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Algunas dudas razonables ante el 24M

Varias preguntas al aire

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Y voy y hago la primera: ¿Qué hacer cuando NINGUNO de los partidos políticos te convence; cuando sus líderes te atosigan y te parecen TODOS un atajo de charlatanes?

La respuesta obvia, la que nadie, ni tan siquiera la familia y los amigos aceptan sería: "pues no votarlos" Y la verdad es que uno acaba casándose de defender lo que parece indefendible, porque el caso es que la opción de abstenerse es vista por la mayoría con recelo y los que nos atrevemos a sugerirla hemos de caminar de puntillas ante tanto "ciudadano concienciado"… Mas ¿concienciado de qué? ¿Del deber de votar? ¿Y quién impuso esta obligación? ¿Y cuándo? Y, sobre todo, ¿por qué?

Veamos. Para algunos está claro que en esta democracia secuestrada (secuestrada, sí, mientras no se reforme la ley electoral, se elimine la maldita regla proporcional, y, por fin, el voto de cualquier ciudadano tenga el mismo valor que el de otro) hay que cumplir con "el deber y el derecho" de votar cada vez que les conviene a los políticos (véanse los casos de Susana Díaz y Artur Mas) y con ello que la ruleta no se les atranque en el número impar y rojo o par y negro. Sin la participación del sufrido ciudadano en el gran juego, se acabarían sus argumentos y, quizá, habría que poner las células grises a trabajar, ya que ¿qué sucedería si los peones se declararan en huelga en el tablero de ajedrez?

Pero la política no es un juego noble, como el ajedrez, sino más bien uno de azar con un croupier tramposo. Los dados suelen estar lastrados, las cartas marcadas.

Los ciudadanos picamos (o "pican", porque un servidor ya no, sin que por ello me las dé de listo) como cada vez que un trilero mueve los cubiletes enfrente de nuestras napias: sabemos que hay truco, pero apostamos.

El otro día un buen amigo, muy desencantado de Izquierda Unida, me llamó "antisistema" Y yo le respondí: "Quizá algo sí; aunque no veo la necesidad de quemar contenedores ni de romper escaparates".

Lejos estoy, a mi pesar, de Diógenes el Cínico, padrino de esta columna. Me atraen muchas de las anécdotas que se le atribuyen, pero especialmente una: En una ocasión acudió Alejandro Magno, movido por la curiosidad, a visitar al célebre filósofo que dormía, se dice, dentro de un tonel en uno de los arrabales de Atenas. Lo encontró caminando por un sendero polvoriento. El gran Alejandro se plantó ante él, se presentó y le preguntó: "¿Qué puedo hacer por ti?" El viejo Diógenes, alzó sus ojos cansados y le respondió: "Una cosa: apartarte porque me tapas el sol".

Los políticos siempre han buscado, generalmente con poco éxito, la complicidad de los filósofos. Sus esfuerzos por asimilarlos a este u otro régimen suelen haber sido infructuosos, entre otras razones porque los filósofos -no los sofistas- suelen ser seres libres que prefieren disfrutar de su libertad de crítica, acción y expresión a tener un jacuzzi en su jaima o el estómago bien cebado.

Hay gustos para todo y para todos y no entiendo por qué uno de los que se nos antojan más bizarros es el de no votar ¿Será que soy un mal ciudadano?

Tampoco comprendo -no soy matemático ni estadístico- por qué el "no voto" contribuye a engordar a la lista más votada. A mi profesora se le olvidó explicarlo, acaso por el hecho de que cuando iba al colegio faltaban todavía varios años para que se celebraran las primeras elecciones, el "habla pueblo, habla" y todo eso...

En fin, que no se sabe qué hacer.

¿Voto en blanco?

O quizá votar a algún partido raro; como el PIA (Partido Independiente de Arroyomolinos) que es equivalente a quedarse en IKEA y declarar la república independiente de tu casa. A fin de cuentas todo se dirime entre multinacionales y se resuelve por lo que dicten los mercados de valores, que son quienes de verdad controlan "la cosa".

Suerte, pues, y el próximo domingo acuérdense de Diógenes.

