Ahora cuando apenas me restan unas semanas para que mi primera hija venga a este mundo no puedo por menos que analizar y pensar acerca de la sociedad que mi generación, la de sus padres tendrá que dejarle cuando ella tome el relevo de esta historia llamada vida. Mi generación nació al abrigo del biberón de la constitución del 78 y de las conquistas de derechos y libertades logradas por quienes arriesgando su propia vida entendieron que nuestro país necesitaba dejar atrás un tiempo en blanco y negro .Un tiempo aquel, de dictadura franquista y de exilio que fue generando un caldo de cultivo de cambio, de liderazgos sociales, culturales y políticos que hicieron aflorar las mejores esencias de una España que adormecida esperaba su cita con la historia.
Hoy de nuevo, mi hija llega al mundo en un entorno de cambio, de recortes de derechos y libertades impulsados por un pensamiento neoconservador de máximos, de reformas constitucionales Express que sólo han servido para que el poder económico de la minoría se imponga al interés general de la mayoría. Un tiempo, en donde Europa se juega su ser o no ser, y en donde la generación de quienes nacimos al calor de la democracia tenemos la cita de volver a construir un estado del bienestar y un progreso capaz de dar ese shock de modernidad que nuestro país necesita para volver a la senda que nunca tuvo que abandonar. Un país, el nuestro, que necesita volver a confiar en si mismo y en sus generaciones de jóvenes que tras emigrar tendrán que volver para implantar lo aprendido fuera en el desarrollo y la construcción de esta España del siglo XXI.
Para eso, para lograr el éxito en tamaño desafío no tendremos que temer a los lestrigones ni a los cíclopes de los que Kavafis nos hablaba en su eterno poema Itaca, ni rendirnos ante los paradigmas banales del enfrentamiento de las dos Españas como elemento limitador de las alianzas que desde el consenso entre todos hoy nuestra sociedad necesita. No cabe así en ningún caso demonizar en ese proceso a la empresa como elemento al servicio del poder capitalista, sino buscar en la cooperación entre la clase trabajadora y la clase empresarial el fruto necesario de un nuevo planteamiento económico que nos permita adaptar la economía real capitalista en la que priman los valores de afán de lucro y la competencia a los principios constitucionales del interés general. Por ello, hoy la apuesta por la Economía del Bien común debe de servir como pilar para construir ese nuevo tiempo político, social y económico en base a los principios básicos de confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y generosidad.
Esta deberá ser de igual forma la senda a recorrer por la clase política que hoy más que nunca tiene que recuperar la credibilidad pérdida por quienes sólo perciben que hoy cuando más falta de política hace falta menos altura tienen los políticos que nos gobiernan para hacer frente a los retos y desafíos de este tiempo. Un tiempo en donde la puesta en valor del interés general de la ciudadanía deberá superar la política de trincheras y discurso de idearios máximos que sólo sirven para la búsqueda permanente de conflictos y la generación de grietas en una democracia debilitada por la falta de respuesta de las instituciones a los problemas de la gente corriente, esa que hoy sufre los rigores de la crisis en primera persona y poco entiende de estrategias partidistas.