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"No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre", Andrews Bonar Law

De donde Ucrania nos recuerda Catalunya

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Evidente, señores, que el papel de la Rusia del señor Putín en las revueltas que se van sucediendo, cada vez con más frecuencia, en el Este de Ukrania, no es meramente contemplativo, expectante o pasivo; nada de eso, desde el primer momento, desde que los rusos se dieron cuenta de que los de Kiev, los manifestantes pro europeos, los que renunciaban a ser una colonia más de la Rusia totalitaria, tomando el mando en Ukrania y derrotando al presidente pro ruso, señor Yanukóvich; se vio con claridad que los rusos no iban a permanecer indiferentes ante la circunstancia de que, la Unión Europea y su aliado, los EE.UU, pudieran relacionarse más estrechamente con sus vecinos del norte, intensificando sus relaciones económicas, estableciendo unos vínculos industriales y, posiblemente, financieros de modo que para ellos, los rusos, supusiera la pérdida de un aliado, una importante zona de influencia política y estratégica, que pudiera dar lugar a un cambio en el statu quo tácitamente establecido, en cuanto a la distribución de poderes, entre los inquilinos del Kremlin y sus vecinos europeos.

Si la UE, cuando dio el paso de acercarse a Ukrania, intentaba establecer unos pactos comerciales a cambio de un tratado de tipo político que, de alguna manera, situara a aquella república dentro de la órbita de influencia de la CE; hubiera calculado el riesgo que conllevaba meterse en el terreno de los rusos, es muy posible que hubiera preferido esperar, no intentar forzar la situación y no asumir el albur de que, como ha sucedido, el oso ruso despertara de su letargo y enseñara sus colmillos, poco dispuesto a ceder ni un centímetro de su ya menguado prestigio como una gran potencia. Nadie debiera de haber menospreciado las dificultades que el señor Putín tiene que afrontar dentro de su propio país, las protestas y manifestaciones por parte de aquellos nostálgicos de los soviéticos y los que, por otra parte, desearían que el presidente ruso se hubiera decantado hacia un tipo de democracia más al estilo occidental.

Putín, con su actitud enérgica y provocativa, ha utilizado en el caso de Krimea como un reactivo del nacionalismo ruso. Que duda cabe que se ha apuntado una victoria, entre los ciudadanos rusos, humillados por la pérdida de sus antiguos socios, disgustados por el fraccionamiento del país y decepcionados de que, el paso del comunismo a un semi-capitalismo no haya conseguido más que sustituir a los viejos magnates, representados por los tetrarcas del Soviet estalinista, por nuevos ricos que se muestran tan déspotas, tan acaparadores de riqueza y tan desenfadadamente plutócratas como aquellos, de modo que, el pueblo llano, apenas si ha notado diferencia alguna ( si no es añoranza) entre su situación dentro del régimen comunista y su actual estado como miembros de un nuevo sistema, técnicamente más libre, pero que, para ellos, no les ha reportado sensibles cambios que les permitan alegrarse del nuevo régimen.

Lo cierto es que, lo que empezó con un intento “sibilino” de Bruselas de poner “una pica en Flandes” dentro del espacio de influencia rusa, ha acabado con lo que se podría considerar como “ir por lana y salir trasquilado”, la más vergonzosa retirada, la más villana deslealtad para con aquellos a los que impulsaron a rebelarse contra el gobierno de Ukrania y la más deshonrosa bajada de pantalones, achacable también al señor Obama, que ha conseguido dar la sensación de que los EE.UU ha dejado de ser el poderoso guardián de occidente para convertirse en algo parecido a un fanfarrón que, cuando llega el momento de la verdad, sólo sabe que hinchar el pecho pero acaba por darse la vuelta cuando es el momento de la verdad.

Resulta todavía más imperdonable que, cuando se ha hablado de represalias por la actitud de Rusia de apoderarse de Krimea o, ahora mismo, que la proliferación de manifestaciones a favor de integrarse en Rusia de una serie, cada vez mayor ,de ciudades del Este del país y las ocupaciones por individuos armados ( no cabe duda de que son militares infiltrados enviados por los rusos para alborotar a los ciudadanos) de los principales edificios oficiales en los que se parapetan y hacen fuertes; hace que el régimen de Kiev se vea obligado a afrontar una situación para la que no está preparado ni militarmente ni económicamente, como se demuestra cuando no parece capaz de llevar a cabo, al menos con la urgencia que se precisa, las amenazas de intervención de Ejército ucraniano si es que, en realidad, dispone de él ya que existen serias dudas sobre su fidelidad al nuevo régimen.

Un error de Occidente que, muy posiblemente, puede tener futuras consecuencias y que, sin duda, los que están más cerca de padecerlas son los países, como Alemania, situados al norte de Europa, que son los más dependientes de los suministros de petróleo y gas natural que les llegan a través de los oleoductos y tuberías que pasan a través de Ukrania. Suena a broma, a pataleta de mal perdedor y a impotencia y desconcierto que los llamados “castigos” o “represalias”, contra Putín y los rusos, se limiten a poner en una “lista negra” a determinados políticos rusos. De momento, quien lleva la iniciativa es el presidente ruso y quienes pretenden salvar la honrilla y aparecer como “enérgicos” y “ decididos” son los responsables políticos de la CE, cada vez más incapaz de tomar decisiones por su cuenta y siempre dependiendo de lo que les convenga a las naciones ricas del norte; demostrando su impotencia para conseguir esta unidad, solidaridad y fuerza que serían precisas para tener la fortaleza e influencia precisas para ser respetada, a pesar de los años que hace que están intentándolo.

