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Utopía pacificadora

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La paz mentada a diario, a cualquier hora, nunca la vemos en terrenos llanos diáfanos, siempre a través de quebradas cubiertas de maleza, alambradas y DIFICULTADES. O acaso sólo nos enteramos de los problemas, de los trastornos sobrellevados por quienes transitamos por el mundo. Algo falla en este concepto que no acabamos de ver plasmado en la realidad, por planteamientos equivocados, por exceso de aspiraciones, por desconocimiento de las personas como entes particulares y como componentes de la sociedad.; por todo ello y quizá muchas otras circunstancias. Será posible también que el ansia de paz no sea tan preponderante como pensábamos, sobre todo ante la profusión de los egoismos de diverso cuño.

Tenemos muy presente la presencia del MAL RADICAL arraigado en cada persona; es una parte constituyente de largo alcance, con apariciones esporádicas o muy continuadas, según los casos. Su apaciguamiento forma parte de las opciones puestas en juego por cada persona; aunque la capacidad distintiva no es automática, dada la complejidad de los sentimientos. Sobre todo, cuando alienta el fanatismo ciego para los razonamientos y el desprecio hacia las demás personas. Mientras pasa desapercibido, favorece las maniobras de los peor intencionados, que actuan en las sombras. Atizado por un sinfín de estímulos, el rescoldo de ese mal reaviva su fuego; favorecido por los descuidos generalizados.

Constituyen legión los teorizantes sobre el mal, en un difícil abordaje de la cuestión, insoluble donde las haya; que nos asedia desde el origen de los tiempos. Ni tan siquiera logran una definición concisa del asunto. Desde las intenciones a las consecuencias, existen todas las VARIABLES. Hasta las buenas intenciones enredan sus actuaciones de manera incongruente si las dejamos abandonadas a las influencias ambientales. El mal estará presente en cualquier proyecto de paz, en franco desafío o solapado; con su presencia entendemos la imposibilidad de una paz duradera. Ahora bien, ¿Cómo tener en cuenta dicha influencia malévola sin la renuncia a la pacificación progresiva? Sólo si cultivamos los recursos que sirven de contrapeso, no hay otra.

Algunos estudiosos relacionan el aumento de las revueltas sociales con modificaciones cósmicas y climáticas. En torno al 1600, establecen la relación de una de las peores rachas conflictivas, con la esporádica desaparición de las manchas solares, acompañada de graves sequías. Si lo dejamos en meras influencias, claro que son posibles; aunque no conozcamos bien los mecanismos, sabemos que las conexiones son infinitas; estas serían un grupo de ellas. No obstante, también parece evidente lo improcedente de la reducción de las causas a los cambios físicos. Todo REDUCCIONISMO peca de simplismo, con el agravante desvío de responsabilidades. Parece que podemos hacer mucho más, aún en estos supuestos.

Ahí tenemos por ejemplo a esa vieja dama que obstaculiza constantemente cualquier tipo de paz; sí, es muy activa en dicha labor. Es aquella señora flaca, porque muerde y no come, descrita por la magia satírica de Quevedo; la ENVIDIA. Basta su punto de vista, para el establecimiento de los desequilibrios, en una siembra continuada de resentimientos. Poco adicta a las razones objetivas, vive de reconcomios e impulsos, lo que viene a ser un no vivir…en paz. Acepta colaboraciones fogosas como las del afán dominador o la codicia. Nadie consiguió su erradicación, por lo que sus apariciones encienden los ánimos con penetrantes insinuaciones. Temible señora, cuando de paz hablemos.

Observamos la trama creada en torno a un cuarteto dramático, cuyos componentes nos situan ante el reto de su CONJUGACIÓN. Veamos si no. 1. Libertad, ¿Así de simple? 2. Respeto a los demás aunque piensen diferente. 3 Ofensas. 4. Penalizaciones o castigos. Los cuatro elementos rezuman una carencia grave, la medición de sus intensidades para la posible conjugación de sus términos. Medición de trazos imposibles, si no viene enmarcada en los propios protagonistas, en su capacidad moderadora. Sucesos como los recientes asesinatos en París, ponen en tela de juicio la articulación de los 4 parámetros; pero en niveles de menor intensidad; también es compleja la pacificación; el litigio exige la conjugación, ¿Imposible?

Somos conscientes, forzados por los hechos, de que la promoción de bienes ajenos sin pensar en los propios no es una de las actividades prioritarias en las sociedades modernas. ¿Lo fueron alguna vez? Aún admitiendo las actividades ALTRUÍSTAS, convendremos que no es decir mucho, por su gran variedad. Quizá sea fácil el hallazgo de altruistas sentimentales. ¿Y si no pasan de ahí? Los intelectuales propenden a las discusiones de poco fruto en tales asuntos. Si los comportamientos son anónimos o públicos, cambian totalmente su sentido. Vemos bastantes altruismos egoistas con objetivos propios aparentemente casuales. ¿Pérdida del concepto inicial? ¿Quiénes proyectan la paz, a qué actitud se adhieren? ¿Serán fiables?

