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Sobre el triunfo electoral de Podemos en la consulta europea

La "verdad" del sofista

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Un joven de treinta y cinco años y “más que suficientemente preparado”, que hacía callar a más de un bocazas tertuliano-televisivo (y pienso, en concreto, en uno) proclamando hasta con cierta humildad sus trece matrículas de honor universitarias y su premio extraordinario fin de carrera, acaba de alzarse con una victoria sin precedentes en las pasadas elecciones europeas. Su nombre, Pablo Iglesias, dice mucho a favor del sentido de una de las numerosas frases lapidarias, poco entendidas, de don Miguel de Unamuno: “ser es llamarse”.

No sé nada de la biografía de este profesor ahora metido a político, pero me pregunto hasta qué punto fue casual la elección del nombre de pila que habría de unirse a tan pío apellido. La tentación de llamar a tus hijos como a tus héroes de cabecera es demasiado fuerte para algunos. Hubo muchos “adolfos” a comienzos de los años cuarenta y muchas “fabiolas” en los sesenta; “dianas” en los ochenta y no son pocos los “baraks” y las “shakiras” que no tendrán más de cinco o seis años.

El caso es que el moderno Pablo Iglesias poco o nada tiene que ver con “el clásico”, que fue fundador del Partido Socialista Obrero Español. Aquel que introdujo las ideas marxistas de cambio social a finales del siglo XIX y formó un partido que ha aportado cosas buenas y malas –casi a partes iguales- a la historia española de los últimos cien años. El actual es un neófito, un recién llegado, que merced a los modernos y manipuladores medios de comunicación, en especial a la televisión, ha pasado de ser un completo desconocido a líder de masas en cuestión de unos pocos meses. Y no es cuestión de extrañarse a estas alturas: sabemos que también Belén Esteban tendría grandes posibilidades si decidiera dar el salto de “Sálvame” a la política.

Pero Pablo Iglesias, a diferencia de la “princesa del pueblo”, no rebuzna. Antes bien su discurso es pausado, con apariencia de ecuanimidad y casi exquisitamente educado. Jamás interrumpe a su interlocutor mientras lo observa con absortos ojos de salamandra; y esto, en un país tan de rompe y rasga como el nuestro, produce desasosiego. Hasta el punto en que más de uno -¡Ay, Alfonso Rojo!- haya perdido los nervios frente a él, lo que ha contribuido a dar peso a sus tesis de humo.

Es sabido que la receta magistral del sofista se compone de una verdad –en este caso, por ejemplo, la realidad del paro que lacera nuestra sociedad- a partir de la cual se desarrolla una tesis demagógica para conducirnos a una conclusión falsa.

Veamos:

Se inventa un “enemigo del pueblo” al que llama “la casta”, que no es otro que el conjunto de todos los partidos políticos, excepto el suyo (Quede claro que quien esto firma tampoco cree en el sistema de partidos actual y, por supuesto, tampoco en Podemos)

A falta de verdaderas ideas vocean consignas y proclaman (casi declaman) principios programáticos que son un batiburrillo entre marxismo-leninismo con algún ligero guiño estalinista, revolución cubana tamizada por un bolivarismo chavista con toques de utopía hippie. El cóctel es del gusto de paladares astragados de políticos de salón, mentirosos y oportunistas, y ha llevado a más de un millón de personas a votarlo. No es de extrañar, aunque sí de temer, ya que demuestra que la mayoría de los votantes confunden la obra de Lewis Carroll con la de Hergé: la diferencia entre vivir en el país de las maravillas a hacerlo en el país de los soviets.

Pablo Iglesias –hombre muy inteligente y, como señalé al principio, muy preparado intelectualmente- se ha rodeado de un equipo nada desdeñable. Todos los representantes de Podemos que han hablado durante la campaña electoral han demostrado un nivel oratorio muy superior al de los que lo hacían en nombre de los dos grandes partidos, empeñados en emular ora a la “princesa del pueblo” ora a Chiquito de la Calzada. Pero la oratoria no es todo. El programa de Podemos es falso por inaplicable y los que lo pergeñaron (hombres y mujeres “suficientemente preparados”) lo saben.

Cabe entonces preguntarse: ¿Por qué lo hacen?

Opciones mucho más razonables, como las de UPyD y Ciudadanos, han quedado como poco más que cerros testigos en un panorama desolado y desolador.

Así las cosas, y con la extrema derecha enseñoreada en Francia, Holanda, Dinamarca y Gran Bretaña, parece que el nuevo Parlamento Europeo no va a ser tanto un corral de comedias como un peculiar “patio de Monipodio”.