No puedo dejar de establecer un cierto paralelismo entre lo que está sucediendo en Ukrania y el problema que tenemos en España con el, cada vez más creciente, intento de secesionarse por parte de los políticos catalanes. El procedimiento de los hechos consumados, del que se está valiendo el señor Putín, con la utilización de una élite de sus tropas infiltradas en los territorios que se niegan a ser miembros de la nueva nación, nacida del levantamiento pro europeo de Kiev y pretenden anexionarse a Rusia; es lo que, con otros procedimientos, pero con tácticas muy parecidas, llevan haciendo los independentistas catalanes a costa de la ingenuidad, la falta de visión política y los miedos de los distintos gobiernos que, desde la llegada de nuestra particular y, a veces, inestable democracia, han sido incapaces de tomarse en serio y acabar de una vez con las demandas, cada vez más imperativas y, últimamente, amenazantes, de una minoría separatista que, a través de los años, de apoderarse de la enseñanza y del consiguiente victimismo han conseguido hacer creer al pueblo catalán que: todos los males que les aquejan se deben a que España les roba, los oprime y se aprovecha de ellos para apoyar a otras regiones que, según su punto de vista, no quieren más que ser subvencionadas con lo que se le arrebata a los catalanes, sin esforzarse en mejorar.

Esta postura de debilidad, de ceder y mostrarse dispuesto a seguirles la estrategia a quienes no tienen otro propósito que conseguir el máximo de ayuda del Estado para que, cuando lo consideren conveniente, levantarse contra él y declararse independientes; se ha hecho ya endémica. Luego, es probable que el Gobierno se decida a tomar aquellas medidas que si las hubiera tomado hace 8 o 9 años hubieran sido más eficientes y hubieran bastado para acabar con unos pocos políticos que casi nadie, en Catalunya, tomaba en cuenta y que, con toda probabilidad, nadie hubiera echado de menos si se les hubiera cesado de sus cargos. Ahora la cosa es distinta y, sin duda, entraña una mayor gravedad. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos pesimistas el panorama europeo.

De donde Ucrania nos recuerda Catalunya

"No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre", Andrews Bonar Law
Miguel Massanet
miércoles, 16 de abril de 2014, 06:49 h (CET)
Evidente, señores, que el papel de la Rusia del señor Putín en las revueltas que se van sucediendo, cada vez con más frecuencia, en el Este de Ukrania, no es meramente contemplativo, expectante o pasivo; nada de eso, desde el primer momento, desde que los rusos se dieron cuenta de que los de Kiev, los manifestantes pro europeos, los que renunciaban a ser una colonia más de la Rusia totalitaria, tomando el mando en Ukrania y derrotando al presidente pro ruso, señor Yanukóvich; se vio con claridad que los rusos no iban a permanecer indiferentes ante la circunstancia de que, la Unión Europea y su aliado, los EE.UU, pudieran relacionarse más estrechamente con sus vecinos del norte, intensificando sus relaciones económicas, estableciendo unos vínculos industriales y, posiblemente, financieros de modo que para ellos, los rusos, supusiera la pérdida de un aliado, una importante zona de influencia política y estratégica, que pudiera dar lugar a un cambio en el statu quo tácitamente establecido, en cuanto a la distribución de poderes, entre los inquilinos del Kremlin y sus vecinos europeos.

Si la UE, cuando dio el paso de acercarse a Ukrania, intentaba establecer unos pactos comerciales a cambio de un tratado de tipo político que, de alguna manera, situara a aquella república dentro de la órbita de influencia de la CE; hubiera calculado el riesgo que conllevaba meterse en el terreno de los rusos, es muy posible que hubiera preferido esperar, no intentar forzar la situación y no asumir el albur de que, como ha sucedido, el oso ruso despertara de su letargo y enseñara sus colmillos, poco dispuesto a ceder ni un centímetro de su ya menguado prestigio como una gran potencia. Nadie debiera de haber menospreciado las dificultades que el señor Putín tiene que afrontar dentro de su propio país, las protestas y manifestaciones por parte de aquellos nostálgicos de los soviéticos y los que, por otra parte, desearían que el presidente ruso se hubiera decantado hacia un tipo de democracia más al estilo occidental.

