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Opinión
Etiquetas | Opus Dei
La separación de las dos secciones hace de los miembros del Opus Dei unos misóginos y unas misandrias

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXVII)

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Hoy vamos a hablar de sexo. Quizá haya quien recuerde aquel programa de Elena Ochoa, planteado en su momento con el único fin de tocar este tema sin entrar en planteamientos morales o religiosos, sino simplemente centrado en tratar de cuestiones sobre las que muchos españoles no sabían absolutamente nada relativas a cómo funciona la vida sexual.


Vamos a hablar de sexo tal y como se suele ver en el Opus Dei, que es, más o menos, como lo veía san Josemaría y como lo ha predicado y transmitido al Opus Dei, y como lo ve la mayoría, por no decir todos los miembros, o al menos los numerarios.


La visión errática y obsesiva del sexo de san Josemaría ha impregnado toda la fundación del Opus Dei y así permanece la institución, con una visión negativa, enfermiza y mojigata de la sexualidad.


Todo lo más que san Josemaría y los numerarios del Opus Dei suelen decir al tocar este tema es que “el sexo no es malo porque ha sido algo creado por Dios”.


Podrían decir abiertamente que el sexo es bueno en vez de decir que no es malo. Ese modo negativo de expresarse ya indica cierta precaución que denota que no se atreven a decir, por ejemplo, lo que dice un anuncio de ABC: “El sexo es vida”.


Estas precauciones quizá puedan entenderse como algo anecdótico, pero ya dan una idea inicial de por donde respiran. Vamos a intentar explicar un poco el origen de esta postura.


Quiero empezar recomendando un libro reciente de Francisco Javier de la Torre Díaz titulado “Humanae vitae 14: Una propuesta desde Amoris Laetitia”. Es un largo libro de teología moral sobre la sexualidad con una primera parte histórica de 234 páginas, en la que aborda cómo se ha visto la sexualidad desde los paradigmas clásicos de Grecia, Roma y el judaísmo hasta los documentos del magisterio de los siglos XX y XXI.


Me parece de interés este repaso histórico porque se quiera reconocer o no, somos herederos de cómo se han visto las cosas en el pasado. Ahora bien, lo que me imagino que nos interesa a todos no es tener una visión, heredada o no, sino buscar la verdad.


Puede ser de gran interés el libro que ha publicado o está a punto de publicar en italiano Gilfredo Marengo sobre la historia de la composición de la encíclica Humanae Vitae (1968) a partir de documentos del Vaticano que hasta ahora no eran conocidos públicamente. Parece ser que es falsa una “noticia” que se difundió hace meses en el sentido de que el Papa piensa revisar la Humanae Vitae a la luz de Amoris Laetitia, aunque es evidente que Amoris Laetitia supone un avance claro de la postura de la Iglesia ante cuestiones que Humanae Vitae deja sin resolver.


Para no enrollarme, puedo simplificar al máximo las cosas diciendo que Humanae Vitae plantea en un momento determinado, en el punto nº 12, a los efectos que nos interesan aquí, que los significados de la sexualidad, unitivo y procreador, no pueden darse por separado en el acto conyugal.


Ya el mero llamar a uno de los significados “unitivo”, quizá haya quien no lo aprecie, pero era un gran avance en relación a la doctrina de la Iglesia de décadas anteriores. Amoris Laetitia ha avanzado más al reconocer que, aun cuando no se derive posible procreación del acto conyugal, este tiene siempre sentido, por el significado unitivo, ya que el amor siempre es fecundo, haya hijos o no.


En el Código de Derecho Canónico de 1917, que era el vigente cuando se promulgó la Humanae Vitae 51 años después, en el canon 1013 se dice textualmente lo siguiente: “La procreación y educación de la prole es el fin primario del matrimonio; la ayuda mutua y el remedio de la concupiscencia es su fin secundario”.


Es decir, que las leyes de la Iglesia de 1968 no reconocían un significado “unitivo” de la sexualidad y entendían que el matrimonio era una especie de máquina de mandar hijos al mundo y educarlos. Como mucho, se reconocía en el matrimonio una “ayuda mutua” y el remedio para esos pobres hombres o mujeres que no se pueden aguantar sin hacerse una paja o echarse un polvo, que es como se llama en cristiano a lo que el lenguaje de curas (que solo saben de oídas lo que es el matrimonio) siempre ha llamado “remedio para la concupiscencia”.


Si nos remontamos al Concilio de Trento, al que era especialmente aficionado san Josemaría, podemos ver, en el correspondiente Catecismo de san Pío V (que se vendía en los centros del Opus Dei hace años, yo compré ahí el ejemplar que tengo), en el punto 34 del capítulo VIII (dedicado al matrimonio), de la parte segunda (dedicada a los sacramentos), dice que “debe enseñarse a los fieles que se abstengan del uso matrimonial tres días antes de recibir la Sagrada Eucaristía, y con más frecuencia cuando se hacen los ayunos solemnes de Cuaresma”.