Varias preguntas al aire

Algunas dudas razonables ante el 24M
Luis del Palacio
miércoles, 20 de mayo de 2015, 21:58 h (CET)
Y voy y hago la primera: ¿Qué hacer cuando NINGUNO de los partidos políticos te convence; cuando sus líderes te atosigan y te parecen TODOS un atajo de charlatanes?

La respuesta obvia, la que nadie, ni tan siquiera la familia y los amigos aceptan sería: "pues no votarlos" Y la verdad es que uno acaba casándose de defender lo que parece indefendible, porque el caso es que la opción de abstenerse es vista por la mayoría con recelo y los que nos atrevemos a sugerirla hemos de caminar de puntillas ante tanto "ciudadano concienciado"… Mas ¿concienciado de qué? ¿Del deber de votar? ¿Y quién impuso esta obligación? ¿Y cuándo? Y, sobre todo, ¿por qué?

Veamos. Para algunos está claro que en esta democracia secuestrada (secuestrada, sí, mientras no se reforme la ley electoral, se elimine la maldita regla proporcional, y, por fin, el voto de cualquier ciudadano tenga el mismo valor que el de otro) hay que cumplir con "el deber y el derecho" de votar cada vez que les conviene a los políticos (véanse los casos de Susana Díaz y Artur Mas) y con ello que la ruleta no se les atranque en el número impar y rojo o par y negro. Sin la participación del sufrido ciudadano en el gran juego, se acabarían sus argumentos y, quizá, habría que poner las células grises a trabajar, ya que ¿qué sucedería si los peones se declararan en huelga en el tablero de ajedrez?

Pero la política no es un juego noble, como el ajedrez, sino más bien uno de azar con un croupier tramposo. Los dados suelen estar lastrados, las cartas marcadas.

Los ciudadanos picamos (o "pican", porque un servidor ya no, sin que por ello me las dé de listo) como cada vez que un trilero mueve los cubiletes enfrente de nuestras napias: sabemos que hay truco, pero apostamos.

El otro día un buen amigo, muy desencantado de Izquierda Unida, me llamó "antisistema" Y yo le respondí: "Quizá algo sí; aunque no veo la necesidad de quemar contenedores ni de romper escaparates".

Lejos estoy, a mi pesar, de Diógenes el Cínico, padrino de esta columna. Me atraen muchas de las anécdotas que se le atribuyen, pero especialmente una: En una ocasión acudió Alejandro Magno, movido por la curiosidad, a visitar al célebre filósofo que dormía, se dice, dentro de un tonel en uno de los arrabales de Atenas. Lo encontró caminando por un sendero polvoriento. El gran Alejandro se plantó ante él, se presentó y le preguntó: "¿Qué puedo hacer por ti?" El viejo Diógenes, alzó sus ojos cansados y le respondió: "Una cosa: apartarte porque me tapas el sol".

Los políticos siempre han buscado, generalmente con poco éxito, la complicidad de los filósofos. Sus esfuerzos por asimilarlos a este u otro régimen suelen haber sido infructuosos, entre otras razones porque los filósofos -no los sofistas- suelen ser seres libres que prefieren disfrutar de su libertad de crítica, acción y expresión a tener un jacuzzi en su jaima o el estómago bien cebado.

Hay gustos para todo y para todos y no entiendo por qué uno de los que se nos antojan más bizarros es el de no votar ¿Será que soy un mal ciudadano?

Tampoco comprendo -no soy matemático ni estadístico- por qué el "no voto" contribuye a engordar a la lista más votada. A mi profesora se le olvidó explicarlo, acaso por el hecho de que cuando iba al colegio faltaban todavía varios años para que se celebraran las primeras elecciones, el "habla pueblo, habla" y todo eso...

En fin, que no se sabe qué hacer.

¿Voto en blanco?

O quizá votar a algún partido raro; como el PIA (Partido Independiente de Arroyomolinos) que es equivalente a quedarse en IKEA y declarar la república independiente de tu casa. A fin de cuentas todo se dirime entre multinacionales y se resuelve por lo que dicten los mercados de valores, que son quienes de verdad controlan "la cosa".

Suerte, pues, y el próximo domingo acuérdense de Diógenes.

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