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Una historia surrealista en un país que ya lo es

El aprendiz de brujo

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Hete aquí que en esa galería colección de “sujetos imposibles” (¿Se acuerdan de aquella otra de objetos inverosímiles, que presentaba una cafetera con el pitorro de revés o un tenedor con las púas apuntando hacia el cielo?) ha hecho su aparición “el pequeño Nicolás”.

El imberbe “factotum de la cità” servía lo mismo para un roto que para un descosido, pero, a diferencia de Fígaro, su oficio principal no consistía en pelar barbas y recortar bigotes, sino en hacerse pasar por espía; el hombre-niño imprescindible para arreglar todo tipo de entuertos entre gentes y gentecilla de “las más altas esferas”; un círculo mágico y exclusivo en el que se introdujo con desparpajo y un toque mágico digno de Harry Potter.

Su galería de retratos y clips de video incluía poses y tomas con Aznar, Ana Botella, Esperanza Aguirre, Rajoy, Tita Cervera, los Reyes de España, banqueros, jueces, empresarios, políticos autonómicos y algún que otro pillastre glamuroso. De ellos se servía, ora para pretender ser un prometedor político en ciernes, pijillo, conservador y con chispa, ora para hacerse pasar por un espía que no surgió del frio sino al amparo de los cálidos corrillos del cocteleo “vip”. Buen porte y buenos modales, abren puertas principales.

Ha sido el pequeño Nicolás lo que en el moderno hablar de germanías se llama “un procurador”, alguien que encontró muchos “lilas” en el camino. Y su corta pero intensa carrera se ha truncado de pronto, según dicen, cuando en alguno de esos saraos que frecuentaba, entre copa y canapé, se topó con la horma de su zapato: no se hizo pasar por Grande España –cosa algo pasada de moda- sino por agente del CNI, cuando le presentaron a un señor que era espía de verdad y este le detectó al vuelo como impostor ¡Vaya mala suerte!

Quedaron frustrados su planes de rescatar al clan mafioso de los Pujol, empleando sus artes (¿malas?) y contactos “al más alto nivel” con la judicatura, los políticos y otras hierbas (algunas acaso buenas) estatales.

Este verano tomó el pelo al alcalde de Ribadeo cuando anunció la inminente visita de Felipe VI a la comarca, en su calidad de “emisario regio”. Y es que el chico se divertía de lo lindo.

Confieso que me da cierta pena que le hayan pillado.

Una historia así no se ve todos los días. Comprobamos con ella que nuestros pícaros de siempre, como “los muerrtos que vos matásteis” -del Tenorio- “gozan de buena salud”. Morales, Blesas, Ratos, Núñeces, Urdangarines, Bárcenas, Fabras y demás personajillos del patio de Monipodio, carecen de la gracia de este veinteañero del barrio de Prosperidad.

Nadie sabe a dónde habría llegado si no se hubiera ido de la lengua (¡Ay, esos traicioneros cócteles de champán!) Quizá a presidente del Gobierno o hasta los altares.

Francisco Nicolás Gómez Iglesias no llegó a ser James Bond, aunque poco le faltó. Coches de lujo, mansiones, dinero...

Nos cae bien porque se la ha dado con queso a muchos que suelen caernos rematadamente mal. Y eso tiene su mérito.

Espero que de ahora en adelante nos deleite con apasionantes novelas o guiones de intriga. Ha sido, como el aprendiz de brujo, protagonista de una historia casi mágica que ha venido a rescatarnos, aunque sólo sea por unas horas, de la zafia vulgaridad que nos rodea.

El aprendiz de brujo

Una historia surrealista en un país que ya lo es
Luis del Palacio
jueves, 23 de octubre de 2014, 07:25 h (CET)
Hete aquí que en esa galería colección de “sujetos imposibles” (¿Se acuerdan de aquella otra de objetos inverosímiles, que presentaba una cafetera con el pitorro de revés o un tenedor con las púas apuntando hacia el cielo?) ha hecho su aparición “el pequeño Nicolás”.

El imberbe “factotum de la cità” servía lo mismo para un roto que para un descosido, pero, a diferencia de Fígaro, su oficio principal no consistía en pelar barbas y recortar bigotes, sino en hacerse pasar por espía; el hombre-niño imprescindible para arreglar todo tipo de entuertos entre gentes y gentecilla de “las más altas esferas”; un círculo mágico y exclusivo en el que se introdujo con desparpajo y un toque mágico digno de Harry Potter.

Su galería de retratos y clips de video incluía poses y tomas con Aznar, Ana Botella, Esperanza Aguirre, Rajoy, Tita Cervera, los Reyes de España, banqueros, jueces, empresarios, políticos autonómicos y algún que otro pillastre glamuroso. De ellos se servía, ora para pretender ser un prometedor político en ciernes, pijillo, conservador y con chispa, ora para hacerse pasar por un espía que no surgió del frio sino al amparo de los cálidos corrillos del cocteleo “vip”. Buen porte y buenos modales, abren puertas principales.

Ha sido el pequeño Nicolás lo que en el moderno hablar de germanías se llama “un procurador”, alguien que encontró muchos “lilas” en el camino. Y su corta pero intensa carrera se ha truncado de pronto, según dicen, cuando en alguno de esos saraos que frecuentaba, entre copa y canapé, se topó con la horma de su zapato: no se hizo pasar por Grande España –cosa algo pasada de moda- sino por agente del CNI, cuando le presentaron a un señor que era espía de verdad y este le detectó al vuelo como impostor ¡Vaya mala suerte!

Quedaron frustrados su planes de rescatar al clan mafioso de los Pujol, empleando sus artes (¿malas?) y contactos “al más alto nivel” con la judicatura, los políticos y otras hierbas (algunas acaso buenas) estatales.

Este verano tomó el pelo al alcalde de Ribadeo cuando anunció la inminente visita de Felipe VI a la comarca, en su calidad de “emisario regio”. Y es que el chico se divertía de lo lindo.

Confieso que me da cierta pena que le hayan pillado.

Una historia así no se ve todos los días. Comprobamos con ella que nuestros pícaros de siempre, como “los muerrtos que vos matásteis” -del Tenorio- “gozan de buena salud”. Morales, Blesas, Ratos, Núñeces, Urdangarines, Bárcenas, Fabras y demás personajillos del patio de Monipodio, carecen de la gracia de este veinteañero del barrio de Prosperidad.

Nadie sabe a dónde habría llegado si no se hubiera ido de la lengua (¡Ay, esos traicioneros cócteles de champán!) Quizá a presidente del Gobierno o hasta los altares.

Francisco Nicolás Gómez Iglesias no llegó a ser James Bond, aunque poco le faltó. Coches de lujo, mansiones, dinero...

Nos cae bien porque se la ha dado con queso a muchos que suelen caernos rematadamente mal. Y eso tiene su mérito.

Espero que de ahora en adelante nos deleite con apasionantes novelas o guiones de intriga. Ha sido, como el aprendiz de brujo, protagonista de una historia casi mágica que ha venido a rescatarnos, aunque sólo sea por unas horas, de la zafia vulgaridad que nos rodea.

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