Una bocanada de aire puro en medio de los anteriores despropósitos es el Catecismo Mayor de San Pío X del año 1905 en el que se da una definición impecable del matrimonio: “Es un sacramento instituido por nuestro Señor Jesucristo, que establece una santa e indisoluble unión entre el hombre y la mujer y les da la gracia para amarse uno a otro santamente y educar cristianamente a sus hijos”.


Con las citas precedentes se ve que en la Iglesia no se ha tenido siempre el mismo concepto de matrimonio ni de sexualidad, pues mientras san Pío X habla claramente de amor santo, en el concilio de Trento era algo que no lo veían tan santo y en el Código de 1917 se veía como mero instrumento para tener niños, y como instrumento perverso, al que el matrimonio daba cauce legal.


Si nos remontamos a siglos anteriores podemos ver que el papel del sexo ha sido para producir niños, mejor varones, sobre todo en las casas reales, y el papel de la mujer ha sido dar hijos a sus maridos, es decir, poner el coño y parir. No se escandalicen; lean la historia.


Esta ha sido también la visión que del sexo ha tenido la Iglesia durante casi toda su historia, cuyo origen está, para los que no lo sepan, en san Agustín (354-430).


El obispo de Hipona sostenía una actitud negativa y sospechosa ante lo carnal, procedente de la filosofía neoplatónica, en donde la única salida digna de lo material era la elevación, mediante el ascetismo, a la “pureza”, la contemplación y la virginidad, lo que le llevaba a entender que en las relaciones sexuales “el hombre se hace solo carne” (Sermones, 62, 2.), negando en el acto sexual todo valor espiritual o racional.


San Agustín entendía que el acto sexual es la mayor amenaza a la madurez del hombre: “Siento que nada aleja más a la mente del hombre de las alturas que los halagos femeninos y el contacto de los cuerpos, sin el cual no puede tenerse una mujer” (Soliloquios, 1, 10.).


San Agustín pensaba por tanto, que las relaciones sexuales eran malas, pero no había más remedio que tolerarlas, por razón de un fin externo que las justificaba: la procreación. Si comparamos esto con lo que sostenía el concilio de Trento, es exactamente lo mismo, pues si no, no se entiende que este enseñe que no se deben tener relaciones sexuales (dentro del matrimonio cristiano) tres días antes de comulgar o en cuaresma. Tampoco se entendería de otro modo que el Código de 1917 considerara el matrimonio como un remedio para los pichabravas.


Dentro de esta óptica, se entiende perfectamente que la Iglesia, desde siempre, haya entendido la virginidad superior al matrimonio. En el fondo de esta postura hay un neoplatonismo, introducido en la Iglesia por san Agustín.


De todas formas, la postura de san Agustín tiene su justificación como una reacción ante la secta de los maniqueos, a la que él perteneció anteriormente, la cual sostenía, como el mismo san Agustín explica, que “procrear es peor que copular” (La moral de los maniqueos,18, 65), lo cual para él suponía destruir el matrimonio, entender que la esposa era poco menos que una puta y que “la cámara nupcial era un lupanar” (Contra Fausto, 15, 7).


Con el fin de oponerse a sostener que procrear es malo, se pasó varios pueblos sosteniendo que lo que era mala era la unión conyugal, el acto sexual, y que era algo bueno, la procreación, lo que lo justificaba. No se dio cuenta de que las dos cosas eran buenas y no incompatibles.


En una palabra, que para oponerse a los maniqueos, san Agustín metió a la Iglesia en un “jardín” que ha durado más de mil quinientos años.


Quizá ha llegado el momento de salir de ese jardín, digo yo.


Sin embargo, san Josemaría siempre pensó que ese jardín era poco menos que el lugar inmutable de la Iglesia, con ese espíritu cerril e irracional de los baturros más rancios, que probablemente hoy ya no existan, excepto en el Opus Dei, en donde le siguen ciegamente, porque para ellos, según decía Álvaro del Portillo, san Josemaría es “el camino reglamentario para seguir a Dios” en esa institución, ya que la regla que no falla es “pensar qué haría nuestro Padre (san Josemaría), y hacer lo mismo”.


Quienes hayan leído con atención las precedentes citas de san Agustín, recordarán esa reunión de san Josemaría con bastantes personas, grabada en video, en la que en un momento determinado, este dice que “el lecho matrimonial, que es un altar, hay quien lo convierte en catre de mancebía”.


Pregunta: ¿Cuándo se convierte en catre de mancebía, según san Josemaría?


Analicemos la frase.


Esta afirmación supone que, si no es el acto conyugal para procrear, el lecho matrimonial (o la cámara nupcial, en expresión de san Agustín) se convierte en catre de mancebía, porque san Josemaría y san Agustín sostienen que el acto conyugal es únicamente para procrear.


Es decir, que o se tiene el acto conyugal para tener niños o la mujer es una puta, ya que son las putas las que reposan en catres de mancebía. O también: o la mujer se inmola en ese altar dando, sí o sí, el débito conyugal o es una puta.

El significado unitivo, san Josemaría ni lo menciona. La caridad conyugal por la que el marido hace todo lo posible para que su mujer disfrute del orgasmo, eso está a años luz del pensamiento de san Josemaría.


