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Los actores no representan al mundo de la cultura; son una parte, sin más, y no la más importante ni la más necesaria

El insulto no va en el sueldo

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Ver para creer. Nunca imaginé que los actores fueran tan egoístas, aunque siempre me pareció que eran un “verso suelto” dentro de la normalidad. No se conforman con que acuda a los Premios Goya el presidente de la comunidad de Madrid; para ellos no es importante más que el ministro de educación y cultura, José Ignacio Wert. Decía Pedro Alonso que “el silencio es el signo de la sabiduría, y la locuacidad es señal de estupidez”. Pues algo, o mucho de eso, han demostrado los ‘titiriteros’ en la gala del domingo.

Los actores han quedado a la altura del betún, incluso para muchos que no ven, o no vemos, con buenos ojos al señor Wert, por motivos que no vienen a cuento. Pero de ahí a pensar que es tonto, va un trecho muy largo. José Ignacio Wert -- sabedor de la que le esperaba en la gala, y consciente de que iba a ser el estafermo a abatir-- hizo bien en no acudir a la gala de los Premios Goya. Una gala que es algo particular de los actores y que, desde hace años, se ha convertido en el acto político más hipócrita y descabellado de cuantos se celebran en terreno patrio.

Insultar al ministro no va en el sueldo. Y quien piense lo contrario está muy equivocado o es parte interesada en la insensatez del insulto por el insulto. Los actores no representan al mundo de la cultura; son una parte, sin más, y no la más importante ni la más necesaria. Ellos lo saben y por eso algunos hicieron gala de la estupidez y del ridículo; algo que, sin saberlo, tienen interiorizado e institucionalizado.

Repito: no me cae nada bien el ministro de Educación y Cultura, pero de ahí a que le insulten gratis los ‘titiriteros’, no es de recibo. Y en ello tiene mucha razón Esperanza Aguirre. ¿Acaso a todos los congresos o convenciones de empresarios acude el ministro de industria, el de trabajo o el de economía? José Ignacio Wert ha abierto un interesante camino que deben continuar otros ministros de la cosa; ya se sabe que las obras no se acaban, se abandonan.

Si ellos quieren más atención, lo van a tener crudo, muy crudo, porque mucha más atención merecen los científicos, educadores, sanitarios e investigadores. Tal vez no en ese orden, pero en tiempos de crisis no es precisamente el cine lo más importante. Si los actores quieren hacer política, ahí tienen años electorales por delante.

A mí me parece acertado el hecho de que no acudiese Wert a la gala de los Goya. Los ‘titiriteros’ esperaban al ministro con el arcabuz cargado de insultos e improperios. Pensaban pasar toda la gala llamándole estúpido a la cara. Se creen con derecho a fusilar dialécticamente al otro. Pero, antes de esputar hacia arriba, deberían poner los pies en el suelo y aprender, de una vez por todos, que su gala es suya y a los demás nos importa pepino y medio; el mismo pepino y medio que debe de importar al señor ministro de turno, excepto cuando es de la cosa.

Es cierto que los insultos no van en el sueldo. Sin embargo sí va incluido “hacer todo lo posible para que mejore la calidad del cine, del teatro…” y de todas las artes, en palabras de Esperanza Aguirre.

Decía Alphonse Karr que la talla de las estatuas disminuye alejándose de ellas: la de los hombres, aproximándose. Pero los irrespetuosos ‘titiriteros’ --que aprovecharon la ausencia para hacer gala de su cobardía -- es evidente que aún no lo han entendido.

El insulto no va en el sueldo

Los actores no representan al mundo de la cultura; son una parte, sin más, y no la más importante ni la más necesaria
Jesús  Salamanca
martes, 11 de febrero de 2014, 07:20 h (CET)
Ver para creer. Nunca imaginé que los actores fueran tan egoístas, aunque siempre me pareció que eran un “verso suelto” dentro de la normalidad. No se conforman con que acuda a los Premios Goya el presidente de la comunidad de Madrid; para ellos no es importante más que el ministro de educación y cultura, José Ignacio Wert. Decía Pedro Alonso que “el silencio es el signo de la sabiduría, y la locuacidad es señal de estupidez”. Pues algo, o mucho de eso, han demostrado los ‘titiriteros’ en la gala del domingo.

Los actores han quedado a la altura del betún, incluso para muchos que no ven, o no vemos, con buenos ojos al señor Wert, por motivos que no vienen a cuento. Pero de ahí a pensar que es tonto, va un trecho muy largo. José Ignacio Wert -- sabedor de la que le esperaba en la gala, y consciente de que iba a ser el estafermo a abatir-- hizo bien en no acudir a la gala de los Premios Goya. Una gala que es algo particular de los actores y que, desde hace años, se ha convertido en el acto político más hipócrita y descabellado de cuantos se celebran en terreno patrio.

Insultar al ministro no va en el sueldo. Y quien piense lo contrario está muy equivocado o es parte interesada en la insensatez del insulto por el insulto. Los actores no representan al mundo de la cultura; son una parte, sin más, y no la más importante ni la más necesaria. Ellos lo saben y por eso algunos hicieron gala de la estupidez y del ridículo; algo que, sin saberlo, tienen interiorizado e institucionalizado.

Repito: no me cae nada bien el ministro de Educación y Cultura, pero de ahí a que le insulten gratis los ‘titiriteros’, no es de recibo. Y en ello tiene mucha razón Esperanza Aguirre. ¿Acaso a todos los congresos o convenciones de empresarios acude el ministro de industria, el de trabajo o el de economía? José Ignacio Wert ha abierto un interesante camino que deben continuar otros ministros de la cosa; ya se sabe que las obras no se acaban, se abandonan.

Si ellos quieren más atención, lo van a tener crudo, muy crudo, porque mucha más atención merecen los científicos, educadores, sanitarios e investigadores. Tal vez no en ese orden, pero en tiempos de crisis no es precisamente el cine lo más importante. Si los actores quieren hacer política, ahí tienen años electorales por delante.

A mí me parece acertado el hecho de que no acudiese Wert a la gala de los Goya. Los ‘titiriteros’ esperaban al ministro con el arcabuz cargado de insultos e improperios. Pensaban pasar toda la gala llamándole estúpido a la cara. Se creen con derecho a fusilar dialécticamente al otro. Pero, antes de esputar hacia arriba, deberían poner los pies en el suelo y aprender, de una vez por todos, que su gala es suya y a los demás nos importa pepino y medio; el mismo pepino y medio que debe de importar al señor ministro de turno, excepto cuando es de la cosa.

Es cierto que los insultos no van en el sueldo. Sin embargo sí va incluido “hacer todo lo posible para que mejore la calidad del cine, del teatro…” y de todas las artes, en palabras de Esperanza Aguirre.

Decía Alphonse Karr que la talla de las estatuas disminuye alejándose de ellas: la de los hombres, aproximándose. Pero los irrespetuosos ‘titiriteros’ --que aprovecharon la ausencia para hacer gala de su cobardía -- es evidente que aún no lo han entendido.

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