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Sánchez es el hombre templado, el político prudente que resuelve desde su equidistancia los problemas que otros han creado y el que ofrece a los españoles el progreso y las libertades que otros les arrebataron.
Si en política esas equidistancias, ese supuesto término medio, ese centro en el que está la virtud, nunca es fácil, en Sánchez es imposible por la sencilla razón de que es un término medio falaz, que solamente emplea para engañar y mantenerse en el poder.
Del aurea mediocritas de los griegos, tiene poco. En todo caso detenta el oropel del aurea basado en el Mystere, en el sofá blanco de recibir y dialogar, en los viajes a Europa, en las bienvenidas a pie de escalinata y en el azul del banco soñado.
De mediocritas sí que tiene Sánchez, pero es una mediocritas derivada de mediocre, dicho sea empleando una traducción libre.
Libre mientras nos lo permita Iglesias en los ratos que le deje libre (valga la redundancia) su afán por subirse el sueldo y por vigilar hemorroides ajenas.
Este es el truco, ardid y añagaza de la que se valen algunos niños caprichosos, cuando no consiguen lo que quieren. Ante esta amenaza, que solo es un farol, los familiares, abuelos, padres y algún que otro pariente, muerden el anzuelo aun sabiéndolo, y corren solícitos, obsequiosos y, apresuradamente le proporcionan al niño lo que desea.
Aquellos que podemos hablar con soltura del mundo de mediados del siglo XX, nos encontramos a menudo con “amigos” que te dicen sin recato: ¡Qué bien te encuentras! Tate; estás hecho una birria y eres otra de las victimas del edadismo. Ese tipo de persecución que sufrimos los que no jugamos al tenis a diario y que repetimos un par de veces las mismas cosas.
Estoy de acuerdo con la crítica “motivada”, “razonada”, “justificada”. El señor Zapatero, expresidente de España, cuya cualidad destacada, por ese motivo, debería ser la prudencia, la ecuanimidad y jamás, pienso yo, el azuzar la calle, el empujar ideológicamente al pueblo y arrastrarnos al enfrentamiento.
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