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Temores y algunas esperanzas ante una consulta que hará historia

Escocia La Brava

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En Europa vivimos los últimos coletazos del repliegue imperial. Las grandes naciones que se convirtieron en poderosas gracias a la suma de sus partes y más tarde avasallando a otras, fueron haciéndose poco a poco el harakiri, una tras otra, a lo largo del siglo XX. Gran Bretaña fue una de las pioneras en lo del dominio imperial y acaso se haya resistido a renunciar del todo a ese esplendor hasta ahora. Por fin hoy se sabrá si del Reino Unido se escabulle a través de una especie de gatera de la Historia una de sus partes: Escocia.

También sabremos si la Union Jack habrá de desprenderse de la cruz de San Andrés para volver a engalanar los bastiones de los “señores de Escocia”: los Ducan, los Stuart, los Urquhar, los Gordon, los MacLeod… y tantos otros que nunca dejaron de lucir con orgullo, incluso en la época en que se prohibieron, los colores de su clan. Ese orgullo, un tanto anacrónico aunque comprensible, ya hacía sonreír a Sir Walter Scott a principios del s. XIX.

El camino sin retorno emprendido por el Primer Ministro David Cameron cuando atendieron y facilitaron las demandas de los independentistas, culmina hoy con un referendo que no sólo marcará el futuro del Reino Unido (que dejará de serlo en caso de que venza el “sí”) sino que afectará a la propia Unión Europea, sujeta a una progresiva atomización. El concepto de “estado libre asociado” es muy ambiguo y no garantizaría que, a la larga y no tan larga, no se convocara otro referendo para decidir si los escoceses quieren o no que la jefatura del Estado siga representada por la Corona Británica. Y es evidente que un gran número de los votantes favorables a la independencia son de ideas republicanas. Esto no es en sí un factor negativo, pero en el caso de que llegado el momento se constituyera la república de Escocia es probable que EEUU dejara de contar con la parte correspondiente de aquel aliado incondicional en el Atlántico Norte, fundamental para sus intereses estratégicos (a este respecto hay que recordar que en el programa independentista figura la retirada total de los misiles Trident de la base de Clyde antes de 2020) Por eso Obama, con todas las reservas diplomáticas convenientes y sin decirlo claramente, se ha mostrado favorable al “no”.

Dicen las encuestas que ambas opciones se encuentran muy equilibradas; acaso con una ligera ventaja de los que no desean desmembrar un reino hasta ahora unido. El primer ministro escocés, Alex Salmond (que sólo por la “d” final de su apellido no ostenta el nombre del que es, junto al whisky, uno de los productos escoceses más característicos) ha sido el artífice de esta operación, que se diría, vista superficialmente, más de cirugía estética que de otra mucho menos amable: la que cercena una parte sustancial de un país unido por más de trescientos años de historia común. Gran Bretaña, que más tarde pasaría a ser el Reino Unido con la anexión de Irlanda, era ya una nación bastantes décadas antes de que comenzaran los movimientos de independencia en las colonias americanas. Y la historia del Imperio Británico no se entendería sin Escocia. Los vínculos que, superada la hostilidad de los cien primeros años (1707- 1807) y muerto décadas antes el pretendiente al trono de los Estuardo, Bonnie Prince Charles, fueron haciéndose más y más fuertes, contribuyeron a tantos actos de patriotismo y abnegación como los protagonizados por regimientos y batallones de Highlanders en las dos Guerras Mundiales. El Gobierno de Londres fue en general muy respetuoso con la idiosincrasia de Escocia; un respeto y una consideración en lo político que exceden con mucho de la mera anécdota o del apunte folclórico. De hecho, “la otra parte celta” de Gran Bretaña, Gales, donde también anida un fuerte sentimiento separatista, siempre ha sufrido un cierto agravio comparativo con respecto a su hermana del Norte.

Existe un cierto estupor entre la sociedad británica ante todo lo que ha venido sucediendo durante los últimos años y hoy culmina. El “ciudadano de a pie – sufridor como siempre; y no me refiero como es lógico a los escoceses partidarios del “sï”- no entiende muy bien lo que está pasando y, sobre todo, por qué está pasando.

Karl Marx se equivocó al prever que el lugar donde primero echarían raíces las ideas socialistas sería Gran Bretaña. Y es que las Islas Británicas siempre han sido “distintas”. Siglo y medio después esa otra “balsa de piedra”, tan diferente de la que inspiró a Saramago, se está resquebrajando.

Creo que, como siempre, existen los caciques de la banca oculta, los clanes ancestrales (no necesariamente con “tartan” propio) los intereses de unos pocos que manipulan a la masa y, en este caso concreto, nada menos que la quimera del oro negro del mar del Norte. Una pregunta al aire: ¿Quién tendrá en el futuro, ganando el “sí, su monopolio? ¿El pueblo soberano de Escocia? Resulta dudoso.

