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Crítica de cómic

Agujeros de soledad

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Sabrina es una obra que desasosiega y distancia al lector, como si quiera atarlo a las páginas y a un tiempo librarse de él. Su estilo seco y minimalista recuerda a la prosa de Carver, a esas frases desdeñosas con el lector, al que parece decirle “esto es lo que hay; a mí no mires”.


El hecho inicial es la desaparición de Sabrina Gallo, joven cuya ausencia abre un hueco en torno al cual orbitan todos los personajes, como materia amenazada por un agujero negro. El novio de Sabrina, hundido por la desaparición de su chica, se va a vivir a otra ciudad con un muy querido amigo del pasado, Calvin. Este vive solo, después de que su mujer lo dejara y se llevara a la hija de ambos. Así son los personajes de Sabrina, seres abandonados en busca de un modo de llenar la ausencia o de hundirse en ella, más prestos a huir que a enfrentarse a las barreras que los aíslan. Todo ello lo plasma Drnaso con viñetas en las que abundan el plano medio y entero con un solo personaje o dos a lo sumo, rara vez más. Los tonos son fríos y las formas rectas, el dibujo de los rostros casi esquemático, sin que por ello, más bien al contrario, se pierda expresividad. El autor se vale del distanciamiento, esa técnica del teatro de Bertolt Brecht que permite al espectador reflexionar sobre los hechos antes que implicarse en ellos.


Los sucesos se van desgranando como la vida misma, sin una estructura narrativa que los ordene, simplemente ocurren. Los personajes se entrelazan por las coincidencias de la vida, como le ocurre a Calvin, que se convierte en el centro de una teoría de la conspiración que se alimenta de las redes sociales. Es este el aspecto donde se manifiesta más clara la visión crítica del autor: las fake news y su capacidad de crecer anidando en las almas más indefensas, como la malaria en la pobreza. Es la necedad que surge de la necesidad entender lo que pasa a nuestro alrededor, de dar respuesta al dolor y a la miseria con que compartimos la existencia. Pero no es este el tema central de la obra, por más que sea la parte que acentúa Drnaso. Toda ella, en cualquier caso, es un cuadro de la soledad y la incomunicación: amigos destrozados que conviven pero no se sinceran, militares que quedan para jugar on line a videojuegos de guerra, relaciones truncadas. Hay en Sabrina pocas palabras, porque los personajes tienen mucho que decirse pero nunca superan las primeras capas de la comunicación. Así pasan las páginas, entre la inquietud de que una desgracia amenaza en la siguiente y la inmovilidad, la indiferencia y la resignación de los personajes ante lo que ha de ocurrirles.


Es Sabrina, en suma, una obra que tiene su propio olor, su propia música, su manera independiente de quedarse en la memoria. Pesa. Deja al lector con ese desasosiego inteligente y agradecido que solo las creaciones sobresalientes consiguen. 

Agujeros de soledad

Crítica de cómic
Raúl Galache
jueves, 25 de abril de 2019, 10:39 h (CET)

Sabrina es una obra que desasosiega y distancia al lector, como si quiera atarlo a las páginas y a un tiempo librarse de él. Su estilo seco y minimalista recuerda a la prosa de Carver, a esas frases desdeñosas con el lector, al que parece decirle “esto es lo que hay; a mí no mires”.


El hecho inicial es la desaparición de Sabrina Gallo, joven cuya ausencia abre un hueco en torno al cual orbitan todos los personajes, como materia amenazada por un agujero negro. El novio de Sabrina, hundido por la desaparición de su chica, se va a vivir a otra ciudad con un muy querido amigo del pasado, Calvin. Este vive solo, después de que su mujer lo dejara y se llevara a la hija de ambos. Así son los personajes de Sabrina, seres abandonados en busca de un modo de llenar la ausencia o de hundirse en ella, más prestos a huir que a enfrentarse a las barreras que los aíslan. Todo ello lo plasma Drnaso con viñetas en las que abundan el plano medio y entero con un solo personaje o dos a lo sumo, rara vez más. Los tonos son fríos y las formas rectas, el dibujo de los rostros casi esquemático, sin que por ello, más bien al contrario, se pierda expresividad. El autor se vale del distanciamiento, esa técnica del teatro de Bertolt Brecht que permite al espectador reflexionar sobre los hechos antes que implicarse en ellos.


Los sucesos se van desgranando como la vida misma, sin una estructura narrativa que los ordene, simplemente ocurren. Los personajes se entrelazan por las coincidencias de la vida, como le ocurre a Calvin, que se convierte en el centro de una teoría de la conspiración que se alimenta de las redes sociales. Es este el aspecto donde se manifiesta más clara la visión crítica del autor: las fake news y su capacidad de crecer anidando en las almas más indefensas, como la malaria en la pobreza. Es la necedad que surge de la necesidad entender lo que pasa a nuestro alrededor, de dar respuesta al dolor y a la miseria con que compartimos la existencia. Pero no es este el tema central de la obra, por más que sea la parte que acentúa Drnaso. Toda ella, en cualquier caso, es un cuadro de la soledad y la incomunicación: amigos destrozados que conviven pero no se sinceran, militares que quedan para jugar on line a videojuegos de guerra, relaciones truncadas. Hay en Sabrina pocas palabras, porque los personajes tienen mucho que decirse pero nunca superan las primeras capas de la comunicación. Así pasan las páginas, entre la inquietud de que una desgracia amenaza en la siguiente y la inmovilidad, la indiferencia y la resignación de los personajes ante lo que ha de ocurrirles.


Es Sabrina, en suma, una obra que tiene su propio olor, su propia música, su manera independiente de quedarse en la memoria. Pesa. Deja al lector con ese desasosiego inteligente y agradecido que solo las creaciones sobresalientes consiguen. 

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