La encíclica “Ut unum sint” sigue resonando en el corazón de los cristianos un cuarto de siglo después. El valiente testimonio de tantos mártires, especialmente en el siglo XX, pertenecientes a diversas iglesias y comunidades, es manifestación elocuente del llamado “ecumenismo de la sangre” y de cómo el ofrecimiento generoso de la vida por el Reino de Dios es la prueba más significativa de que cada elemento de división se puede trascender y superar en la entrega total a la causa del Evangelio. La unidad y el empeño ecuménico, que tanta relevancia tuvieron en el Concilio Vaticano II, son un don y una tarea, que comienza por invocar con confianza al Espíritu Santo para que guíe nuestros pasos y nos impulse “a ser uno, para que el mundo crea”.