Putín, con su actitud enérgica y provocativa, ha utilizado en el caso de Krimea como un reactivo del nacionalismo ruso. Que duda cabe que se ha apuntado una victoria, entre los ciudadanos rusos, humillados por la pérdida de sus antiguos socios, disgustados por el fraccionamiento del país y decepcionados de que, el paso del comunismo a un semi-capitalismo no haya conseguido más que sustituir a los viejos magnates, representados por los tetrarcas del Soviet estalinista, por nuevos ricos que se muestran tan déspotas, tan acaparadores de riqueza y tan desenfadadamente plutócratas como aquellos, de modo que, el pueblo llano, apenas si ha notado diferencia alguna ( si no es añoranza) entre su situación dentro del régimen comunista y su actual estado como miembros de un nuevo sistema, técnicamente más libre, pero que, para ellos, no les ha reportado sensibles cambios que les permitan alegrarse del nuevo régimen.

Lo cierto es que, lo que empezó con un intento “sibilino” de Bruselas de poner “una pica en Flandes” dentro del espacio de influencia rusa, ha acabado con lo que se podría considerar como “ir por lana y salir trasquilado”, la más vergonzosa retirada, la más villana deslealtad para con aquellos a los que impulsaron a rebelarse contra el gobierno de Ukrania y la más deshonrosa bajada de pantalones, achacable también al señor Obama, que ha conseguido dar la sensación de que los EE.UU ha dejado de ser el poderoso guardián de occidente para convertirse en algo parecido a un fanfarrón que, cuando llega el momento de la verdad, sólo sabe que hinchar el pecho pero acaba por darse la vuelta cuando es el momento de la verdad.

Resulta todavía más imperdonable que, cuando se ha hablado de represalias por la actitud de Rusia de apoderarse de Krimea o, ahora mismo, que la proliferación de manifestaciones a favor de integrarse en Rusia de una serie, cada vez mayor ,de ciudades del Este del país y las ocupaciones por individuos armados ( no cabe duda de que son militares infiltrados enviados por los rusos para alborotar a los ciudadanos) de los principales edificios oficiales en los que se parapetan y hacen fuertes; hace que el régimen de Kiev se vea obligado a afrontar una situación para la que no está preparado ni militarmente ni económicamente, como se demuestra cuando no parece capaz de llevar a cabo, al menos con la urgencia que se precisa, las amenazas de intervención de Ejército ucraniano si es que, en realidad, dispone de él ya que existen serias dudas sobre su fidelidad al nuevo régimen.

Un error de Occidente que, muy posiblemente, puede tener futuras consecuencias y que, sin duda, los que están más cerca de padecerlas son los países, como Alemania, situados al norte de Europa, que son los más dependientes de los suministros de petróleo y gas natural que les llegan a través de los oleoductos y tuberías que pasan a través de Ukrania. Suena a broma, a pataleta de mal perdedor y a impotencia y desconcierto que los llamados “castigos” o “represalias”, contra Putín y los rusos, se limiten a poner en una “lista negra” a determinados políticos rusos. De momento, quien lleva la iniciativa es el presidente ruso y quienes pretenden salvar la honrilla y aparecer como “enérgicos” y “ decididos” son los responsables políticos de la CE, cada vez más incapaz de tomar decisiones por su cuenta y siempre dependiendo de lo que les convenga a las naciones ricas del norte; demostrando su impotencia para conseguir esta unidad, solidaridad y fuerza que serían precisas para tener la fortaleza e influencia precisas para ser respetada, a pesar de los años que hace que están intentándolo.

No puedo dejar de establecer un cierto paralelismo entre lo que está sucediendo en Ukrania y el problema que tenemos en España con el, cada vez más creciente, intento de secesionarse por parte de los políticos catalanes. El procedimiento de los hechos consumados, del que se está valiendo el señor Putín, con la utilización de una élite de sus tropas infiltradas en los territorios que se niegan a ser miembros de la nueva nación, nacida del levantamiento pro europeo de Kiev y pretenden anexionarse a Rusia; es lo que, con otros procedimientos, pero con tácticas muy parecidas, llevan haciendo los independentistas catalanes a costa de la ingenuidad, la falta de visión política y los miedos de los distintos gobiernos que, desde la llegada de nuestra particular y, a veces, inestable democracia, han sido incapaces de tomarse en serio y acabar de una vez con las demandas, cada vez más imperativas y, últimamente, amenazantes, de una minoría separatista que, a través de los años, de apoderarse de la enseñanza y del consiguiente victimismo han conseguido hacer creer al pueblo catalán que: todos los males que les aquejan se deben a que España les roba, los oprime y se aprovecha de ellos para apoyar a otras regiones que, según su punto de vista, no quieren más que ser subvencionadas con lo que se le arrebata a los catalanes, sin esforzarse en mejorar.

Esta postura de debilidad, de ceder y mostrarse dispuesto a seguirles la estrategia a quienes no tienen otro propósito que conseguir el máximo de ayuda del Estado para que, cuando lo consideren conveniente, levantarse contra él y declararse independientes; se ha hecho ya endémica. Luego, es probable que el Gobierno se decida a tomar aquellas medidas que si las hubiera tomado hace 8 o 9 años hubieran sido más eficientes y hubieran bastado para acabar con unos pocos políticos que casi nadie, en Catalunya, tomaba en cuenta y que, con toda probabilidad, nadie hubiera echado de menos si se les hubiera cesado de sus cargos. Ahora la cosa es distinta y, sin duda, entraña una mayor gravedad. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos pesimistas el panorama europeo.

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