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Etiquetas | Cesta de Dulcinea | Reflexión | Teresa Lozano
Son los viejos instantes, las pérdidas, las ausencias y las certezas de que el hombre está solo

Teresa Lozano, nada ligera (y II)

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En la primera parte de su libro, Teresa se siente aprendiz de poeta, es en donde se define con poco equipaje. No es así el de los versos dedicados a su retrato de infancia, es más extenso y es donde la ternura de amor de pan y azúcar se mezclan con los juegos infantiles. El amor a su madre se combina con el correr de los años: (…)/ Veré en el espejo tu primigenia imagen/ que será de nuevo dorado albor/ en esas horas de mí hoy sin ti;/ extraño viaje / (…)

Teresa se nos presenta un poco rebelde en lo de aceptar el tiempo, quiere dar la vuelta al mundo para así cogerlo, que no sólo sea recuerdo. Nos lleva de viaje a la luna que cuenta silencios, se lleva los arcoíris, y se fija en los eclipses persiguiendo sueños.

En la segunda parte nos habla de la sed del amor, y de nuevo los viajes se hacen latentes. En la tercera parte se acompaña de una cita de Antonio Machado referida a lo que dejamos en las calles conocidas y viejas en nuestra vida, cuando en realidad es nuestro tiempo el que dejamos. Son los viejos instantes, las pérdidas, las ausencias y las certezas de que el hombre está solo. Si acaso los silencios son los que le acompañan: En su vieja maleta ya no cabían/ más distancias ni silencios.

Queda la añoranza y convocar al tiempo, sin olvidar la orfandad que nos queda de los días eternos. Cada una de las tres partes están ilustradas por Almudena Becerra, profesora y licenciada en Bellas Artes, aparte de ser su hija.

La bella portada del atardecer, el firmamento de estrellas, la planta de calas y hojas y el precioso edificio del Mercado de Valencia son muestra de su buen hacer. Almudena tiene varios premios y exposiciones colectivas e individuales, ganó un premio de pintura que le sirvió para felicitar las fiestas en su pueblo, basado en la Fuente El Lorencete, además ha participado en el curso “Maestros de la figuración” con su paisano Antonio López.

Quisieron estar con Teresa, con Almudena y conmigo cuatro poetas, vinieron con sus propias maletas cargadas con pequeñas sorpresas, entendieron a la perfección la performance.

Vino Charo Bernal pisando de puntillas y reflejándose en los colores más didácticos de celeste y violeta, regalando la luna en su maleta.

Vino José Manuel Serrano cargado con su libro y sus cinco rosas, ¡casualidades!, dentro de su maleta había una flor y un libro con poemas anarquistas secretos. Vino Diego Farto con su saudade gallega y todo el gran universo en la maleta para iluminarnos. Y vino Eusebio Loro, el pintor-poeta, con su muro cervantino del Silo almagreño y otros murales espectaculares elaborados con pincel y silencios.

Después disfrutamos de una, ésa sí, ligera cena pero muy amigable, recordando los poemas de Teresa alrededor de las mandrágoras y enredaderas. Lean el libro.

Teresa Lozano, nada ligera (y II)

Son los viejos instantes, las pérdidas, las ausencias y las certezas de que el hombre está solo
Nieves Fernández
miércoles, 17 de julio de 2019, 09:39 h (CET)

En la primera parte de su libro, Teresa se siente aprendiz de poeta, es en donde se define con poco equipaje. No es así el de los versos dedicados a su retrato de infancia, es más extenso y es donde la ternura de amor de pan y azúcar se mezclan con los juegos infantiles. El amor a su madre se combina con el correr de los años: (…)/ Veré en el espejo tu primigenia imagen/ que será de nuevo dorado albor/ en esas horas de mí hoy sin ti;/ extraño viaje / (…)

Teresa se nos presenta un poco rebelde en lo de aceptar el tiempo, quiere dar la vuelta al mundo para así cogerlo, que no sólo sea recuerdo. Nos lleva de viaje a la luna que cuenta silencios, se lleva los arcoíris, y se fija en los eclipses persiguiendo sueños.

En la segunda parte nos habla de la sed del amor, y de nuevo los viajes se hacen latentes. En la tercera parte se acompaña de una cita de Antonio Machado referida a lo que dejamos en las calles conocidas y viejas en nuestra vida, cuando en realidad es nuestro tiempo el que dejamos. Son los viejos instantes, las pérdidas, las ausencias y las certezas de que el hombre está solo. Si acaso los silencios son los que le acompañan: En su vieja maleta ya no cabían/ más distancias ni silencios.

Queda la añoranza y convocar al tiempo, sin olvidar la orfandad que nos queda de los días eternos. Cada una de las tres partes están ilustradas por Almudena Becerra, profesora y licenciada en Bellas Artes, aparte de ser su hija.

La bella portada del atardecer, el firmamento de estrellas, la planta de calas y hojas y el precioso edificio del Mercado de Valencia son muestra de su buen hacer. Almudena tiene varios premios y exposiciones colectivas e individuales, ganó un premio de pintura que le sirvió para felicitar las fiestas en su pueblo, basado en la Fuente El Lorencete, además ha participado en el curso “Maestros de la figuración” con su paisano Antonio López.

Quisieron estar con Teresa, con Almudena y conmigo cuatro poetas, vinieron con sus propias maletas cargadas con pequeñas sorpresas, entendieron a la perfección la performance.

Vino Charo Bernal pisando de puntillas y reflejándose en los colores más didácticos de celeste y violeta, regalando la luna en su maleta.

Vino José Manuel Serrano cargado con su libro y sus cinco rosas, ¡casualidades!, dentro de su maleta había una flor y un libro con poemas anarquistas secretos. Vino Diego Farto con su saudade gallega y todo el gran universo en la maleta para iluminarnos. Y vino Eusebio Loro, el pintor-poeta, con su muro cervantino del Silo almagreño y otros murales espectaculares elaborados con pincel y silencios.

Después disfrutamos de una, ésa sí, ligera cena pero muy amigable, recordando los poemas de Teresa alrededor de las mandrágoras y enredaderas. Lean el libro.

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