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“Vivir no es solo estar, es ser y también obrar, convivir y dejar respirar”

El incentivo de vivir

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Utilicemos este momento de crisis, no para enrejarnos en nuestra soledad, sino más bien como un tiempo para la reflexión. Por otra parte, no es cuestión de encerrarse en los dolores, tampoco en el espíritu de los lamentos, sino en la gracia de poder vivir en la fuerza de los anhelos, aunque nos envuelva el fracaso y nos ciña la desesperación con su amortajado lenguaje. Personalmente, me resisto a que se me impidan abrazar horizontes nuevos, en mí siempre habrá una rendija de ilusión donde amarrar el corazón para poder vivir. Tampoco pasa nada si soltamos alguna lágrima en el esfuerzo. Quizás sea lo mejor que podamos darnos a nosotros mismos. Desahogarnos ayuda a recobrarse y a rescatarse de nuevo. Lo importante es ganar sosiego, injertar alivio entre semejantes, impedir que la tristeza se adueñe de nuestra mirada y podamos activar abecedarios más gozosos en un mundo crecido en víctimas, desbordado por nuestras propias miserias humanas. No hay que tener miedo a sobreponerse, y hacerlo seriamente por dentro, es una buena opción para vivir más humilde por fuera. Eliminar todo aquello que no es necesario, para el proceder de nuestros días, también nos enriquece de sabiduría que es lo que verdaderamente nos serena.

Mal que nos pese, estamos llamados toda la especie a sentirnos familia, con diversos latidos pero con un solo corazón, donde nadie se sienta esclavo de nadie, sino parte de un todo armónico, que se hace más camino que caminante. Sin duda, tenemos que despojarnos de nuestros egoísmos, tratando de ser humanitarios unos con otros, respetuosos con toda vida, considerados hacia todo pensamiento que, como tal, debe estar libre de cargas para que se enraíce honestamente en una auténtica semilla de acción. Vivir no es solo estar, es ser y también obrar, convivir y dejar respirar. Ojalá que cuando hagamos ese recuento de lo vivido, ahora puede ser un instante fructífero para forjarlo, descubramos que hacerlo con decencia y en coherencia con lo que solemos predicar, ha sido nuestra brújula cada amanecer. Al fin y al cabo, ¿por qué conformarnos con vegetar siempre de rodillas y no levantar la vista cuando en verdad sentimos el deseo de alzar vuelo? Son, precisamente, estos sueños los que nos dan vida; pues, no le pongamos cadenas a la aurora. Permítannos poner en práctica la cátedra viviente.

A veces andamos tan ocupados en mil preocupaciones que se nos olvida estar presente en lo que en realidad vale la pena, disfrutar de la convivencia dándonos vida. Nuestra escritora mística española, Santa Teresa de Jesús (1515-1582), lo tenía claro el “vivir la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”, esta llamada sobrenatural por si mismo manifiesta la grandeza y el valor de la supervivencia incluso en su fase breve. Desde luego, esa viviente criatura, por muy minúscula que nos parezca, ha de ser lo primero y fundamental en todo. Cuesta entender, por consiguiente, la eliminación de tantas savias en gestación o el abandono de existencias en su ocaso. Déjennos, entonces, ser obreros con otras visiones más esperanzadoras; no trunquemos imaginación alguna, invirtamos tiempo en pensar, en ser más humildes y, luego, saquemos las fuerzas del alma, que son las que realmente nos instan a cuidarnos unos a otros, a poder discernir entre el bien y el mal en lo referente al valor esencial mismo de la presencia en el mundo. Por desgracia, hay un eclipse de humanidad que nos está dejando como la generación más fría y endiosada, afanada en las tecnologías del programar, controlar y no dejar vivir si es necesario, obviando todo sentido trascendente y entorpeciendo el interrogarse interior de cada cual, sobreponiendo algo tan arcaico y terco a la vez, como la supremacía del más fuerte sobre el más débil.

Sólo quien reconoce que su propia existencia no depende de la acumulación de bienes materiales, sino de otros parámetros más vivos y donantes, de entrega y disposición hacia sus análogos, alcanza cuando menos la satisfacción del innato deber cumplido. Una de esas primeras obligaciones está en defender y promover la vida, con sistemas benéficos saludables fuertes y universales. Lo primordial siempre es prevenir, responder pronto y atajar con un diagnóstico cualquier brote que nos ponga la existencia en peligro. Con el COVID-19, todavía no hay estrategia alguna, por lo que la situación aún no está bajo control por más que lo deseemos. Nos queda abajarnos, ver que el planeta lo construimos entre todos, reconocer y tutelar la gracia de vivir, sobre la que se sustentan todos los demás derechos intransferibles del ser humano. En consecuencia, y según mi manso decir, la vida ha de repoblarse de un nuevo culto, el del amor de amar amor; solo así, la solidaridad podrá crecer hasta hermanarse con todas las culturas del orbe. No olvidemos jamás, que sólo vive el que se ama y sabe amar. Todo lo demás nos sobra para ese verso que hemos de versar unidos, y así renacer en ese poema interminable y siempre vivo, que nos espera en su níveo y celeste manto.

