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La última encuesta del CIS afirma que Podemos es la primera fuerza en intención de voto

El fraude político

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Nunca me fiaré de Podemos (Acabo de escribir esto y me pregunto: ¿pero es que alguna vez he confiado en algún partito político? La respuesta es: jamás) Entonces...

Los que tenemos buena memoria y una cierta edad recordamos, si no todas, una buena parte de las numerosas ocasiones en que los políticos de este u otro partido nos han defraudado. Por ejemplo, en aquellos años 80, cuando el PSOE, que aún no había alcanzado el poder, recogía firmas con el eslogan “OTAN de entrada, NO”. Fuimos muchos miles los que mordimos el anzuelo y, con este y otros señuelos, dimos nuestro voto a los socialistas en el 82. Muy poco tiempo después de haber ganado las elecciones se celebró el referendum que habían prometido para ratificar la entrada en la Alianza Atlántica (en la que, de hoz y coz, nos había metido el último gobierno de la UCD) o salir de ella; mas una bien orquestada campaña a favor de la permanencia, en la que participaron con gusto o vaya usted a saber por qué otras razones, muchos medios y “estrellas de la comunicación”, inclinó la balanza de manera definitiva y, claro, nos quedamos. Entre otras razones se adujo que la pertenencia a la OTAN condicionaba la futura entrada de España en el Mercado Común (hoy, Unión Europea) No contentos con esto y como colmo del donde dije “dije”, digo “diego”, al que tan acostumbrados nos tienen los políticos, Javier Solana, ex ministro socialista y, en teoría, opuesto en un principio al ingreso de nuestro país en aquel organismo internacional, acabaría siendo su Secretario General y colaborando en el tristemente recordado bombardeo de Kosovo.

Habrá que preguntarse si, a la larga, alguna de esas inclusiones, que, otra vez en teoría, iban a modernizar y a aupar a España al lugar que suponíamos nos correspondía casi por derecho propio (porque “nosotros lo valíamos” y eso) ha merecido la pena.

Con el primer gobierno de Aznar (1996) la cosa empezó algo menos mal o, por lo menos, eso parecía. Muchos de los que no nos dejamos guiar, o manipular, por los prejuicios de “la izquierda” o “la derecha” creímos observar un intento de regenerar un estado de cosas –el lamentable estado de la economía alíado con la corrupción política, entre otras- que constituía la herencia directa de los catorce años de “felipismo”.

El espejismo duró poco. Y, sobre todo, durante el segundo gobierno del PP, las cosas tendieron otra vez al desbarajuste. Dejando a un lado la megalomanía del presidente Aznar, que lo llevó a meternos de lleno en una guerra tan injustificada y lamentable como la de Irak, sólo para sentirse “colega de los grandes”, lo cierto es que la economía –nos guste o no, la base de casi todo- siguió asentada en el ladrillo y la especulación inmobiliaria. Nada se hizo por potenciar otros recursos; por ejemplo, el célebre I+D+I. Nada se hizo y nada se ha hecho. Zapatero, el iluminado, llegó a la presidencia en 2004 por carambola. Y sufrimos casi ocho años de desgobierno, de ideas peregrinas puestas en práctica (sólo salvaría una: la que conocemos como “ley de dependencia”) La economía nacional iniciaría un periodo de bancarrota –en la que todavía nos encontramos- coincidiendo con la crisis financiera internacional y el estallido de la burbuja inmobiliaria. Sólo nos quedaba, y nos queda, el turismo como soporte ¡Grandes avances!

Y Rajoy... ¡Ah, Rajoy! Si ZP fue el triunfo del despropósito en traje de Armani, del esperpento valleinclanesco reflejado en los espejos del callejón del Gato, Mariano representa con garbo al chupatintas de la “oficina siniestra”, aquella sección de la añorada revista de humor “La Codorniz”. Encarna el triunfo de la mediocridad arrogante, cicatera y casposa, dentro de lo más apolillado del establishment. Aunque no haya cumplido ni una de sus promesas electorales –cosa que no parece preocuparle ni poco ni mucho- luce su figura, entre blandorra y hierática, embutido en uno de esos ternos grises y sufriditos. Y es que, en este caso como en muchos, la vestimenta condiciona a quien la lleva (o al revés, que da lo mismo) Y sus trajes no son de confección como los de su amigo Camps, sino de sastre chino, que son más baratos pero quedan mejor con el paño fino que seguramente se agencia en las rebajas de Harrod´s (Esto último no lo sé, pero me lo imagino) Se ajusta los pantalones con correas (gürtel, en alemán) mientras deja que otros le lustren sus sempiternos “sebagos”. Ha encomendado el país a Santa María, porque es devoto católico. Y, como san Isidro, sueña que los ángeles le aran el campo.

No se caerá del guindo, no, como no sea que Aguirre, “la cólera de Dios”, decida que es ahora o nunca el momento de convertirse en la “dama de hierro” española.

¡No, por Dios! ¿Qué podemos hacer?
¿He dicho “podemos”?
Un escalofrío me recorre la espalda. Tengo visiones de monederos vacíos (los nuestros) y de iglesias neogóticas (como de “novela gótica”) donde se rinde culto a un santón cabezudo llamado Hugo.

