- “Tengo tanto cariño, entrega y devoción al PSOE; y tanto respeto a quien lo dirige que pondré una sonrisa”
La frase la dijo José Luis Rodríguez Zapatero por la mañana, mientras esbozaba lo que parecía una sonrisa triste. Ambas, frase y sonrisa, escenificaban su intento de evitar una opinión sobre lo que parecía un bandazo difícil de explicar.
Se le había preguntado por lo dicho por Pedro Sánchez, su sucesor en la Secretaría General del PSOE. Éste había anunciado, en la Escuela Julián Besteiro ante sindicalistas de UGT, que los socialistas votarían en el Pleno del Congreso a favor de una propuesta de Izquierda Plural y de otros partidos del Grupo Mixto para modificar el artículo 135 de la Constitución.
La respuesta y la sonrisa de Rodríguez Zapatero, mitad triste mitad simplona, ponían de manifiesto la realidad de un partido que en unas ocasiones parece que ha perdido la brújula y el norte y en otras algo más importante: el concepto de Estado y el oremus.
Por la tarde, el diputado sevillano Pradas Torres, en su intervención en el Congreso como portavoz del Grupo Socialista, trató de justificar la decisión de apoyar la “Toma en consideración de la Proposición de Ley” de los Grupos Parlamentarios de IU, ICV–EUiA, CHA: La Izquierda Plural y Mixto, de reforma del artículo 135 de la Constitución Española.
De poco servían los acuerdos del PSOE y del PP en el año 2011, cuando entre ambos lograron la Reforma de la Constitución. Entonces España estaba al borde de la intervención económica, la prima de riesgo estaba disparada y el Gobierno, que presidía Rodríguez Zapatero, buscó y logró el concurso del PP (entonces en la Oposición) para hacer frente a la situación. Entre ambos, con urgencia, acordaron la reforma que tranquilizaría a Europa. Para ello, adelantándose a otros países europeos que lo harían después, acordaron el contenido del artículo 135, con el que “garantizar la estabilidad presupuestaria, reforzar el compromiso de España con la Unión Europea y asegurar la sostenibilidad económica y social de España”.
A pesar de lo pasado en 2011, desde hacía tiempo, Pedro Sánchez había decidido proponer una Reforma de la Constitución. Primero en un “pantallazo” en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso, más tarde en la dominical “Declaración de Zaragoza”, y siempre que hubo un micrófono cerca su mensaje era el mismo: Reforma de la Constitución.
Los motivos para la reforma y las propuestas para hacerla no parecían tan sólidos como para ponerlos “negro sobre blanco” y darlos a conocer. Ni urgente fijar una fecha para hacer la propuesta.
- “Haré la propuesta cuando sea Presidente de Gobierno” – dijo Sánchez a preguntas de la prensa.
Tampoco esos motivos (para reformar) parecían claros. En principio, parecía como si en la cúpula del Partido Socialista se hubieran repasado “los papeles” de Diego López Garrido, el diputado socialista y Catedrático de Derecho Constitucional que a finales de 2012 señaló que “la Constitución española de 1978, después de más de 30 años necesitaba reformas importantes en el sistema electoral, reforzamiento de los derechos sociales y los derechos económicos, integración de Europa en el texto constitucional y establecimiento definitivo del Estado federal delimitando competencias y relaciones entre Estado y las Comunidades Autónomas (imponiendo) un sistema de financiación basado en la justicia y la solidaridad y (reformando) el Senado para hacer una cámara territorial”.
Fruto de esos “papeles de López Garrido” eran las apariciones que surgían como ocurrencias: Propiciar un arreglo (o componenda) del asunto catalán entre el Presidente del Gobierno y el de la Generalitat, porque “ahora no es tiempo de querellas sino de hacer política”, se decía. Conversaciones, entrevistas y pactos de todo género. Trasladar el Senado a Barcelona. E incluso criticar las propuestas poco sólidas de la izquierda radical.
Hasta ahí, los papeles de López Garrido dieron juego. Pero apareció la “Toma en consideración de Proposiciones de Ley” de los Grupos Parlamentarios de IU, ICV–EUiA, CHA: La Izquierda Plural y Mixto, de reforma del artículo 135 de la Constitución Española.
Podía aprovecharse la ocasión. Y se hizo. Aunque con ello se produjera la sonrisa triste de Zapatero, el PSOE se lanzó “al vacío” (se diría en una tertulia) y se unió a las tesis de la Izquierda Radical, que había expuesto el portavoz de Izquierda Unida Alberto Garzón.
También hubo un afán por evitar encontronazos para salir todos con bien:
Garzón, a medio camino entre un Podemos que parece puede con IU y un PSOE al que desborda, tras dar la bienvenida, al club de los reformistas, a los socialistas (con críticas a bandazos e incoherencias) buscó espacio propio y marcó distancias.
Pradas Torres, buscando razonar la postura de su partido, encontró algo con lo que justificarla: La acción de Gobierno del PP que, según él, ha usado el artículo 135 para “justificar y amparar legalmente sus recortes en sanidad, educación y en el sistema público de pensiones”.
Desde esa perspectiva, el PSOE tenía una justificación para la Reforma: incluir en la Constitución el mantenimiento del Estado del Bienestar. Y apartar la educación, la sanidad y los derechos sociales de la obligación del cumplimiento del déficit y la imposición de “no gastar más de lo que se recaude”.
Hecha la votación, que hermanaba a los Socialistas con la Izquierda Radical, la mayoría del PP evitó la tramitación de la Ley.
A partir de ahora, el PSOE, según se dijo, creará un equipo de constitucionalistas para formular una propuesta que llevar al Congreso en febrero de 2015, cuando se inicie el siguiente periodo de sesiones.
Como respuesta a la sonrisa de la mañana, Pedro Sánchez concedió: “a lo mejor, en aquel momento se consiguió evitar el rescate…Yo respeté al Presidente Zapatero cuando lo hizo e incluso lo voté…Pero el PSOE tiene que aprender de sus errores”.
Acabado el día, se vio que entre la sonrisa triste de Rodríguez Zapatero y la decisión del voto ordenado por Pedro Sánchez había mucho más que diferencias de criterios: Quizá errores. O algo más.