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La agresión que ha sufrido un grupo de estudiantes en las Facultades de Ciencias de la Información y Políticas de la Universidad Complutense, mientras repartían un manifiesto en favor de la vida, es una expresión más de la merma de libertades públicas en la sociedad española, consecuencia de una profunda crisis moral y cultural. Habrá quien diga, con intención de quitarle gravedad al hecho, que se trata de actos aislados de radicales feministas y antisistema.
Pero no es la primera vez que en el ámbito de la principal universidad española por número de alumnos se utiliza la violencia contra quienes ejercen pacíficamente sus derechos fundamentales. Pienso que tanto el rectorado como el resto de las autoridades universitarias tienen mucho que decir y algo más que actuar.
A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
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