El incentivo de vivir

“Vivir no es solo estar, es ser y también obrar, convivir y dejar respirar”
Víctor Corcoba
martes, 14 de abril de 2020, 13:25 h (CET)

Utilicemos este momento de crisis, no para enrejarnos en nuestra soledad, sino más bien como un tiempo para la reflexión. Por otra parte, no es cuestión de encerrarse en los dolores, tampoco en el espíritu de los lamentos, sino en la gracia de poder vivir en la fuerza de los anhelos, aunque nos envuelva el fracaso y nos ciña la desesperación con su amortajado lenguaje. Personalmente, me resisto a que se me impidan abrazar horizontes nuevos, en mí siempre habrá una rendija de ilusión donde amarrar el corazón para poder vivir. Tampoco pasa nada si soltamos alguna lágrima en el esfuerzo. Quizás sea lo mejor que podamos darnos a nosotros mismos. Desahogarnos ayuda a recobrarse y a rescatarse de nuevo. Lo importante es ganar sosiego, injertar alivio entre semejantes, impedir que la tristeza se adueñe de nuestra mirada y podamos activar abecedarios más gozosos en un mundo crecido en víctimas, desbordado por nuestras propias miserias humanas. No hay que tener miedo a sobreponerse, y hacerlo seriamente por dentro, es una buena opción para vivir más humilde por fuera. Eliminar todo aquello que no es necesario, para el proceder de nuestros días, también nos enriquece de sabiduría que es lo que verdaderamente nos serena.

Mal que nos pese, estamos llamados toda la especie a sentirnos familia, con diversos latidos pero con un solo corazón, donde nadie se sienta esclavo de nadie, sino parte de un todo armónico, que se hace más camino que caminante. Sin duda, tenemos que despojarnos de nuestros egoísmos, tratando de ser humanitarios unos con otros, respetuosos con toda vida, considerados hacia todo pensamiento que, como tal, debe estar libre de cargas para que se enraíce honestamente en una auténtica semilla de acción. Vivir no es solo estar, es ser y también obrar, convivir y dejar respirar. Ojalá que cuando hagamos ese recuento de lo vivido, ahora puede ser un instante fructífero para forjarlo, descubramos que hacerlo con decencia y en coherencia con lo que solemos predicar, ha sido nuestra brújula cada amanecer. Al fin y al cabo, ¿por qué conformarnos con vegetar siempre de rodillas y no levantar la vista cuando en verdad sentimos el deseo de alzar vuelo? Son, precisamente, estos sueños los que nos dan vida; pues, no le pongamos cadenas a la aurora. Permítannos poner en práctica la cátedra viviente.

A veces andamos tan ocupados en mil preocupaciones que se nos olvida estar presente en lo que en realidad vale la pena, disfrutar de la convivencia dándonos vida. Nuestra escritora mística española, Santa Teresa de Jesús (1515-1582), lo tenía claro el “vivir la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”, esta llamada sobrenatural por si mismo manifiesta la grandeza y el valor de la supervivencia incluso en su fase breve. Desde luego, esa viviente criatura, por muy minúscula que nos parezca, ha de ser lo primero y fundamental en todo. Cuesta entender, por consiguiente, la eliminación de tantas savias en gestación o el abandono de existencias en su ocaso. Déjennos, entonces, ser obreros con otras visiones más esperanzadoras; no trunquemos imaginación alguna, invirtamos tiempo en pensar, en ser más humildes y, luego, saquemos las fuerzas del alma, que son las que realmente nos instan a cuidarnos unos a otros, a poder discernir entre el bien y el mal en lo referente al valor esencial mismo de la presencia en el mundo. Por desgracia, hay un eclipse de humanidad que nos está dejando como la generación más fría y endiosada, afanada en las tecnologías del programar, controlar y no dejar vivir si es necesario, obviando todo sentido trascendente y entorpeciendo el interrogarse interior de cada cual, sobreponiendo algo tan arcaico y terco a la vez, como la supremacía del más fuerte sobre el más débil.

Sólo quien reconoce que su propia existencia no depende de la acumulación de bienes materiales, sino de otros parámetros más vivos y donantes, de entrega y disposición hacia sus análogos, alcanza cuando menos la satisfacción del innato deber cumplido. Una de esas primeras obligaciones está en defender y promover la vida, con sistemas benéficos saludables fuertes y universales. Lo primordial siempre es prevenir, responder pronto y atajar con un diagnóstico cualquier brote que nos ponga la existencia en peligro. Con el COVID-19, todavía no hay estrategia alguna, por lo que la situación aún no está bajo control por más que lo deseemos. Nos queda abajarnos, ver que el planeta lo construimos entre todos, reconocer y tutelar la gracia de vivir, sobre la que se sustentan todos los demás derechos intransferibles del ser humano. En consecuencia, y según mi manso decir, la vida ha de repoblarse de un nuevo culto, el del amor de amar amor; solo así, la solidaridad podrá crecer hasta hermanarse con todas las culturas del orbe. No olvidemos jamás, que sólo vive el que se ama y sabe amar. Todo lo demás nos sobra para ese verso que hemos de versar unidos, y así renacer en ese poema interminable y siempre vivo, que nos espera en su níveo y celeste manto.

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