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Un templo en Nueva York

Aquel día recibí un ejemplo que no olvidaré jamás
Manuel Montes Cleries
viernes, 21 de diciembre de 2018, 00:01 h (CET)

La primera vez que me sorprendí en un templo parroquial me sucedió en un viaje apostólico a Suiza. Nos desplazamos a la ciudad de Thun, cercana a Interlaken. El misionero español, Ángel García del Valle, que nos había facilitado el encuentro con los emigrantes hispanos, nos presentó al Párroco. Este solo hablaba alemán, pero nos entendimos con el sacristán que era italiano.


Nos abrieron las puertas de toda la parroquia y nos alojaron en el refugio anti-atómico que tenían en los sótanos. Dicho refugio estaba perfectamente habilitado para vivir en él, con todo tipo de servicios, hasta un quirófano. Allí dormíamos, pero cocinábamos en un local dentro de la parroquia donde había un teatro, un restaurante, una guardería y un gran salón de actos. Una maravilla.


Toda esta instalación quedó en mantillas ante la parroquia, llena de irlandeses, en la que hace varios años, acudí a celebrar la eucaristía dominical en un templo ubicado al norte de Manhattan. Me encontré con un altar en el que esperaba un grupo de cuerda, unos cantantes y un celebrante que, al descubrirme en la primera fila, y al observar mi presencia, se me acerco para ofrecerse y preguntar el porqué de mi estancia allí. Le informé adecuadamente y, después de la comunión, me presentó al resto de sus feligreses haciéndome subir al altar.


Al terminar la celebración me enseñó el resto de la parroquia en cuyos bajos se ubicaba una discoteca juvenil en la que sonaba rock a todo trapo. Me invitó a un café antes de despedirme y me volví a mi hotel con una sana envidia pensando que así debían ser todas nuestras parroquias; acogedoras, serviciales, cercanas y abiertas a los jóvenes y sus actividades lúdicas.


Tan solo me conformaría con la presencia en las parroquias malagueñas de un pequeño equipo de acogida que permita a los visitantes no habituales, o los necesitados de algún servicio, el no sentirse como gallinas en corral ajeno, ni desamparados.


Creo que ahí tenemos un servicio que realizar los mayores. Presentarnos con media hora de adelanto a las celebraciones, y poder realizar estas funciones coordinados por el equipo parroquial.


Feliz Navidad para todos.

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No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

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