Va a ser muy difícil devolver a la ciudadanía la confianza en la política y en las instituciones. Los recortes y la falsedad llevados a cabo por el Partido Popular han hecho emerger el acoso por sistema hacia los culpables de la situación. Bien es verdad que debería hacerse allí donde se encuentren con ellos, en vez de llevarlo a la puerta de casa. No hay que permitir que se haga para hacerles cambiar de opinión ante una ley, pero sí para que sean conscientes de su culpabilidad, ineficacia, inoperancia, incompetencia, fraude y corruptela.
Cuando se acosa a la ciudadanía con leyes y normas injustas no se sienten responsables los políticos, pero cuando les increpan a ellos enseguida intentan poner tapias para frenarlo y protegerse. Son así de hipócritas. Debe quedar claro que el acoso, la increpación verbal, los ataques dialécticos a los políticos, el hecho de apuntarles con el dedo para señalar el rechazo que la sociedad siente por ellos, así como el evidente desprecio, no refleja más que la impotencia de una clase trabajadora que está harta, envenenada, desprotegida, temerosa, desincentivada y sin objetivos a corto y medio plazo.
El escrache, tal y como se está llevando a cabo, en ningún momento es totalitarismo ni sectarismo. Simplemente es libertad de expresión en toda su extensión. Ese “nazismo” al que alude Cospedal es fruto del miedo ante lo que está por llegar. Precisamente en el miedo que tiene la ciudadanía se basa el poder de los políticos y de ello abusan sin límite, pero eso ya se acabó; ahí está el ejemplo del alfarero zamorano que en las próximas semanas (con algunos apoyos de la propia entidad) puede dar al traste con el CEISS, la Caja con más poderío económico de Castilla y León, hoy a punto de irse al garete, salvo que otra entidad bancaria la absorba inmediatamente.