Porque cada persona es una suma de PERSPECTIVAS; ni ella misma consigue la comprensión efectiva de las consecuencias de cada una. Suena bien la copla que dice:”Voy como si fuera preso, detrás camina mi sombra, delante mi pensamiento”. Atrae su armonía ligera, que resulta insuficiente como explicación de las actuaciones. En primer lugar, no siempre pensamos en los derroteros elegidos ni en objetivos concretos. Podemos acomodarnos en la sombra, ensimismados. Sin olvidarnos de la gran cantidad de endadenamientos forjados por los entornos. ¡Albricias! Si entre semejantes vericuetos y perspectivas detectamos con acierto la distancia entre la crispación y la convivencia.

Nos proyectamos en una serie de contradicciones que tienen su lógica, la planificación sociológica siempre será imperfecta, debido a que no abarca todas las circunstancias individuales, ni tampoco las de cada grupo. Como consecuencia, los descontentos serán un incordio inevitable, siendo preciso un nivel de coacción variable para el mantenimiento del plan general. El grado de CONVICCIÓN de cada persona nunca podrá ser idéntico, porque somos diferentes, enfrentados a necesidades distintas. Por consiguiente, la adaptación pacificadora no puede ser fijada de antemano. Los nuevos horizontes son incesantes.

Además, en el intento de dar consignas eficaces, la repetición machacona provoca la indiferencia de cada participante. A pesar de la buena intención, se les supone, la idea de paz queda instalada en un pedestal que no es de nadie. Al estilo taoista, convendría mentalizarnos con la idea de la PÁGINA en BLANCO, donde cada uno dibujara sus esquemas, impregnados de su realidad particular, incluídas sus apetencias; pero ceñidos sinceramente a sus cualidades intrínsecas, a sus esencias como personas. La posibilidad infinita exige opciones concretas.

El peligro de los DESBORDAMIENTOS es constante. La sensatez exagerada quiebra las compuertas de la convivencia por anquilosamiento. La dinámica existencial remueve los conceptos en una tarea inacabada, arriesgada y fascinante a la par.

Utopía pacificadora

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 13 de febrero de 2015, 08:10 h (CET)
La paz mentada a diario, a cualquier hora, nunca la vemos en terrenos llanos diáfanos, siempre a través de quebradas cubiertas de maleza, alambradas y DIFICULTADES. O acaso sólo nos enteramos de los problemas, de los trastornos sobrellevados por quienes transitamos por el mundo. Algo falla en este concepto que no acabamos de ver plasmado en la realidad, por planteamientos equivocados, por exceso de aspiraciones, por desconocimiento de las personas como entes particulares y como componentes de la sociedad.; por todo ello y quizá muchas otras circunstancias. Será posible también que el ansia de paz no sea tan preponderante como pensábamos, sobre todo ante la profusión de los egoismos de diverso cuño.

Tenemos muy presente la presencia del MAL RADICAL arraigado en cada persona; es una parte constituyente de largo alcance, con apariciones esporádicas o muy continuadas, según los casos. Su apaciguamiento forma parte de las opciones puestas en juego por cada persona; aunque la capacidad distintiva no es automática, dada la complejidad de los sentimientos. Sobre todo, cuando alienta el fanatismo ciego para los razonamientos y el desprecio hacia las demás personas. Mientras pasa desapercibido, favorece las maniobras de los peor intencionados, que actuan en las sombras. Atizado por un sinfín de estímulos, el rescoldo de ese mal reaviva su fuego; favorecido por los descuidos generalizados.

Constituyen legión los teorizantes sobre el mal, en un difícil abordaje de la cuestión, insoluble donde las haya; que nos asedia desde el origen de los tiempos. Ni tan siquiera logran una definición concisa del asunto. Desde las intenciones a las consecuencias, existen todas las VARIABLES. Hasta las buenas intenciones enredan sus actuaciones de manera incongruente si las dejamos abandonadas a las influencias ambientales. El mal estará presente en cualquier proyecto de paz, en franco desafío o solapado; con su presencia entendemos la imposibilidad de una paz duradera. Ahora bien, ¿Cómo tener en cuenta dicha influencia malévola sin la renuncia a la pacificación progresiva? Sólo si cultivamos los recursos que sirven de contrapeso, no hay otra.

