Frente a la fenomenología de los falsos profetas actuales y sus diversas mentiras, se impone la necesidad del discernimiento, conscientes de que la Iglesia, “además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno”.
Las palabras de Francisco al inicio de este tiempo litúrgico evocan una vez más el eco del énfasis de Benedicto XVI sobre la gratuidad, en la vida de la propia alma y en la apertura hacia los demás. No se trata de la frágil “cultura de la gratuidad” tan cultivada entre los usuarios de las nuevas tecnologías, sino de la profundización en el significado del don, frente a los excesos del do ut des, también en la vida familiar y social.
El papa se dirige a los católicos y a los hombres de buena voluntad, que tratan de escuchar a Dios: “Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos”.
Tras descripciones realistas, un tanto duras, se impone la actitud esperanzada y optimista, que recuerda textos del Año de la Misericordia: “Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo”.
De ahí la importancia particular del sacramento de la alegría, al que tiende, en un contexto de adoración eucarística, la iniciativa “24 horas para el Señor”. Como recuerda Francisco, en 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirada en las palabras del Salmo 130,4: “De ti procede el perdón”. “En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental”.