No tengo razones para pensar que Pablo Iglesias no sea otra cosa que un hábil telepredicador y sus seguidores un grupo de acólitos. Y es que casi todo en política se cuece entre santones, profetas y bocazas

El fraude político

La última encuesta del CIS afirma que Podemos es la primera fuerza en intención de voto
Luis del Palacio
viernes, 7 de noviembre de 2014, 07:55 h (CET)
Nunca me fiaré de Podemos (Acabo de escribir esto y me pregunto: ¿pero es que alguna vez he confiado en algún partito político? La respuesta es: jamás) Entonces...

Los que tenemos buena memoria y una cierta edad recordamos, si no todas, una buena parte de las numerosas ocasiones en que los políticos de este u otro partido nos han defraudado. Por ejemplo, en aquellos años 80, cuando el PSOE, que aún no había alcanzado el poder, recogía firmas con el eslogan “OTAN de entrada, NO”. Fuimos muchos miles los que mordimos el anzuelo y, con este y otros señuelos, dimos nuestro voto a los socialistas en el 82. Muy poco tiempo después de haber ganado las elecciones se celebró el referendum que habían prometido para ratificar la entrada en la Alianza Atlántica (en la que, de hoz y coz, nos había metido el último gobierno de la UCD) o salir de ella; mas una bien orquestada campaña a favor de la permanencia, en la que participaron con gusto o vaya usted a saber por qué otras razones, muchos medios y “estrellas de la comunicación”, inclinó la balanza de manera definitiva y, claro, nos quedamos. Entre otras razones se adujo que la pertenencia a la OTAN condicionaba la futura entrada de España en el Mercado Común (hoy, Unión Europea) No contentos con esto y como colmo del donde dije “dije”, digo “diego”, al que tan acostumbrados nos tienen los políticos, Javier Solana, ex ministro socialista y, en teoría, opuesto en un principio al ingreso de nuestro país en aquel organismo internacional, acabaría siendo su Secretario General y colaborando en el tristemente recordado bombardeo de Kosovo.

Habrá que preguntarse si, a la larga, alguna de esas inclusiones, que, otra vez en teoría, iban a modernizar y a aupar a España al lugar que suponíamos nos correspondía casi por derecho propio (porque “nosotros lo valíamos” y eso) ha merecido la pena.

Con el primer gobierno de Aznar (1996) la cosa empezó algo menos mal o, por lo menos, eso parecía. Muchos de los que no nos dejamos guiar, o manipular, por los prejuicios de “la izquierda” o “la derecha” creímos observar un intento de regenerar un estado de cosas –el lamentable estado de la economía alíado con la corrupción política, entre otras- que constituía la herencia directa de los catorce años de “felipismo”.

El espejismo duró poco. Y, sobre todo, durante el segundo gobierno del PP, las cosas tendieron otra vez al desbarajuste. Dejando a un lado la megalomanía del presidente Aznar, que lo llevó a meternos de lleno en una guerra tan injustificada y lamentable como la de Irak, sólo para sentirse “colega de los grandes”, lo cierto es que la economía –nos guste o no, la base de casi todo- siguió asentada en el ladrillo y la especulación inmobiliaria. Nada se hizo por potenciar otros recursos; por ejemplo, el célebre I+D+I. Nada se hizo y nada se ha hecho. Zapatero, el iluminado, llegó a la presidencia en 2004 por carambola. Y sufrimos casi ocho años de desgobierno, de ideas peregrinas puestas en práctica (sólo salvaría una: la que conocemos como “ley de dependencia”) La economía nacional iniciaría un periodo de bancarrota –en la que todavía nos encontramos- coincidiendo con la crisis financiera internacional y el estallido de la burbuja inmobiliaria. Sólo nos quedaba, y nos queda, el turismo como soporte ¡Grandes avances!

Y Rajoy... ¡Ah, Rajoy! Si ZP fue el triunfo del despropósito en traje de Armani, del esperpento valleinclanesco reflejado en los espejos del callejón del Gato, Mariano representa con garbo al chupatintas de la “oficina siniestra”, aquella sección de la añorada revista de humor “La Codorniz”. Encarna el triunfo de la mediocridad arrogante, cicatera y casposa, dentro de lo más apolillado del establishment. Aunque no haya cumplido ni una de sus promesas electorales –cosa que no parece preocuparle ni poco ni mucho- luce su figura, entre blandorra y hierática, embutido en uno de esos ternos grises y sufriditos. Y es que, en este caso como en muchos, la vestimenta condiciona a quien la lleva (o al revés, que da lo mismo) Y sus trajes no son de confección como los de su amigo Camps, sino de sastre chino, que son más baratos pero quedan mejor con el paño fino que seguramente se agencia en las rebajas de Harrod´s (Esto último no lo sé, pero me lo imagino) Se ajusta los pantalones con correas (gürtel, en alemán) mientras deja que otros le lustren sus sempiternos “sebagos”. Ha encomendado el país a Santa María, porque es devoto católico. Y, como san Isidro, sueña que los ángeles le aran el campo.

No se caerá del guindo, no, como no sea que Aguirre, “la cólera de Dios”, decida que es ahora o nunca el momento de convertirse en la “dama de hierro” española.

¡No, por Dios! ¿Qué podemos hacer?
¿He dicho “podemos”?
Un escalofrío me recorre la espalda. Tengo visiones de monederos vacíos (los nuestros) y de iglesias neogóticas (como de “novela gótica”) donde se rinde culto a un santón cabezudo llamado Hugo.

No tengo razones para pensar que Pablo Iglesias no sea otra cosa que un hábil telepredicador y sus seguidores un grupo de acólitos. Y es que casi todo en política se cuece entre santones, profetas y bocazas

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