Sobre este punto, escribí hace tiempo un artículo titulado “Caridad conyugal”, al que me remito para no repetirme ahora en mis puntos de vista: https://www.expresodelsur.es/opinion-caridad-conyugal/ .


Sobre el lecho conyugal he escrito en este mismo medio un artículo hace tiempo, el cual reproduzco en el siguiente enlace, por si el lector lo quiere leer: http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/981665/lecho-conyugal .

Quizá haya quien crea que esta conclusión de las palabras que he transcrito de san Josemaría son algo exagerado. No es así. Recuerdo que en alguna de esas reuniones suyas grabadas en video, comparaba con un gallo y una gallina a aquellos matrimonios que tenían unas relaciones conyugales excesivamente frecuentes para lo que él entendía que se debían tener.


También es famoso el punto de Camino número 28: “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo. —Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares. ¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne”.


Yo creo que en este punto está muy nítida la visión de la sexualidad de san Josemaría: Superioridad ultraclasista del celibato sobre el matrimonio, entender a los célibes como “personas singulares” que se pueden “desentender”, dada su superioridad, del mandato “creced y multiplicaos”, reservado como remedio para los “impuros”, que no son capaces de dominar la concupiscencia por falta de reciedumbre y voluntad, ya que el matrimonio supone “egoísmo de la carne”.

Es lógico que escriba esto quien unos puntos atrás (punto 22) dice esto otro: “Sé recio. —Sé viril. —Sé hombre. —Y después... sé ángel”. Es decir, un claro ideal neognóstico en el que se advierte un claro desprecio por la materia, pues de lo contrario no se explica que en el punto 122 expresara su ideal, otra vez, de manera parecida: “Muchos viven como ángeles en medio del mundo. —Tú... ¿por qué no?”.


Hay que notar que san Josemaría hablaba mucho de “pureza” y poco de “castidad”, lo cual delata en él esa visión neoplatónica o neognóstica en donde prima la ascesis y el voluntarismo, por encima de la confianza en Dios, en el Espíritu Santo, que es quien nos santifica. Ahí se veía también su concepto de santidad.


Otro detalle que delata a san Josemaría en su visión de la sexualidad es su oposición a la dignidad de la mujer en las relaciones sexuales, pues entendía que ella tenía, ante todo, la obligación de dar el débito conyugal al marido. Además se mostró contrario al control de la natalidad, incluso por medio de la utilización de los periodos no fértiles de la mujer, tildando de hereje a Pío XII cuando este se mostró favorable a esta práctica.


Podríamos insistir con muchos ejemplos más. La vida y la predicación escrita y oral de san Josemaría están llenas de esta idea negativa hacia la sexualidad. En los Estatutos del Opus Dei actuales, de 1982, se establece que se puede pasar facilísimamente de supernumerario a numerario, pero es imposible hacerlo al revés. También se menciona en ellos, como expuse en una entrega anterior, que los que no valen para numerarios, pueden quedar como supernumerarios si cumplen las condiciones mínimas. En el día a día del Opus Dei, los supernumerarios van como corderitos detrás de los numerarios, su plan de formación es casi de niño de colegio y su dirección espiritual la lleva normalmente un numerario, y excepcionalmente un agregado o, más excepcionalmente, otro supernumerario. Pero no se contempla en dichos estatutos que la dirección espiritual de un numerario la lleve un supernumerario ni por asomo.

¡Claro, coño, son la clase de tropa, y no ángeles en medio del mundo!


Cuando dedique un artículo a la beatificación, mencionaré un libro que escribió el Papa Benedicto XIV (catorce) en el siglo XVIII, dos años antes de ser elegido Papa, sobre los procesos de beatificación y canonización, que sirvió para sistematizar dichos procesos durante más de dos siglos y en el que se sostiene que el santo canonizable debe ser superior, singular, héroe, distinto de los demás.


Esta visión equivocada de entender la santidad como “perfección moral” está en las antípodas de cuanto nos enseña el Papa Francisco en Gaudete et Exultate, en donde se habla de “Los santos de la puerta de al lado”, es decir, de la llamada “universal” a la santidad, como san Pablo.


San Josemaría, sin embargo, para defenderse de los peligros que él veía contra la secularidad del Opus Dei, decía que el Opus Dei no pertenecía a “los estados de perfección” sino que fomentaba “la búsqueda de la perfección en el propio estado”, es decir, la búsqueda de la santidad en la vida ordinaria, pero entendiendo esa santidad como una “perfección” moral, es decir, como lo entendía Benedicto XIV antes de ser Papa en un libro que, evidentemente, no es magisterio pontificio.


Y teniendo en cuenta todo lo que hemos dicho de la clase de tropa, del egoísmo de la carne, de la pureza, de los ángeles y de las personas singulares, ya podemos entender qué entendía san Josemaría por perfección, por matrimonio y por sexualidad.


En mis artículos citados, ya expuse lo que es la sexualidad y el valor intrínseco que tiene como lenguaje corporal del amor y por tanto como lenguaje corporal de entrega total a Dios a través de la entrega total al cónyuge. A ellos me remito de nuevo para no repetirme.


