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“No vamos a dar la información del ayuntamiento en las dos lenguas oficiales. Estamos en Barcelona, que es la capital de la catalanidad”. Me indignan las palabras de Xavier Trias. Por ejemplo, si uno va a Bruselas puede comprobar cómo se respetan las dos lenguas oficiales, con señales de tráfico, impresos y folletos en flamenco y en francés. Sin embargo, el nacionalismo catalán nunca ha asumido ni respetado la pluralidad lingüística de Cataluña.
Para ellos sólo hay una lengua, la suya. Lo demuestran en el modelo uniformizador de monolingüismo en las escuelas; en las multas lingüísticas a quien no rotula en catalán o en la imposibilidad de encontrar información en las dos lenguas oficiales. Eso sí, exigen “respeto a la pluralidad lingüística” cuando van a Madrid. ¡Cuánto cinismo!
A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
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