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Valoramos mucho más los pequeños detalles cuando los volvemos a descubrir

Las cosas pequeñas

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El vivir casi confinados también tiene sus ventajas. Nos permite pensar con detenimiento, retomar viejas costumbres y añorar aquellas pequeñas cosas que habíamos dejado de valorar.


Esta realidad se hizo patente en mi interior sentado en la terraza de un café (pasando frío, por cierto) mientras tomaba un descafeinado hirviente y tres maravillosos tejeringos de casa Varo. Vino a mi memoria desayunos y meriendas con mis hijos pequeños recién salidos de la guardería. Jamás me podría imaginar que un desayuno despertara sentimientos de esa categoría.


Desde primeros de marzo he valorado muy favorablemente el teléfono móvil y sus aplicaciones. Y eso que soy un enemigo acérrimo de la dependencia del “telefonino” (como dicen los italianos). Pero una cosa es el uso y otra cosa el abuso. La posibilidad de hablar con alguien al mismo tiempo que ves su cara y sus gestos es maravillosa. Ayer mismo hablamos en multillamada los miembros de mi grupo de teatro, en paro forzoso desde febrero. No paso un día sin que vuelva a ver o escuchar la voz de alguien con el que no me he encontrado en demasiado espacio de tiempo.


Otrosí sucede con los encuentros familiares. En mi casa, que es muy grande, no pasaba un fin de semana, un puente o unas fiestas, sin que se llenara de niños, mayores y militares sin graduación. Era lo más normal. Este año disfrutamos esos momentos especialmente. Ahora podemos ver a nuestros hijos y nietos por separado y a dos metros de distancia. No sé que vamos a hacer estas navidades. Estamos pensando hacer cuatro o cinco nochebuenas y cuatro o cinco fines de año. Por una vez pararemos los relojes y celebraremos cuatro o cinco días de la marmota.


Es cuestión de poner al mal tiempo, buena cara. Valorar mucho más lo que se tiene y obviar lo que te falta. El colmo de la superación, el reto más importante con el que me encuentro, es el aplazamiento de mi tercera boda. Me explico: Me casé en el 70; me volvía a casar 25 años después en el mismo templo con la misma esposa, con el mismo celebrante, los mismos padrinos y con mi extensa familia. En los próximos días tenía previsto celebrar las bodas de oro. También con la misma esposa. En un templo, con un celebrante, tres docenas de familiares directos y un montón de amigos. No podrá ser por imperativo legal. ¿Saben que me consuela? La fuerza para vivir un año más y la esperanza de que el próximo mes de diciembre de 2021 nos traiga las posibilidades de celebrar las bodas de oro más IVA. Supongo que serán las bodas de oro de 25 kilates.


En tiempos difíciles todo es importante. Poder comerte unos churros o celebrar unas bodas de oro en la intimidad. Lo importante es ser y estar. Ser feliz y estar con los tuyos.

Las cosas pequeñas

Valoramos mucho más los pequeños detalles cuando los volvemos a descubrir
Manuel Montes Cleries
jueves, 26 de noviembre de 2020, 12:29 h (CET)

El vivir casi confinados también tiene sus ventajas. Nos permite pensar con detenimiento, retomar viejas costumbres y añorar aquellas pequeñas cosas que habíamos dejado de valorar.


Esta realidad se hizo patente en mi interior sentado en la terraza de un café (pasando frío, por cierto) mientras tomaba un descafeinado hirviente y tres maravillosos tejeringos de casa Varo. Vino a mi memoria desayunos y meriendas con mis hijos pequeños recién salidos de la guardería. Jamás me podría imaginar que un desayuno despertara sentimientos de esa categoría.


Desde primeros de marzo he valorado muy favorablemente el teléfono móvil y sus aplicaciones. Y eso que soy un enemigo acérrimo de la dependencia del “telefonino” (como dicen los italianos). Pero una cosa es el uso y otra cosa el abuso. La posibilidad de hablar con alguien al mismo tiempo que ves su cara y sus gestos es maravillosa. Ayer mismo hablamos en multillamada los miembros de mi grupo de teatro, en paro forzoso desde febrero. No paso un día sin que vuelva a ver o escuchar la voz de alguien con el que no me he encontrado en demasiado espacio de tiempo.


Otrosí sucede con los encuentros familiares. En mi casa, que es muy grande, no pasaba un fin de semana, un puente o unas fiestas, sin que se llenara de niños, mayores y militares sin graduación. Era lo más normal. Este año disfrutamos esos momentos especialmente. Ahora podemos ver a nuestros hijos y nietos por separado y a dos metros de distancia. No sé que vamos a hacer estas navidades. Estamos pensando hacer cuatro o cinco nochebuenas y cuatro o cinco fines de año. Por una vez pararemos los relojes y celebraremos cuatro o cinco días de la marmota.


Es cuestión de poner al mal tiempo, buena cara. Valorar mucho más lo que se tiene y obviar lo que te falta. El colmo de la superación, el reto más importante con el que me encuentro, es el aplazamiento de mi tercera boda. Me explico: Me casé en el 70; me volvía a casar 25 años después en el mismo templo con la misma esposa, con el mismo celebrante, los mismos padrinos y con mi extensa familia. En los próximos días tenía previsto celebrar las bodas de oro. También con la misma esposa. En un templo, con un celebrante, tres docenas de familiares directos y un montón de amigos. No podrá ser por imperativo legal. ¿Saben que me consuela? La fuerza para vivir un año más y la esperanza de que el próximo mes de diciembre de 2021 nos traiga las posibilidades de celebrar las bodas de oro más IVA. Supongo que serán las bodas de oro de 25 kilates.


En tiempos difíciles todo es importante. Poder comerte unos churros o celebrar unas bodas de oro en la intimidad. Lo importante es ser y estar. Ser feliz y estar con los tuyos.

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