En el Opus Dei, ese miedo al sexo ha derivado desde siempre en una ñoñería absolutamente ridícula, empezando por esa separación absoluta, forzada, antinatural y ñoña entre la sección femenina y la de varones del Opus Dei. Una separación que puede tener sentido en el ámbito de los consagrados religiosos, pero no en el de una organización de la Iglesia que teóricamente vive en medio del mundo. Aquí se le vuelve a ver el plumero a san Josemaría, que al diseñar el Opus Dei pensaba en religiosos y en clausuras de monjas, sobre todo en lo relativo a las numerarias auxiliares de las que ya hablaremos pronto.


Ya hablaremos en el siguiente artículo de lo que en el Opus Dei llaman “la Administración” y de la “Regula Interna pro Administrationibus” que dictó san Josemaría y que retocó Álvaro del Portillo. Algo verdaderamente surrealista en pleno siglo XXI, que se cumple férreamente, aunque según hemos visto más atrás, ante un juez, el Opus Dei no tiene cojones de reconocer que tiene fuerza normativa, puesto que no son los Estatutos, aunque en la vida real SÍ QUE LA TIENE, al más puro estilo de las sectas, que se rigen por “normas internas” no promulgadas.


La separación de las dos secciones lleva la antinaturalidad al paroxismo, haciendo de los miembros del Opus Dei unos misóginos y unas misandrias, y lo que es peor, haciendo que los que no lo son, actúen como si lo fueran. A mi modo de ver, este es uno de los mayores errores fundacionales de san Josemaría, fruto de su perturbación mental combinada con su mentalidad antigua, su inmovilismo irracional y su mesianismo narcisista, iluminado y seráfico.

Hay multitud de ñoñerías que la gente que conoce bien el Opus Dei podría referir. Para no cansar demasiado, puedo mencionar algunas.


San Josemaría tenía prohibido que llevaran pantalones las numerarias. Obligatoriamente debían llevar faldas ¿Dónde está el respeto hacia las opciones temporales con que se le llenaba la boca cuando explicaba el Opus Dei en alguna entrevista amañada o ante miles de espectadores totalmente entregados?


¡Ah! Y en verano, además, tenía prohibido que fueran a misa sin llevar medias, aunque fuera en iglesias públicas.

Dentro de esa ñoñería, san Josemaría practicaba eso de “ver sin mirar” hasta el punto de que no sabía de qué color eran los ojos de las directoras del Opus Dei de Roma, con las que despachaba habitualmente cuestiones de gobierno. Y no lo sabía, a pesar de haber estado muchos años trabajando con algunas de ellas.


Con este asunto de la guarda de la vista, me contaba hace años en Almería una amiga mía que los numerarios que ella conocía, salvo yo, nunca le miraban a la cara, y que todos lo hacían un poco más abajo, lo cual a ella le ponía muy nerviosa, sobre todo cuando llevaba un poco de escote.


También recuerdo que hace pocos años fui a ver el museo de Julio Romero de Torres en Córdoba, ya se sabe, el que pintó la mujer morena. Comentándolo luego con uno de los sacerdotes numerarios que había en el centro donde yo vivía entonces, no le pareció bien que hubiera ido, pues entendía que era un pintor muy lascivo y que murió de sífilis como consecuencia de su vida depravada.


Por supuesto, me dijo que ofendería a su dignidad sacerdotal si él fuera a ese museo. Por cierto, de los valores pictóricos de su obra no me dijo absolutamente nada. Lo que sí parecía tener claro era su derecho a juzgar a los demás, su obsesión por los pecados de la carne y que la supuesta enfermedad de ese pintor era por sus propios pecados, más que por los de sus padres. En esto parece que sabía más que los discípulos que plantearon aquella cuestión al Señor.

La última anécdota que cuento es la del difunto prelado del Opus Dei Javier Echevarría, quien aconsejaba como práctica ascética a los varones del Opus Dei algo que parece ser que él practicaba: Que cuando vieran algún telediario en el que el presentador fuese una mujer, en vez de mirar a la pantalla del televisor en general, fijasen la mirada en el ángulo superior derecho del televisor, para así evitar ver a la presentadora y guardar la vista de esa mujer, no fuese a servirles de tentación. Patético.


Caso aparte de este tema que hemostratado hoy es lo de los colegios del Opus Dei, de enseñanza segregada o diferenciada, o como se les quiera denominar, concebidos como verdaderos invernaderos en donde los del Opus Dei esperan que florezcan las “vocaciones de numerarios y numerarias” entre niños y niñas de 14 años, mientras venden la burra de que son los padres de los alumnos quienes desean ese tipo de enseñanza diferenciada, cuando en realidad, a los padres ese tipo de enseñanza generalmente les da igual, ya que lo que buscan en los colegios del Opus Dei es, simplemente, una enseñanza cristiana, y ahí la tienen, aunque no son los únicos sitios donde la hay ni donde es mejor. De esto último también se han dado cuenta en los últimos años no pocos padres y madres, que tontos no son.

