Alguien denominó, a lo que luego se ha venido conociendo como la Primavera Árabe, como
la “revolución democrática árabe”; un movimiento que, para muchos, se consideró como
una maniobra popular instigada por medio de las redes sociales con el objeto de derrumbar
las dictaduras que estaban al frente de muchos de los países del norte de África y Oriente
Medio y devolver el poder y la libertad a unos pueblos sojuzgados por la mano férrea de
caudillos que habían impuesto su ley por medio del terror y la fuerza. Naturalmente que nadie,
medianamente versado en cuestiones políticas, pudo tragarse aquel placebo que no hacía más
que ocultar, bajo la excusa de devolver la democracia a aquellas teocracias o dictaduras, un
intento solapado de determinados países occidentales de poner su zarpa sobre las importantes
reservas petrolíferas de algunas de aquellas naciones.
Como en tantas otras ocasiones, los que encendieron la yesca que desencadenó el movimiento
revolucionario que comenzó en Túnez y se fue extendiendo a través de Libia, Egipto, el
Yemen y la misma Siria como un reguero de pólvora; en un levantamiento que parecía
que tenía el aspecto de triunfar y darles a aquellos pueblos las posibilidades de establecer
democracias al estilo occidental, no supieron valorar sus consecuencias. Error garrafal.
Pasados los años vemos como, las 28 facciones que se disputan el poder en Libia, no han sido
capaces de entenderse y siguen luchando, en una pelea fraticida, para hacerse con el poder,
mientras la inmensa riqueza del país se va gastando en armas y los hombres se siguen matando
los unos a los otros, sin que la miseria haya desaparecido y aquella Europa que bendijo aquella
revolución fuera capaz de poner orden en tanto desaguisado. En Egipto, cuando los Hermanos
Musulmanes, de forma democrática, se hicieron con el poder; los militares y una parte del
pueblo se rebelaron contra la legalidad y lo único que se ha conseguido es que, después de un
río de sangre, una dictadura militar, la de Mubarak, haya sido sustituida por otra, la del general
Al-Sisi, sin que el pueblo egipcio haya sacado ningún provecho del cambio de régimen. De
momento es el único país de la zona que no está en manos del integrismo islamista.
La situación en Siria no puede ser más alarmante ante la fracasada revolución de una parte del
pueblo que, sin embargo, ha sido incapaz de arrastrar a la otra afecta al régimen dictatorial de
Basar-Al-Asad que ha sabido mantener al Ejército a su lado y que, después de unos momentos
de confusión y de aparente triunfo de la revolución, supo conservar en sus manos la iniciativa
de modo que la batalla sigue mientras los insurgentes se van batiendo en retirada. La situación
de Irak, después del abandono de las tropas americanas, no tiene mejor diagnóstico, cuando
los yihadistas siguen cometiendo atentados monstruosos mientras los nuevos gobernantes
no acaban de ponerse de acuerdo y las fuerzas rebeldes cada vez tienen más arrinconadas a
las fuerzas regulares del país. Las consecuencias más de 100.000 muertos en una primavera
que podría calificarse de tenebrosa. Tampoco la situación en Líbano puede calificarse de
estable y los enfrentamientos de los palestinos y judíos en la franja de Gaza dan idea de hasta
donde toda aquella parte de Oriente Medio está sometida a los vaivenes motivados por los
enfrentamientos que, en líneas generales, se pueden dividir entre los islamistas y el resto de
pobladores de todos aquellos países.
Y, señores, aquí tenemos lo que se pudiera considerar como el núcleo, la semilla de lo que
pretende ser el Califato Islámico del sigloXXI, proclamado por el grupo ISIS en las zonas que
mantiene bajo su dominio en Irak y Siria; al que ya han calificado como Estado Islámico, EI,
que reclama la supremacía sobre todos los grupos yihaidistas. Hace años quizá sólo se hubiera
considerado el tema de una novela de aventuras de Robert Ludlum o Frederich Forsyth, pero,
en la actualidad, el movimiento islamista parece que va adquiriendo fuerza y cada vez las
interpretaciones de El Corán, que corren a cargo de extremistas fanáticos, van encauzadas a
la famosa guerra contra las religiones que ellos consideran blasfémicas y que van en contra
de las enseñanzas del profeta Mahoma. No deja de ser llamativa la situación a la que ha
conducido la famosa Primavera árabe, formando una frontera al sur de Europa integrada por
países en los que la religión predominante es la islámica.
No olvidemos que nuestros vecinos del sur, Marruecos, hubo momentos en los que quiso
reclamar, no sólo Ceuta y Meliya, sino que sus aspiraciones eran reconquistar para el Islam
la Mequita de Córdoba y todo El Andalus; del que fueron expulsados en 1.492 por los Reyes
Católicos. Lo que sucede es que, las naciones europeas, como le viene sucediendo a la UE,
no son capaces de actuar de forma unida y cada una de ellas se deja arrastrar por sus intereses
particulares. Hoy se está viendo, con el conflicto de Ukrania, donde las naciones del norte, las
que dependen del gas y petróleo ruso, son reacias a poner sanciones fuertes a Rusia, debido
a que, aparte de depender de ella energéticamente, su comercio y exportaciones con Rusia
les representan muchos miles de millones de euros. Para naciones como España, menos
dependientes del petróleo ruso, el enfrentarse a Arabia Saudí, a Irán o a la misma Libia, les
supone poner en peligro nuestro suministro de petróleo lo que sucedería con el gas de Argelia
si nos tuviéramos que oponer a ella.
No obstante, el peligro de que el islamismo, la extensión del llamado nuevo Califato que
agrupara en un Estado Islámico al mundo árabe, está ganando adeptos en muchos países del
magreb y nadie podría poner en duda que, dentro de unos años, no tantos como pudiéramos
pensar, Europa se tenga que enfrentar a una federación de estados islámicos, agrupados bajo
la batuta de un Emirato islámico, dirigido por algún iluminado que disponga de armamento
atómico y que amenace con la destrucción total si no se acepta su supremacía. Puede que,
como ya hemos comentado en otras ocasiones, esta CE, tan centrada en contemplarse su
ombligo económico, tan pendiente de sus problemas internos y, a pesar de todo, tan falta de
unidad a la hora de tomar decisiones importantes; se vea superada, como les ha ocurrido con el
caso de Ukrania, por sus divisiones internas cuando sea preciso que los intereses comunitarios
se pongan por encima de los de algunas de sus naciones.
Sin una Constitución que sea capaz de establecer una solidaridad europea que sea capaz de
compensar, a quienes salgan perjudicados en una acción necesaria por parte de la comunidad;
es evidente que será imposible, como ocurre en el caso de la inmigración irregular que
estamos padeciendo en Italia y España, siempre se producirán fricciones que, en un caso
determinado, pueden poner en peligro hasta la solidaridad de toda la CE. Puede que sea
un tema que, para algunos les parecerá remoto, distante y utópico; pero no olvidemos que
estamos en un mundo donde las comunicaciones están tan extendidas de manera que, en
pocos segundos, se puede poner en alerta a muchos millones de personas, sobre todo cuando
llevan años escuchando a sus predicadores que hay que acabar con los “infieles” entre los que,
desgraciadamente nos encontramos. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano
de a pie, pensamos que los españoles estamos a las mismas puertas del Islam.