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Creo que lo que voy a llevar peor cuando salgamos del confinamiento, va a ser el no poder dar abrazos

Abrazos

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Soy muy poco besucón, pero, sin embargo, soy un ferviente defensor del abrazo.

Esta inclinación mía nació a través de mis reiteradas visitas a la comunidad de Taizé, un remanso de paz cercano a Cluny, en la meseta central francesa. Allí vive una comunidad ecuménica fundada por Frere Roger después de la segunda guerra mundial. Ellos dedican todo su esfuerzo a buscar los puntos comunes y los mejores sentimientos de los seres humanos, sin acepción de credo, raza o género. Los miembros de esa comunidad y los miles de visitantes (la mayoría jóvenes) que asisten a sus celebraciones celebran encuentros semanales en los que contemplan la vida inspirándose en el Evangelio.

Se celebran diversos encuentros a lo largo del día. Siempre alrededor de la oración y la meditación. Frases cortas, música celestial y un ambiente muy propicio. Normalmente hay en la comunidad casi un ciento de frailes. Llevan unas túnicas blancas con unas mangas muy largas. No hay bancos ni reclinatorios. Bajo una carpa gigantesca los asistentes (y los frailes) se acomodan en el suelo como pueden.

Hasta su muerte, a manos de una perturbada que le apuñaló en medio de la oración, el Hermano Roger seguía el mismo ritual cuando entraba: Tocaba uno a uno a todos sus frailes y a cuantos niños se le acercaban.

Desde entonces, hace ya cuarenta años, me gusta pasar de los besos protocolarios al abrazo sentido. Necesito notar al amigo. Considero más reconfortante el abrazo limpio que el estrechar las manos de una forma impersonal.

Los niños son un ejemplo esclarecedor para nosotros. Habréis observado como, cuando los obligamos, besan con pocas ganas a la visita o al familiar que no les cae muy bien. Cuando de verdad quieren al otro, se abrazan como si no hubiera un mañana.

Los creyentes ansiamos el abrazo de Jesús. Y Jesús el nuestro. Tenemos la oportunidad de hacerlo con frecuencia. Podemos abrazar a Jesús en el pobre, el anciano, el enfermo, el amigo que sufre, los niños y los que te rodean.

Ahora nos van a prohibir abrazar. Pero no nos pueden impedir demostrar nuestros sentimientos a los demás por medio de esa sonrisa, esa escucha, ese abrazo virtual lleno de cariño y comprensión. Tenemos que aprender de Frere Roger que ya está con el Padre.

Abrazos

Creo que lo que voy a llevar peor cuando salgamos del confinamiento, va a ser el no poder dar abrazos
Manuel Montes Cleries
jueves, 23 de abril de 2020, 09:23 h (CET)

Soy muy poco besucón, pero, sin embargo, soy un ferviente defensor del abrazo.

Esta inclinación mía nació a través de mis reiteradas visitas a la comunidad de Taizé, un remanso de paz cercano a Cluny, en la meseta central francesa. Allí vive una comunidad ecuménica fundada por Frere Roger después de la segunda guerra mundial. Ellos dedican todo su esfuerzo a buscar los puntos comunes y los mejores sentimientos de los seres humanos, sin acepción de credo, raza o género. Los miembros de esa comunidad y los miles de visitantes (la mayoría jóvenes) que asisten a sus celebraciones celebran encuentros semanales en los que contemplan la vida inspirándose en el Evangelio.

Se celebran diversos encuentros a lo largo del día. Siempre alrededor de la oración y la meditación. Frases cortas, música celestial y un ambiente muy propicio. Normalmente hay en la comunidad casi un ciento de frailes. Llevan unas túnicas blancas con unas mangas muy largas. No hay bancos ni reclinatorios. Bajo una carpa gigantesca los asistentes (y los frailes) se acomodan en el suelo como pueden.

Hasta su muerte, a manos de una perturbada que le apuñaló en medio de la oración, el Hermano Roger seguía el mismo ritual cuando entraba: Tocaba uno a uno a todos sus frailes y a cuantos niños se le acercaban.

Desde entonces, hace ya cuarenta años, me gusta pasar de los besos protocolarios al abrazo sentido. Necesito notar al amigo. Considero más reconfortante el abrazo limpio que el estrechar las manos de una forma impersonal.

Los niños son un ejemplo esclarecedor para nosotros. Habréis observado como, cuando los obligamos, besan con pocas ganas a la visita o al familiar que no les cae muy bien. Cuando de verdad quieren al otro, se abrazan como si no hubiera un mañana.

Los creyentes ansiamos el abrazo de Jesús. Y Jesús el nuestro. Tenemos la oportunidad de hacerlo con frecuencia. Podemos abrazar a Jesús en el pobre, el anciano, el enfermo, el amigo que sufre, los niños y los que te rodean.

Ahora nos van a prohibir abrazar. Pero no nos pueden impedir demostrar nuestros sentimientos a los demás por medio de esa sonrisa, esa escucha, ese abrazo virtual lleno de cariño y comprensión. Tenemos que aprender de Frere Roger que ya está con el Padre.

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