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXVII)

La separación de las dos secciones hace de los miembros del Opus Dei unos misóginos y unas misandrias
Antonio Moya Somolinos
domingo, 15 de julio de 2018, 07:17 h (CET)

Hoy vamos a hablar de sexo. Quizá haya quien recuerde aquel programa de Elena Ochoa, planteado en su momento con el único fin de tocar este tema sin entrar en planteamientos morales o religiosos, sino simplemente centrado en tratar de cuestiones sobre las que muchos españoles no sabían absolutamente nada relativas a cómo funciona la vida sexual.


Vamos a hablar de sexo tal y como se suele ver en el Opus Dei, que es, más o menos, como lo veía san Josemaría y como lo ha predicado y transmitido al Opus Dei, y como lo ve la mayoría, por no decir todos los miembros, o al menos los numerarios.


La visión errática y obsesiva del sexo de san Josemaría ha impregnado toda la fundación del Opus Dei y así permanece la institución, con una visión negativa, enfermiza y mojigata de la sexualidad.


Todo lo más que san Josemaría y los numerarios del Opus Dei suelen decir al tocar este tema es que “el sexo no es malo porque ha sido algo creado por Dios”.


Podrían decir abiertamente que el sexo es bueno en vez de decir que no es malo. Ese modo negativo de expresarse ya indica cierta precaución que denota que no se atreven a decir, por ejemplo, lo que dice un anuncio de ABC: “El sexo es vida”.


Estas precauciones quizá puedan entenderse como algo anecdótico, pero ya dan una idea inicial de por donde respiran. Vamos a intentar explicar un poco el origen de esta postura.


Quiero empezar recomendando un libro reciente de Francisco Javier de la Torre Díaz titulado “Humanae vitae 14: Una propuesta desde Amoris Laetitia”. Es un largo libro de teología moral sobre la sexualidad con una primera parte histórica de 234 páginas, en la que aborda cómo se ha visto la sexualidad desde los paradigmas clásicos de Grecia, Roma y el judaísmo hasta los documentos del magisterio de los siglos XX y XXI.


Me parece de interés este repaso histórico porque se quiera reconocer o no, somos herederos de cómo se han visto las cosas en el pasado. Ahora bien, lo que me imagino que nos interesa a todos no es tener una visión, heredada o no, sino buscar la verdad.


Puede ser de gran interés el libro que ha publicado o está a punto de publicar en italiano Gilfredo Marengo sobre la historia de la composición de la encíclica Humanae Vitae (1968) a partir de documentos del Vaticano que hasta ahora no eran conocidos públicamente. Parece ser que es falsa una “noticia” que se difundió hace meses en el sentido de que el Papa piensa revisar la Humanae Vitae a la luz de Amoris Laetitia, aunque es evidente que Amoris Laetitia supone un avance claro de la postura de la Iglesia ante cuestiones que Humanae Vitae deja sin resolver.


Para no enrollarme, puedo simplificar al máximo las cosas diciendo que Humanae Vitae plantea en un momento determinado, en el punto nº 12, a los efectos que nos interesan aquí, que los significados de la sexualidad, unitivo y procreador, no pueden darse por separado en el acto conyugal.


Ya el mero llamar a uno de los significados “unitivo”, quizá haya quien no lo aprecie, pero era un gran avance en relación a la doctrina de la Iglesia de décadas anteriores. Amoris Laetitia ha avanzado más al reconocer que, aun cuando no se derive posible procreación del acto conyugal, este tiene siempre sentido, por el significado unitivo, ya que el amor siempre es fecundo, haya hijos o no.


En el Código de Derecho Canónico de 1917, que era el vigente cuando se promulgó la Humanae Vitae 51 años después, en el canon 1013 se dice textualmente lo siguiente: “La procreación y educación de la prole es el fin primario del matrimonio; la ayuda mutua y el remedio de la concupiscencia es su fin secundario”.


Es decir, que las leyes de la Iglesia de 1968 no reconocían un significado “unitivo” de la sexualidad y entendían que el matrimonio era una especie de máquina de mandar hijos al mundo y educarlos. Como mucho, se reconocía en el matrimonio una “ayuda mutua” y el remedio para esos pobres hombres o mujeres que no se pueden aguantar sin hacerse una paja o echarse un polvo, que es como se llama en cristiano a lo que el lenguaje de curas (que solo saben de oídas lo que es el matrimonio) siempre ha llamado “remedio para la concupiscencia”.


Si nos remontamos al Concilio de Trento, al que era especialmente aficionado san Josemaría, podemos ver, en el correspondiente Catecismo de san Pío V (que se vendía en los centros del Opus Dei hace años, yo compré ahí el ejemplar que tengo), en el punto 34 del capítulo VIII (dedicado al matrimonio), de la parte segunda (dedicada a los sacramentos), dice que “debe enseñarse a los fieles que se abstengan del uso matrimonial tres días antes de recibir la Sagrada Eucaristía, y con más frecuencia cuando se hacen los ayunos solemnes de Cuaresma”.


