bien, cuando Europa ha dejado, desde luego, de ser la solución, está claro que España continúa siendo el problema. En más de cien años hemos avanzado poquísimo en lo político y, por lo tanto, en su correlato social. Nuestros partidos “de derechas” siguien teniendo el tufillo caciquil de los tiempos en que el conde Romanones era Presidente del Gobierno, y los “de izquierdas” no se han alejado todavía de las consignas de un bolchevismo periclitado y rancio. Cualquier intento de consolidar un partido moderno, según los modelos de la Europa Occidental, está condenado al fracaso. UpyD es un ejemplo.

La hecatombe que acaba de sufrir el Partido Popular –y en menor medida la que ha afectado al PSOE- en la última consulta electoral, no es sino el preludio de algo que parece inevitable: la progresiva desaparición del bipartidismo en aras de una radicalización política de agrupaciones “nuevas” (PODEMOS y otras) que actúan como “el tío Paco con las rebajas”, dispuestas a desmantelar piedra a piedra lo que durante cuarenta años hemos construído entre todos los españoles: un país plenamente integrado en las democracias europeas.

Una vez más parece que la visceralidad, que es el grado más bajo de lo emocional, se ha impuesto sobre la razón.

El análisis de la situación que nos afecta a todos los ciudadanos por un mal gobierno ha sucumbido ante un primitivo y nada reflexivo deseo de “dar una lección” a los políticos y a los partidos que representan, los cuales nos han conducido hasta las circunstacias presentes, en las que se han concitado, como si de un aquelarre se tratara, la corrupción generalizada, el paro y la precariedad laboral, la crisis de valores, la ausencia de objetivos como sociedad y el estupor de los que no saben reaccionar ante lo que se les viene encima.

Una vez más España es el problema, aunque Europa no sea ya ni el referente y mucho menos la solución.

El sistema parlamentario, garantizado por la propia esencia de la democracia, tiene espacios en blanco, hiatos que impiden a veces su normal funcionamiento. Cuando apenas existe cohesión social tiende a atomizarse en partidos pequeños o de tamaño medio que restan fuerza al conjunto y debilitan al que, casi por azar, asuma las tareas de gobierno. Y digo “casi por azar”, ya que, con frecuencia, no es el más votado el que accede al poder, sino aquel que, merded a las componendas llevadas a cabo entre unos y otros, es elegido para ejercerlo. Es decir –siguiendo con la metáfora de los parches y los zurcidos- una amplia serie de minorias puede aupar a una candidatura que en absoluto ha ganado las elecciones. Paradoja y absurdo se dan la mano.

Y he aquí que con estos mimbres tan endebles se va construyendo la mesa donde pronto se servirá el banquete en el que los que no pensamos ni sentimos así seremos, una vez más, los convidados de piedra.

Es tiempo de componendas

Los partidos políticos interpretan, una vez más, la realidad a su antojo
Luis del Palacio
viernes, 29 de mayo de 2015, 07:55 h (CET)
Antes se decía aquello de “y luego vendrá el tío Paco con las rebajas”, que es como una promesa de que cuando no hayamos podido alcanzar lo que esperábamos, con unos recortitos aquí, unos remienditos allá, “la cosa” (la que sea) saldrá adelante. “El tío Paco” –ese gran chapucero del inconsciente colectivo- ajustará las sisas, alargará los dobaldillos de las mangas, zurcirá algún que otro rasgón, y si el color de la prenda se muestra desvaído, lo teñirá de algún color, ora vivo ora sufridito, para que tenga un pasar... Finalmente, el hábil sastre remendón tratará de vendernos la chaquetilla a buen precio, rabajada, lustrosa y con unas coderas muy modernas que disimulen el tejido agujereado.

No es una parábola como la del naúfrago, ni un recurso traído por los pelos para representar sobre este Gran Teatro del Mundo, la tragicomedia de unos partidos políticos atrapados en su propio juego, sino una paradoja extendida casi ad infinitum de cómo la democracia es capaz, dadas las circunstancias, de fagocitarse, de engullirse a sí misma, de canibalizarse hasta el extremo de hacerse irreconocible y, lo que es peor, de perder gran parte de su operatividad. El resultado de las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo es un ejemplo de cómo un país mal gobernado desde hace más de diez años por dos partidos políticos antagónicos, PP y PSOE, que se han venido alternando en el poder desde hace más de un cuarto de siglo, puede producir una obnubilación general que lleve al electorado a aceptar “las rebajas del tío Paco” como el bálsamo de Fierabrás, un curalotodo que valga lo mismo para un roto que para un descosido.

Ortega y Gasset escribió, allá por 1913, “España es el problema; Europa, la solución” Pues bien, cuando Europa ha dejado, desde luego, de ser la solución, está claro que España continúa siendo el problema. En más de cien años hemos avanzado poquísimo en lo político y, por lo tanto, en su correlato social. Nuestros partidos “de derechas” siguien teniendo el tufillo caciquil de los tiempos en que el conde Romanones era Presidente del Gobierno, y los “de izquierdas” no se han alejado todavía de las consignas de un bolchevismo periclitado y rancio. Cualquier intento de consolidar un partido moderno, según los modelos de la Europa Occidental, está condenado al fracaso. UpyD es un ejemplo.

La hecatombe que acaba de sufrir el Partido Popular –y en menor medida la que ha afectado al PSOE- en la última consulta electoral, no es sino el preludio de algo que parece inevitable: la progresiva desaparición del bipartidismo en aras de una radicalización política de agrupaciones “nuevas” (PODEMOS y otras) que actúan como “el tío Paco con las rebajas”, dispuestas a desmantelar piedra a piedra lo que durante cuarenta años hemos construído entre todos los españoles: un país plenamente integrado en las democracias europeas.

Una vez más parece que la visceralidad, que es el grado más bajo de lo emocional, se ha impuesto sobre la razón.

El análisis de la situación que nos afecta a todos los ciudadanos por un mal gobierno ha sucumbido ante un primitivo y nada reflexivo deseo de “dar una lección” a los políticos y a los partidos que representan, los cuales nos han conducido hasta las circunstacias presentes, en las que se han concitado, como si de un aquelarre se tratara, la corrupción generalizada, el paro y la precariedad laboral, la crisis de valores, la ausencia de objetivos como sociedad y el estupor de los que no saben reaccionar ante lo que se les viene encima.

Una vez más España es el problema, aunque Europa no sea ya ni el referente y mucho menos la solución.

El sistema parlamentario, garantizado por la propia esencia de la democracia, tiene espacios en blanco, hiatos que impiden a veces su normal funcionamiento. Cuando apenas existe cohesión social tiende a atomizarse en partidos pequeños o de tamaño medio que restan fuerza al conjunto y debilitan al que, casi por azar, asuma las tareas de gobierno. Y digo “casi por azar”, ya que, con frecuencia, no es el más votado el que accede al poder, sino aquel que, merded a las componendas llevadas a cabo entre unos y otros, es elegido para ejercerlo. Es decir –siguiendo con la metáfora de los parches y los zurcidos- una amplia serie de minorias puede aupar a una candidatura que en absoluto ha ganado las elecciones. Paradoja y absurdo se dan la mano.

Y he aquí que con estos mimbres tan endebles se va construyendo la mesa donde pronto se servirá el banquete en el que los que no pensamos ni sentimos así seremos, una vez más, los convidados de piedra.

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