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​Si permitimos que nuestro hijo de cinco años juegue durante los cuarenta y cinco minutos de la misa del domingo a Miniom Rush, ¿de qué manera está participando?

Por favor, apaguen sus móviles. Los niños, no

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No es raro encontrar en los templos carteles en donde se nos recuerda que: «Para hablar con Dios no necesitas el móvil». Un aviso que marca una norma de actuación, al entrar en la iglesia apaga el móvil.

Incluso a veces, antes de comenzar la celebración litúrgica, se nos dice desde la epístola que comprobemos que nuestros teléfonos estén apagados.

El hecho de desconectar este dispositivo no se debe, exclusivamente, a evitar el tono de una llamada sino, también, a que durante la ceremonia no hagamos uso de él. En definitiva, eliminar toda distracción que nos impida participar activamente del, por ejemplo, sacramento de la eucaristía.

Sin embargo, tampoco es extraño ver a niños pequeños sentados en el banco junto a sus padres y jugando con el móvil. ¿La excusa? «Es la única manera de que se porte bien en misa», confiesan los papas.

El aprendizaje de un comportamiento correcto en una situación y circunstancias determinadas no conlleva el aislamiento de la persona. Precisamente es todo lo contrario. El educador tiene que hacer partícipe al aprendiz en aquella realidad que precisa una conducta concreta.

El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda en su artículo 2226 que la «educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia». Una educación que debe incluir las normas de comportamiento, también conocidas popularmente como protocolo social. Es decir, aquel conjunto de normas sociales que se deben conocer y respetar para comportarse correctamente en público.

La actitud de los fieles en la misa debe ser activa, «a misa se va a participar en el misterio de Dios», nos recuerda el papa Francisco.

Si permitimos que nuestro hijo de cinco años juegue durante los cuarenta y cinco minutos de la misa del domingo a Miniom Rush, ¿de qué manera está participando?

Los padres tenemos que encontrar una estrategia equilibrada y acorde a las circunstancias de la misa para educar a nuestros hijos en su conducta durante la ceremonia litúrgica. Para ello, podemos combinar el uso de elementos de evasión con nuestras enseñanzas.

Por ejemplo, un libro infantil es una buena opción ya que gracias a que tiene un comienzo y un final, no obliga al niño a estar indefinidamente inmerso en su lectura. De esta manera, puede volver a la realidad en la que se encuentra. Es obligación de los padres introducir con inteligencia el uso de este elemento evitando que el pequeño se pierda participar en los momentos más importantes de la misa.

Y esto lo combinamos con nuestro deber de educarles, como nos recuerda el papa Francisco: «¿Vosotros habéis visto cómo se hacen los niños la señal de la cruz? Tú no sabes qué hacen, si la señal de la cruz o un dibujo. Es necesario enseñar a los niños a hacer bien la señal de la cruz». Y no hay momento mejor para ello que en la misa, junto al resto de la comunidad a la que pertenecen por el bautismo.

Y en esta labor también puede ayudar el oficiante, como afirma el santo padre: «Cuántas veces vemos que en la homilía algunos se duermen, otros hablan o salen fuera a fumar un cigarrillo. Por esto, por favor, que sea breve, la homilía (…) no debe durar más de diez minutos, por favor».

En definitiva, la familia creyente debe ayudar y educar a todos sus miembros, independientemente de la edad, a vivir la santa misa.

Por favor, apaguen sus móviles. Los niños, no

​Si permitimos que nuestro hijo de cinco años juegue durante los cuarenta y cinco minutos de la misa del domingo a Miniom Rush, ¿de qué manera está participando?
María del Carmen Portugal Bueno
martes, 2 de marzo de 2021, 11:09 h (CET)

No es raro encontrar en los templos carteles en donde se nos recuerda que: «Para hablar con Dios no necesitas el móvil». Un aviso que marca una norma de actuación, al entrar en la iglesia apaga el móvil.

Incluso a veces, antes de comenzar la celebración litúrgica, se nos dice desde la epístola que comprobemos que nuestros teléfonos estén apagados.

El hecho de desconectar este dispositivo no se debe, exclusivamente, a evitar el tono de una llamada sino, también, a que durante la ceremonia no hagamos uso de él. En definitiva, eliminar toda distracción que nos impida participar activamente del, por ejemplo, sacramento de la eucaristía.

Sin embargo, tampoco es extraño ver a niños pequeños sentados en el banco junto a sus padres y jugando con el móvil. ¿La excusa? «Es la única manera de que se porte bien en misa», confiesan los papas.

El aprendizaje de un comportamiento correcto en una situación y circunstancias determinadas no conlleva el aislamiento de la persona. Precisamente es todo lo contrario. El educador tiene que hacer partícipe al aprendiz en aquella realidad que precisa una conducta concreta.

El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda en su artículo 2226 que la «educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia». Una educación que debe incluir las normas de comportamiento, también conocidas popularmente como protocolo social. Es decir, aquel conjunto de normas sociales que se deben conocer y respetar para comportarse correctamente en público.

La actitud de los fieles en la misa debe ser activa, «a misa se va a participar en el misterio de Dios», nos recuerda el papa Francisco.

Si permitimos que nuestro hijo de cinco años juegue durante los cuarenta y cinco minutos de la misa del domingo a Miniom Rush, ¿de qué manera está participando?

Los padres tenemos que encontrar una estrategia equilibrada y acorde a las circunstancias de la misa para educar a nuestros hijos en su conducta durante la ceremonia litúrgica. Para ello, podemos combinar el uso de elementos de evasión con nuestras enseñanzas.

Por ejemplo, un libro infantil es una buena opción ya que gracias a que tiene un comienzo y un final, no obliga al niño a estar indefinidamente inmerso en su lectura. De esta manera, puede volver a la realidad en la que se encuentra. Es obligación de los padres introducir con inteligencia el uso de este elemento evitando que el pequeño se pierda participar en los momentos más importantes de la misa.

Y esto lo combinamos con nuestro deber de educarles, como nos recuerda el papa Francisco: «¿Vosotros habéis visto cómo se hacen los niños la señal de la cruz? Tú no sabes qué hacen, si la señal de la cruz o un dibujo. Es necesario enseñar a los niños a hacer bien la señal de la cruz». Y no hay momento mejor para ello que en la misa, junto al resto de la comunidad a la que pertenecen por el bautismo.

Y en esta labor también puede ayudar el oficiante, como afirma el santo padre: «Cuántas veces vemos que en la homilía algunos se duermen, otros hablan o salen fuera a fumar un cigarrillo. Por esto, por favor, que sea breve, la homilía (…) no debe durar más de diez minutos, por favor».

En definitiva, la familia creyente debe ayudar y educar a todos sus miembros, independientemente de la edad, a vivir la santa misa.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

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