Una bocanada de aire puro en medio de los anteriores despropósitos es el Catecismo Mayor de San Pío X del año 1905 en el que se da una definición impecable del matrimonio: “Es un sacramento instituido por nuestro Señor Jesucristo, que establece una santa e indisoluble unión entre el hombre y la mujer y les da la gracia para amarse uno a otro santamente y educar cristianamente a sus hijos”.


Con las citas precedentes se ve que en la Iglesia no se ha tenido siempre el mismo concepto de matrimonio ni de sexualidad, pues mientras san Pío X habla claramente de amor santo, en el concilio de Trento era algo que no lo veían tan santo y en el Código de 1917 se veía como mero instrumento para tener niños, y como instrumento perverso, al que el matrimonio daba cauce legal.


Si nos remontamos a siglos anteriores podemos ver que el papel del sexo ha sido para producir niños, mejor varones, sobre todo en las casas reales, y el papel de la mujer ha sido dar hijos a sus maridos, es decir, poner el coño y parir. No se escandalicen; lean la historia.


Esta ha sido también la visión que del sexo ha tenido la Iglesia durante casi toda su historia, cuyo origen está, para los que no lo sepan, en san Agustín (354-430).


El obispo de Hipona sostenía una actitud negativa y sospechosa ante lo carnal, procedente de la filosofía neoplatónica, en donde la única salida digna de lo material era la elevación, mediante el ascetismo, a la “pureza”, la contemplación y la virginidad, lo que le llevaba a entender que en las relaciones sexuales “el hombre se hace solo carne” (Sermones, 62, 2.), negando en el acto sexual todo valor espiritual o racional.


San Agustín entendía que el acto sexual es la mayor amenaza a la madurez del hombre: “Siento que nada aleja más a la mente del hombre de las alturas que los halagos femeninos y el contacto de los cuerpos, sin el cual no puede tenerse una mujer” (Soliloquios, 1, 10.).


San Agustín pensaba por tanto, que las relaciones sexuales eran malas, pero no había más remedio que tolerarlas, por razón de un fin externo que las justificaba: la procreación. Si comparamos esto con lo que sostenía el concilio de Trento, es exactamente lo mismo, pues si no, no se entiende que este enseñe que no se deben tener relaciones sexuales (dentro del matrimonio cristiano) tres días antes de comulgar o en cuaresma. Tampoco se entendería de otro modo que el Código de 1917 considerara el matrimonio como un remedio para los pichabravas.


Dentro de esta óptica, se entiende perfectamente que la Iglesia, desde siempre, haya entendido la virginidad superior al matrimonio. En el fondo de esta postura hay un neoplatonismo, introducido en la Iglesia por san Agustín.


De todas formas, la postura de san Agustín tiene su justificación como una reacción ante la secta de los maniqueos, a la que él perteneció anteriormente, la cual sostenía, como el mismo san Agustín explica, que “procrear es peor que copular” (La moral de los maniqueos,18, 65), lo cual para él suponía destruir el matrimonio, entender que la esposa era poco menos que una puta y que “la cámara nupcial era un lupanar” (Contra Fausto, 15, 7).


Con el fin de oponerse a sostener que procrear es malo, se pasó varios pueblos sosteniendo que lo que era mala era la unión conyugal, el acto sexual, y que era algo bueno, la procreación, lo que lo justificaba. No se dio cuenta de que las dos cosas eran buenas y no incompatibles.


En una palabra, que para oponerse a los maniqueos, san Agustín metió a la Iglesia en un “jardín” que ha durado más de mil quinientos años.


Quizá ha llegado el momento de salir de ese jardín, digo yo.


Sin embargo, san Josemaría siempre pensó que ese jardín era poco menos que el lugar inmutable de la Iglesia, con ese espíritu cerril e irracional de los baturros más rancios, que probablemente hoy ya no existan, excepto en el Opus Dei, en donde le siguen ciegamente, porque para ellos, según decía Álvaro del Portillo, san Josemaría es “el camino reglamentario para seguir a Dios” en esa institución, ya que la regla que no falla es “pensar qué haría nuestro Padre (san Josemaría), y hacer lo mismo”.


Quienes hayan leído con atención las precedentes citas de san Agustín, recordarán esa reunión de san Josemaría con bastantes personas, grabada en video, en la que en un momento determinado, este dice que “el lecho matrimonial, que es un altar, hay quien lo convierte en catre de mancebía”.


Pregunta: ¿Cuándo se convierte en catre de mancebía, según san Josemaría?


Analicemos la frase.


Esta afirmación supone que, si no es el acto conyugal para procrear, el lecho matrimonial (o la cámara nupcial, en expresión de san Agustín) se convierte en catre de mancebía, porque san Josemaría y san Agustín sostienen que el acto conyugal es únicamente para procrear.


Es decir, que o se tiene el acto conyugal para tener niños o la mujer es una puta, ya que son las putas las que reposan en catres de mancebía. O también: o la mujer se inmola en ese altar dando, sí o sí, el débito conyugal o es una puta.

El significado unitivo, san Josemaría ni lo menciona. La caridad conyugal por la que el marido hace todo lo posible para que su mujer disfrute del orgasmo, eso está a años luz del pensamiento de san Josemaría.


