Aunque los líderes del PP y sus acólitos lo nieguen, la reforma de la ley electoral que pretenden llevar a cabo es un pucherazo. Nada que ver, desde luego, con el decimonónico pucherazo que contaba con la colaboración necesaria de los caciques. Pero pretender que la lista más votada representa la mayoría social es un disparate; si, además, se hace con conocimiento de causa, la cosa tiene delito. Pero, bueno, sorpresas te da la vida y, quién sabe, igual estos que ahora piensan que, cambiando la ley van a ir a por lana, acaban volviendo trasquilados.
Los líderes del PP sospechan que en las próximas elecciones municipales sus listas serán las más votadas en la mayoría de los municipios, especialmente en Madrid y Valencia, pero temen que la suma de los votos obtenidos por los partidos de la oposición supere los suyos propios. Así que la única manera de asegurarse el control de los ayuntamientos es cambiando la ley electoral, tal y como se proponen hacerlo.
El problema que yo le veo a esta iniciativa es que igual no se cumplen sus pronósticos. Quién sabe, a lo mejor la lista de Podemos en Madrid, por ejemplo, resulta la más votada. Y, entonces, ¿qué pasaría? Nos encontraríamos que, gracias al PP, Madrid se convierte en la capital del marxismo, del rojerío más extremo, de la revolución bolivariana, de las expropiaciones, del anticlericalismo; en fin, en el baluarte de los enemigos de la patria. Ya estoy viendo a Ana Botella y a todo su séquito huyendo al exilio en el AVE; y a la mierda el relaxing cup of café con leche en la plaza Mayor. Un sinvivir.
La prudencia aconseja no cambiar ciertas cosas cuando vivimos en la incertidumbre. Y, a diferencia de los demás partidos políticos, con Podemos no se puede hacer cocina electoral, pues no tiene pasado. Yo, que Ana Botella, me empezaría a aprender la Internacional.