La "verdad" del sofista

Sobre el triunfo electoral de Podemos en la consulta europea
Luis del Palacio
miércoles, 28 de mayo de 2014, 22:13 h (CET)
Un joven de treinta y cinco años y “más que suficientemente preparado”, que hacía callar a más de un bocazas tertuliano-televisivo (y pienso, en concreto, en uno) proclamando hasta con cierta humildad sus trece matrículas de honor universitarias y su premio extraordinario fin de carrera, acaba de alzarse con una victoria sin precedentes en las pasadas elecciones europeas. Su nombre, Pablo Iglesias, dice mucho a favor del sentido de una de las numerosas frases lapidarias, poco entendidas, de don Miguel de Unamuno: “ser es llamarse”.

No sé nada de la biografía de este profesor ahora metido a político, pero me pregunto hasta qué punto fue casual la elección del nombre de pila que habría de unirse a tan pío apellido. La tentación de llamar a tus hijos como a tus héroes de cabecera es demasiado fuerte para algunos. Hubo muchos “adolfos” a comienzos de los años cuarenta y muchas “fabiolas” en los sesenta; “dianas” en los ochenta y no son pocos los “baraks” y las “shakiras” que no tendrán más de cinco o seis años.

El caso es que el moderno Pablo Iglesias poco o nada tiene que ver con “el clásico”, que fue fundador del Partido Socialista Obrero Español. Aquel que introdujo las ideas marxistas de cambio social a finales del siglo XIX y formó un partido que ha aportado cosas buenas y malas –casi a partes iguales- a la historia española de los últimos cien años. El actual es un neófito, un recién llegado, que merced a los modernos y manipuladores medios de comunicación, en especial a la televisión, ha pasado de ser un completo desconocido a líder de masas en cuestión de unos pocos meses. Y no es cuestión de extrañarse a estas alturas: sabemos que también Belén Esteban tendría grandes posibilidades si decidiera dar el salto de “Sálvame” a la política.

Pero Pablo Iglesias, a diferencia de la “princesa del pueblo”, no rebuzna. Antes bien su discurso es pausado, con apariencia de ecuanimidad y casi exquisitamente educado. Jamás interrumpe a su interlocutor mientras lo observa con absortos ojos de salamandra; y esto, en un país tan de rompe y rasga como el nuestro, produce desasosiego. Hasta el punto en que más de uno -¡Ay, Alfonso Rojo!- haya perdido los nervios frente a él, lo que ha contribuido a dar peso a sus tesis de humo.

Es sabido que la receta magistral del sofista se compone de una verdad –en este caso, por ejemplo, la realidad del paro que lacera nuestra sociedad- a partir de la cual se desarrolla una tesis demagógica para conducirnos a una conclusión falsa.

Veamos:

Se inventa un “enemigo del pueblo” al que llama “la casta”, que no es otro que el conjunto de todos los partidos políticos, excepto el suyo (Quede claro que quien esto firma tampoco cree en el sistema de partidos actual y, por supuesto, tampoco en Podemos)

A falta de verdaderas ideas vocean consignas y proclaman (casi declaman) principios programáticos que son un batiburrillo entre marxismo-leninismo con algún ligero guiño estalinista, revolución cubana tamizada por un bolivarismo chavista con toques de utopía hippie. El cóctel es del gusto de paladares astragados de políticos de salón, mentirosos y oportunistas, y ha llevado a más de un millón de personas a votarlo. No es de extrañar, aunque sí de temer, ya que demuestra que la mayoría de los votantes confunden la obra de Lewis Carroll con la de Hergé: la diferencia entre vivir en el país de las maravillas a hacerlo en el país de los soviets.

Pablo Iglesias –hombre muy inteligente y, como señalé al principio, muy preparado intelectualmente- se ha rodeado de un equipo nada desdeñable. Todos los representantes de Podemos que han hablado durante la campaña electoral han demostrado un nivel oratorio muy superior al de los que lo hacían en nombre de los dos grandes partidos, empeñados en emular ora a la “princesa del pueblo” ora a Chiquito de la Calzada. Pero la oratoria no es todo. El programa de Podemos es falso por inaplicable y los que lo pergeñaron (hombres y mujeres “suficientemente preparados”) lo saben.

Cabe entonces preguntarse: ¿Por qué lo hacen?

Opciones mucho más razonables, como las de UPyD y Ciudadanos, han quedado como poco más que cerros testigos en un panorama desolado y desolador.

Así las cosas, y con la extrema derecha enseñoreada en Francia, Holanda, Dinamarca y Gran Bretaña, parece que el nuevo Parlamento Europeo no va a ser tanto un corral de comedias como un peculiar “patio de Monipodio”.

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