Nunca se sabe muy bien acerca de qué escribir si nuestra intención es impresionar al lector y no expresar lo que pensamos o sentimos. Quizá por ello el periodismo que consumimos hoy, entendiéndose estrictamente como periodismo y no como marketing, haya perdido casi toda su credibilidad.
Podría mencionar ahora mismo cien asuntos distintos que suscitarían el interés de todo aquel que me dedique unos minutos, compartir un par de fotos morbosas o poner un titular polémico, pero como soy de los que piensan que ya está todo inventado y que impresionar a un ciudadano del s.XXI es tarea difícil, quizá lo más adecuado sea parar de escribir ahora mismo y esperar a que me llegue una “inspiración divina”. Pero, por suerte o por desgracia, también soy de esos que no pueden quedarse callados. Hoy me ha dado por pensar aunque nadie me haya preguntado mi opinión.
Día tras día veo y escucho la televisión y la radio, intento saber un poco de todo por poco que me guste, y detesto no saber responder una pregunta de cultura general. No soy excesivamente lista, popular o guapa. La educación que recibí en el ámbito académico obligatorio fue bastante mediocre a pesar de los esfuerzos de más de un buen profesor. Yo no saldré en los libros de historia ni en las enciclopedias de ningún país. Soy, resumidamente, una persona normal, que ha nacido, que vive hoy y que morirá siendo un anónimo más al que unos pocos llorarán y la mayoría olvidará tarde o temprano. Y no es por menospreciar mi vida; soy consciente de que soy lo único que tengo con seguridad, de que debo quererme y cuidarme, de que soy una entre siete mil millones. Soy consciente de que cada día que pasa es un día menos que me queda de vida, y que mi estancia aquí es tan temporal y fugaz que cuando venga a darme cuenta, me estaré lamentando de todo aquello que quise hacer y no hice, y que mientras esperé a que algo increíble pasara, lo que pasó mientras fue mi propia vida.
Las personas humanas nos distinguimos de los demás animales en muy pocas cosas. Para nuestra suerte o desgracia, somos capaces de razonar (no todos) y nuestros sentimientos son mucho más intensos y complejos. Somos privilegiados en el sentido de poder decidir cómo queremos que sea nuestra vida, al menos de intentar que esos deseos sean lo más reales posibles. La mayoría podemos estudiar, aprender, trabajar, ganar dinero, adquirir bienes, reproducirnos y formar una familia, y enseñar a nuestros hijos a vivir de la misma forma, alcanzar lo que consideremos felicidad, tener éxitos y aprender de los fracasos, dedicar tiempo a lo que nos gusta y a lo que no, ver el mundo, reír y llorar, entender el funcionamiento del mundo, tener un hobby, amar a alguien, envejecer... y luego morir. Estamos aquí de paso. Disfrutemos de la vida e intentemos que los demás la disfruten. Nadie sabe a dónde iremos después de la muerte, si es que hay algo entonces, pero todos sabemos que la única certeza que hay es que ahora estamos vivos.