¿Es la verdad la única moral que la Moral admite?
Aquel que tiene por costumbre cumplir lo que promete, debe andarse con mucho ojo de
lo que promete y a quién se lo promete. Por eso la moderación siempre ha sido un
indicativo válido para calibrar qué hay de cierto –si lo hay- en el discurso de un político.
El candidato del Psoe a la alcaldía de Madrid, que lo sabe, y si no es así lo sospecha, se
ha apresurado a dejarlo claro cuanto antes. Ha sido ayer, durante una entrevista en la
radio, en la que Ángel Gabilondo no ha tenido reparos en aclarar que no está dispuesto a
entrar en batallas tan absurdas como insubstanciales, que lo único que hacen es extraviar
la atención de la ciudadanía sobre las cuestiones que verdadera y consecuentemente le
afectan.
El universo político está plagado de buenas intenciones, que se diluyen como un
azucarillo en el agua en cuanto quienes las ponderan acceden al ministerio de turno,
diputación o alcaldía. Eso es lo mismo que aceptar, como fidedigno, que los únicos
negocios abocados a la quiebra, como sugiere Eduardo Punset en su último libro, para
un futuro más lejano que próximo, son los dirigidos por directivos egoístas, autoritarios
y maleducados.
El divulgador científico, que no es sospechoso de ingenuidad, o esa es al menos la
impresión que uno tiene cuando le escucha abominar de todo lo que no esté corroborado
por el Método (cartesiano). Por eso lo dice con la boca pequeña, como queriendo
matizar en buena medida aquello por lo que trabajó en las primeras legislaturas. Ahí
estaba él, cuando las armas tomaron el Congreso de los Diputados un veintitrés de
febrero, agazapado como el resto de los presentes y temiendo caer abatido por una bala
de las que se perdieron por doquier aquella noche. Y todo ello, para defender una moral
cuya verdad no está del todo clara.