Sobre este punto, escribí hace tiempo un artículo titulado “Caridad conyugal”, al que me remito para no repetirme ahora en mis puntos de vista: https://www.expresodelsur.es/opinion-caridad-conyugal/ .


Sobre el lecho conyugal he escrito en este mismo medio un artículo hace tiempo, el cual reproduzco en el siguiente enlace, por si el lector lo quiere leer: http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/981665/lecho-conyugal .

Quizá haya quien crea que esta conclusión de las palabras que he transcrito de san Josemaría son algo exagerado. No es así. Recuerdo que en alguna de esas reuniones suyas grabadas en video, comparaba con un gallo y una gallina a aquellos matrimonios que tenían unas relaciones conyugales excesivamente frecuentes para lo que él entendía que se debían tener.


También es famoso el punto de Camino número 28: “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo. —Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares. ¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne”.


Yo creo que en este punto está muy nítida la visión de la sexualidad de san Josemaría: Superioridad ultraclasista del celibato sobre el matrimonio, entender a los célibes como “personas singulares” que se pueden “desentender”, dada su superioridad, del mandato “creced y multiplicaos”, reservado como remedio para los “impuros”, que no son capaces de dominar la concupiscencia por falta de reciedumbre y voluntad, ya que el matrimonio supone “egoísmo de la carne”.

Es lógico que escriba esto quien unos puntos atrás (punto 22) dice esto otro: “Sé recio. —Sé viril. —Sé hombre. —Y después... sé ángel”. Es decir, un claro ideal neognóstico en el que se advierte un claro desprecio por la materia, pues de lo contrario no se explica que en el punto 122 expresara su ideal, otra vez, de manera parecida: “Muchos viven como ángeles en medio del mundo. —Tú... ¿por qué no?”.


Hay que notar que san Josemaría hablaba mucho de “pureza” y poco de “castidad”, lo cual delata en él esa visión neoplatónica o neognóstica en donde prima la ascesis y el voluntarismo, por encima de la confianza en Dios, en el Espíritu Santo, que es quien nos santifica. Ahí se veía también su concepto de santidad.


Otro detalle que delata a san Josemaría en su visión de la sexualidad es su oposición a la dignidad de la mujer en las relaciones sexuales, pues entendía que ella tenía, ante todo, la obligación de dar el débito conyugal al marido. Además se mostró contrario al control de la natalidad, incluso por medio de la utilización de los periodos no fértiles de la mujer, tildando de hereje a Pío XII cuando este se mostró favorable a esta práctica.


Podríamos insistir con muchos ejemplos más. La vida y la predicación escrita y oral de san Josemaría están llenas de esta idea negativa hacia la sexualidad. En los Estatutos del Opus Dei actuales, de 1982, se establece que se puede pasar facilísimamente de supernumerario a numerario, pero es imposible hacerlo al revés. También se menciona en ellos, como expuse en una entrega anterior, que los que no valen para numerarios, pueden quedar como supernumerarios si cumplen las condiciones mínimas. En el día a día del Opus Dei, los supernumerarios van como corderitos detrás de los numerarios, su plan de formación es casi de niño de colegio y su dirección espiritual la lleva normalmente un numerario, y excepcionalmente un agregado o, más excepcionalmente, otro supernumerario. Pero no se contempla en dichos estatutos que la dirección espiritual de un numerario la lleve un supernumerario ni por asomo.

¡Claro, coño, son la clase de tropa, y no ángeles en medio del mundo!


Cuando dedique un artículo a la beatificación, mencionaré un libro que escribió el Papa Benedicto XIV (catorce) en el siglo XVIII, dos años antes de ser elegido Papa, sobre los procesos de beatificación y canonización, que sirvió para sistematizar dichos procesos durante más de dos siglos y en el que se sostiene que el santo canonizable debe ser superior, singular, héroe, distinto de los demás.


Esta visión equivocada de entender la santidad como “perfección moral” está en las antípodas de cuanto nos enseña el Papa Francisco en Gaudete et Exultate, en donde se habla de “Los santos de la puerta de al lado”, es decir, de la llamada “universal” a la santidad, como san Pablo.


San Josemaría, sin embargo, para defenderse de los peligros que él veía contra la secularidad del Opus Dei, decía que el Opus Dei no pertenecía a “los estados de perfección” sino que fomentaba “la búsqueda de la perfección en el propio estado”, es decir, la búsqueda de la santidad en la vida ordinaria, pero entendiendo esa santidad como una “perfección” moral, es decir, como lo entendía Benedicto XIV antes de ser Papa en un libro que, evidentemente, no es magisterio pontificio.


Y teniendo en cuenta todo lo que hemos dicho de la clase de tropa, del egoísmo de la carne, de la pureza, de los ángeles y de las personas singulares, ya podemos entender qué entendía san Josemaría por perfección, por matrimonio y por sexualidad.


En mis artículos citados, ya expuse lo que es la sexualidad y el valor intrínseco que tiene como lenguaje corporal del amor y por tanto como lenguaje corporal de entrega total a Dios a través de la entrega total al cónyuge. A ellos me remito de nuevo para no repetirme.