Dentro de unas horas sabremos el resultado. Yo, por mi parte, prefiero cruzar los dedos y esperar con el fantasma de MacPherson, el viejo gaitero, en este atardecer junto a las ruinas del castillo de Urquhar, mirando las aguas quietas del lago Ness, tarareando aquellos conocidos versos de Robert Burns, “Auld Lang Syne”: “Por los viejos tiempos/ amigo mío/ por los viejos tiempos tomaremos una copa de amistad/ por los viejos tiempos…”

Escocia La Brava

Temores y algunas esperanzas ante una consulta que hará historia
Luis del Palacio
jueves, 18 de septiembre de 2014, 07:34 h (CET)
En Europa vivimos los últimos coletazos del repliegue imperial. Las grandes naciones que se convirtieron en poderosas gracias a la suma de sus partes y más tarde avasallando a otras, fueron haciéndose poco a poco el harakiri, una tras otra, a lo largo del siglo XX. Gran Bretaña fue una de las pioneras en lo del dominio imperial y acaso se haya resistido a renunciar del todo a ese esplendor hasta ahora. Por fin hoy se sabrá si del Reino Unido se escabulle a través de una especie de gatera de la Historia una de sus partes: Escocia.

También sabremos si la Union Jack habrá de desprenderse de la cruz de San Andrés para volver a engalanar los bastiones de los “señores de Escocia”: los Ducan, los Stuart, los Urquhar, los Gordon, los MacLeod… y tantos otros que nunca dejaron de lucir con orgullo, incluso en la época en que se prohibieron, los colores de su clan. Ese orgullo, un tanto anacrónico aunque comprensible, ya hacía sonreír a Sir Walter Scott a principios del s. XIX.

El camino sin retorno emprendido por el Primer Ministro David Cameron cuando atendieron y facilitaron las demandas de los independentistas, culmina hoy con un referendo que no sólo marcará el futuro del Reino Unido (que dejará de serlo en caso de que venza el “sí”) sino que afectará a la propia Unión Europea, sujeta a una progresiva atomización. El concepto de “estado libre asociado” es muy ambiguo y no garantizaría que, a la larga y no tan larga, no se convocara otro referendo para decidir si los escoceses quieren o no que la jefatura del Estado siga representada por la Corona Británica. Y es evidente que un gran número de los votantes favorables a la independencia son de ideas republicanas. Esto no es en sí un factor negativo, pero en el caso de que llegado el momento se constituyera la república de Escocia es probable que EEUU dejara de contar con la parte correspondiente de aquel aliado incondicional en el Atlántico Norte, fundamental para sus intereses estratégicos (a este respecto hay que recordar que en el programa independentista figura la retirada total de los misiles Trident de la base de Clyde antes de 2020) Por eso Obama, con todas las reservas diplomáticas convenientes y sin decirlo claramente, se ha mostrado favorable al “no”.

Dicen las encuestas que ambas opciones se encuentran muy equilibradas; acaso con una ligera ventaja de los que no desean desmembrar un reino hasta ahora unido. El primer ministro escocés, Alex Salmond (que sólo por la “d” final de su apellido no ostenta el nombre del que es, junto al whisky, uno de los productos escoceses más característicos) ha sido el artífice de esta operación, que se diría, vista superficialmente, más de cirugía estética que de otra mucho menos amable: la que cercena una parte sustancial de un país unido por más de trescientos años de historia común. Gran Bretaña, que más tarde pasaría a ser el Reino Unido con la anexión de Irlanda, era ya una nación bastantes décadas antes de que comenzaran los movimientos de independencia en las colonias americanas. Y la historia del Imperio Británico no se entendería sin Escocia. Los vínculos que, superada la hostilidad de los cien primeros años (1707- 1807) y muerto décadas antes el pretendiente al trono de los Estuardo, Bonnie Prince Charles, fueron haciéndose más y más fuertes, contribuyeron a tantos actos de patriotismo y abnegación como los protagonizados por regimientos y batallones de Highlanders en las dos Guerras Mundiales. El Gobierno de Londres fue en general muy respetuoso con la idiosincrasia de Escocia; un respeto y una consideración en lo político que exceden con mucho de la mera anécdota o del apunte folclórico. De hecho, “la otra parte celta” de Gran Bretaña, Gales, donde también anida un fuerte sentimiento separatista, siempre ha sufrido un cierto agravio comparativo con respecto a su hermana del Norte.

Existe un cierto estupor entre la sociedad británica ante todo lo que ha venido sucediendo durante los últimos años y hoy culmina. El “ciudadano de a pie – sufridor como siempre; y no me refiero como es lógico a los escoceses partidarios del “sï”- no entiende muy bien lo que está pasando y, sobre todo, por qué está pasando.

Karl Marx se equivocó al prever que el lugar donde primero echarían raíces las ideas socialistas sería Gran Bretaña. Y es que las Islas Británicas siempre han sido “distintas”. Siglo y medio después esa otra “balsa de piedra”, tan diferente de la que inspiró a Saramago, se está resquebrajando.

Creo que, como siempre, existen los caciques de la banca oculta, los clanes ancestrales (no necesariamente con “tartan” propio) los intereses de unos pocos que manipulan a la masa y, en este caso concreto, nada menos que la quimera del oro negro del mar del Norte. Una pregunta al aire: ¿Quién tendrá en el futuro, ganando el “sí, su monopolio? ¿El pueblo soberano de Escocia? Resulta dudoso.

Dentro de unas horas sabremos el resultado. Yo, por mi parte, prefiero cruzar los dedos y esperar con el fantasma de MacPherson, el viejo gaitero, en este atardecer junto a las ruinas del castillo de Urquhar, mirando las aguas quietas del lago Ness, tarareando aquellos conocidos versos de Robert Burns, “Auld Lang Syne”: “Por los viejos tiempos/ amigo mío/ por los viejos tiempos tomaremos una copa de amistad/ por los viejos tiempos…”

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