A medida que van apareciendo, día sí y otro también, nuevos y más jugosos casos de corrupción en la política española, entiendo mucho más a Podemos y su cautela a presentarse con estas siglas a las municipales del próximo mayo. Con estos antecedentes, cualquiera se expone a dejar entrar en sus filas a determinados personajillos, de esos que se arriman a un cargo público sólo para trincar y no, como debería, por vocación de servicio.
Es cierto que no hay formación política que haya tenido en algún momento responsabilidad de poder, que no tenga lazos directos con la podredumbre política en sus filas, pero es que el Partido Popular está de mierda hasta el cuello. Su presidente, cuando se digna a dar explicaciones, bien en directo o en diferido plasma mediante, intenta por todos los medios relativizar con eufemismos la situación de desconcierto que está viviendo la ciudadanía frente a todo este lamentable asunto. En buena parte lo entiendo, porque qué va a decir Mariano Rajoy que no se pille los dedos. Y en eso, Rajoy, es un hacha. Un hacha en no pillarse los dedos con nada que pueda hacerle pupita, quiero decir.
Aun así, la fuerza política número uno en nuestro país no corre peligro alguno de desmoronarse. Tendría que pasar algo pero que muy gordo, para que la mayoría de la ciudadanía que tiene derecho a voto y lo ejerce pusiese objeción a que los conservadores renovasen sus cargos. Sí, es posible, tal vez haya una criba de descarte y la tortilla se dé la vuelta en algunos de aquellos municipios seriamente damnificados por los casos de corrupción que ahora nos escandalizan a todos, pero mucho me temo que serán en los menos. Aunque si eso es lo que desea la mayoría, quién soy yo para ponerlo en entredicho.