Algunos estudiosos relacionan el aumento de las revueltas sociales con modificaciones cósmicas y climáticas. En torno al 1600, establecen la relación de una de las peores rachas conflictivas, con la esporádica desaparición de las manchas solares, acompañada de graves sequías. Si lo dejamos en meras influencias, claro que son posibles; aunque no conozcamos bien los mecanismos, sabemos que las conexiones son infinitas; estas serían un grupo de ellas. No obstante, también parece evidente lo improcedente de la reducción de las causas a los cambios físicos. Todo REDUCCIONISMO peca de simplismo, con el agravante desvío de responsabilidades. Parece que podemos hacer mucho más, aún en estos supuestos.

Ahí tenemos por ejemplo a esa vieja dama que obstaculiza constantemente cualquier tipo de paz; sí, es muy activa en dicha labor. Es aquella señora flaca, porque muerde y no come, descrita por la magia satírica de Quevedo; la ENVIDIA. Basta su punto de vista, para el establecimiento de los desequilibrios, en una siembra continuada de resentimientos. Poco adicta a las razones objetivas, vive de reconcomios e impulsos, lo que viene a ser un no vivir…en paz. Acepta colaboraciones fogosas como las del afán dominador o la codicia. Nadie consiguió su erradicación, por lo que sus apariciones encienden los ánimos con penetrantes insinuaciones. Temible señora, cuando de paz hablemos.

Observamos la trama creada en torno a un cuarteto dramático, cuyos componentes nos situan ante el reto de su CONJUGACIÓN. Veamos si no. 1. Libertad, ¿Así de simple? 2. Respeto a los demás aunque piensen diferente. 3 Ofensas. 4. Penalizaciones o castigos. Los cuatro elementos rezuman una carencia grave, la medición de sus intensidades para la posible conjugación de sus términos. Medición de trazos imposibles, si no viene enmarcada en los propios protagonistas, en su capacidad moderadora. Sucesos como los recientes asesinatos en París, ponen en tela de juicio la articulación de los 4 parámetros; pero en niveles de menor intensidad; también es compleja la pacificación; el litigio exige la conjugación, ¿Imposible?

Somos conscientes, forzados por los hechos, de que la promoción de bienes ajenos sin pensar en los propios no es una de las actividades prioritarias en las sociedades modernas. ¿Lo fueron alguna vez? Aún admitiendo las actividades ALTRUÍSTAS, convendremos que no es decir mucho, por su gran variedad. Quizá sea fácil el hallazgo de altruistas sentimentales. ¿Y si no pasan de ahí? Los intelectuales propenden a las discusiones de poco fruto en tales asuntos. Si los comportamientos son anónimos o públicos, cambian totalmente su sentido. Vemos bastantes altruismos egoistas con objetivos propios aparentemente casuales. ¿Pérdida del concepto inicial? ¿Quiénes proyectan la paz, a qué actitud se adhieren? ¿Serán fiables?

Porque cada persona es una suma de PERSPECTIVAS; ni ella misma consigue la comprensión efectiva de las consecuencias de cada una. Suena bien la copla que dice:”Voy como si fuera preso, detrás camina mi sombra, delante mi pensamiento”. Atrae su armonía ligera, que resulta insuficiente como explicación de las actuaciones. En primer lugar, no siempre pensamos en los derroteros elegidos ni en objetivos concretos. Podemos acomodarnos en la sombra, ensimismados. Sin olvidarnos de la gran cantidad de endadenamientos forjados por los entornos. ¡Albricias! Si entre semejantes vericuetos y perspectivas detectamos con acierto la distancia entre la crispación y la convivencia.

Nos proyectamos en una serie de contradicciones que tienen su lógica, la planificación sociológica siempre será imperfecta, debido a que no abarca todas las circunstancias individuales, ni tampoco las de cada grupo. Como consecuencia, los descontentos serán un incordio inevitable, siendo preciso un nivel de coacción variable para el mantenimiento del plan general. El grado de CONVICCIÓN de cada persona nunca podrá ser idéntico, porque somos diferentes, enfrentados a necesidades distintas. Por consiguiente, la adaptación pacificadora no puede ser fijada de antemano. Los nuevos horizontes son incesantes.

Además, en el intento de dar consignas eficaces, la repetición machacona provoca la indiferencia de cada participante. A pesar de la buena intención, se les supone, la idea de paz queda instalada en un pedestal que no es de nadie. Al estilo taoista, convendría mentalizarnos con la idea de la PÁGINA en BLANCO, donde cada uno dibujara sus esquemas, impregnados de su realidad particular, incluídas sus apetencias; pero ceñidos sinceramente a sus cualidades intrínsecas, a sus esencias como personas. La posibilidad infinita exige opciones concretas.

El peligro de los DESBORDAMIENTOS es constante. La sensatez exagerada quiebra las compuertas de la convivencia por anquilosamiento. La dinámica existencial remueve los conceptos en una tarea inacabada, arriesgada y fascinante a la par.

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