En el Opus Dei, ese miedo al sexo ha derivado desde siempre en una ñoñería absolutamente ridícula, empezando por esa separación absoluta, forzada, antinatural y ñoña entre la sección femenina y la de varones del Opus Dei. Una separación que puede tener sentido en el ámbito de los consagrados religiosos, pero no en el de una organización de la Iglesia que teóricamente vive en medio del mundo. Aquí se le vuelve a ver el plumero a san Josemaría, que al diseñar el Opus Dei pensaba en religiosos y en clausuras de monjas, sobre todo en lo relativo a las numerarias auxiliares de las que ya hablaremos pronto.


Ya hablaremos en el siguiente artículo de lo que en el Opus Dei llaman “la Administración” y de la “Regula Interna pro Administrationibus” que dictó san Josemaría y que retocó Álvaro del Portillo. Algo verdaderamente surrealista en pleno siglo XXI, que se cumple férreamente, aunque según hemos visto más atrás, ante un juez, el Opus Dei no tiene cojones de reconocer que tiene fuerza normativa, puesto que no son los Estatutos, aunque en la vida real SÍ QUE LA TIENE, al más puro estilo de las sectas, que se rigen por “normas internas” no promulgadas.


La separación de las dos secciones lleva la antinaturalidad al paroxismo, haciendo de los miembros del Opus Dei unos misóginos y unas misandrias, y lo que es peor, haciendo que los que no lo son, actúen como si lo fueran. A mi modo de ver, este es uno de los mayores errores fundacionales de san Josemaría, fruto de su perturbación mental combinada con su mentalidad antigua, su inmovilismo irracional y su mesianismo narcisista, iluminado y seráfico.

Hay multitud de ñoñerías que la gente que conoce bien el Opus Dei podría referir. Para no cansar demasiado, puedo mencionar algunas.


San Josemaría tenía prohibido que llevaran pantalones las numerarias. Obligatoriamente debían llevar faldas ¿Dónde está el respeto hacia las opciones temporales con que se le llenaba la boca cuando explicaba el Opus Dei en alguna entrevista amañada o ante miles de espectadores totalmente entregados?


¡Ah! Y en verano, además, tenía prohibido que fueran a misa sin llevar medias, aunque fuera en iglesias públicas.

Dentro de esa ñoñería, san Josemaría practicaba eso de “ver sin mirar” hasta el punto de que no sabía de qué color eran los ojos de las directoras del Opus Dei de Roma, con las que despachaba habitualmente cuestiones de gobierno. Y no lo sabía, a pesar de haber estado muchos años trabajando con algunas de ellas.


Con este asunto de la guarda de la vista, me contaba hace años en Almería una amiga mía que los numerarios que ella conocía, salvo yo, nunca le miraban a la cara, y que todos lo hacían un poco más abajo, lo cual a ella le ponía muy nerviosa, sobre todo cuando llevaba un poco de escote.


También recuerdo que hace pocos años fui a ver el museo de Julio Romero de Torres en Córdoba, ya se sabe, el que pintó la mujer morena. Comentándolo luego con uno de los sacerdotes numerarios que había en el centro donde yo vivía entonces, no le pareció bien que hubiera ido, pues entendía que era un pintor muy lascivo y que murió de sífilis como consecuencia de su vida depravada.


Por supuesto, me dijo que ofendería a su dignidad sacerdotal si él fuera a ese museo. Por cierto, de los valores pictóricos de su obra no me dijo absolutamente nada. Lo que sí parecía tener claro era su derecho a juzgar a los demás, su obsesión por los pecados de la carne y que la supuesta enfermedad de ese pintor era por sus propios pecados, más que por los de sus padres. En esto parece que sabía más que los discípulos que plantearon aquella cuestión al Señor.

La última anécdota que cuento es la del difunto prelado del Opus Dei Javier Echevarría, quien aconsejaba como práctica ascética a los varones del Opus Dei algo que parece ser que él practicaba: Que cuando vieran algún telediario en el que el presentador fuese una mujer, en vez de mirar a la pantalla del televisor en general, fijasen la mirada en el ángulo superior derecho del televisor, para así evitar ver a la presentadora y guardar la vista de esa mujer, no fuese a servirles de tentación. Patético.


Caso aparte de este tema que hemostratado hoy es lo de los colegios del Opus Dei, de enseñanza segregada o diferenciada, o como se les quiera denominar, concebidos como verdaderos invernaderos en donde los del Opus Dei esperan que florezcan las “vocaciones de numerarios y numerarias” entre niños y niñas de 14 años, mientras venden la burra de que son los padres de los alumnos quienes desean ese tipo de enseñanza diferenciada, cuando en realidad, a los padres ese tipo de enseñanza generalmente les da igual, ya que lo que buscan en los colegios del Opus Dei es, simplemente, una enseñanza cristiana, y ahí la tienen, aunque no son los únicos sitios donde la hay ni donde es mejor. De esto último también se han dado cuenta en los últimos años no pocos padres y madres, que tontos no son.

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