Me hubiera gustado hacer llegar este mensaje a sus destinatarios, pero no he conseguido encontrar un canal más directo. Me sirvo de lo que tengo a mi alcance, con la esperanza de que llegue a su destino.
La abdicación sería un acierto si, como lo hiciera el Conde de Barcelona, el entorno del heredero tiene armado un proyecto de consenso con las fuerzas del nuevo régimen y por su parte, el abdicando dispone del mismo instrumento para lograr un consenso con los poderes del actual régimen. La jefatura del Estado obraría en esos supuestos con mucha más agilidad que los partidos del poder frente a la crisis de un sistema que se desmorona, como lo acreditan los escándalos, los resultados de las encuestas y de las elecciones y el alejamiento cada vez mayor de los ciudadanos y ciudadanas a las instituciones.
El nuevo monarca se situaría en el escenario de la actualidad y buscaría su puesto en las nuevas relaciones de poder, como lo hizo el conde de Barcelona. El sucesor, lógicamente, tiene que dar el paso que han dado los ciudadanos, cada vez más alejados de las instituciones, incluida la jefatura el Estado.
Me permito recordar a la última la gran responsabilidad que asume. Los ciudadanos estamos lamiéndonos las heridas de nuestras ilusiones perdidas y cada vez somos más conscientes de la urgencia de defender nuestros derechos.
También me permito recordar algunos Borbones: Enrique IV, los Orleans y no olvidemos a Don Juan o a Carlos Hugo de Borbón Parma, que, a mi juicio, dieron esos pasos, en sus respectivas épocas.
Finalmente, creo mi deber advertir la necesidad de tener en cuenta los errores cometidos en los casos mencionados; así, la dinastía Orleans, la del que se hacía llamar “rey de los franceses” fue arrasada por el bonapartismo.