Miguel Boyer Salvador, el que fuera diputado socialista menos socialista que ha pisado el Congreso, ha fallecido ayer a causa de una embolia a los setenta y cinco años de edad. Durante aproximadamente tres años, ocupó una cartera ministerial tan difícil de gestionar como la de Economía, pero de aquel complicado reto no salió tan mal parado como Ruíz Mateos, empresario a quien expropió el holding de la abeja, entramado de empresas cuyas irregularidades en la gestión hizo necesario tomar una medida tan drástica como arriesgada. Y es que de ese traumático hecho, el expropietario de Rumasa no ha llegado nunca a recuperarse del todo. Gloriosas resultaron sus intervenciones públicas, en las que amenazaba a su némesis con arrearle un sopapo delante de las cámaras. De ahí que la imagen del jerezano, embozado en un disfraz del hombre de acero, haya pasado a formar parte, por méritos propios, del imaginario colectivo de este bendito país.
Tras la desaparición del exministro, ahora todo son alabanzas y parabienes, pero las hemerotecas están plagadas de comentarios ásperos, más o menos malintencionados, acerca de su matrimonio con la diva del savoir vivre patrio, Isabel Preysler. De hecho, nadie daba un duro por aquella unión entre un tío aparentemente tan sieso y una atractiva cortesana acostumbrada a exhibirse y airear su glamurosa vida en las revistas de papel couché, como la que ahora ya es su viuda. Es más, el hito más sorprendente en la vida del economista no fue que un gentleman como él militase durante más de cuarenta años en el Partido Socialista Obrero Español, sino que lograse conservar un matrimonio que sorprendió a tantos. Ciertamente, ignoro qué podrían ofrecerse el uno al otro para conseguir mantener viva aquella llama, pues los mundos de los que ambos procedían eran, con toda probabilidad, tan dispares el uno del otro, pero es evidente que lo consiguió.