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Etiquetas | Reseña literaria
Esperar demasiado de un libro es un punto de partida erróneo. Las expectativas, como las promesas, están hechas para no cumplirse

Ocho excelentes relatos y lo demás son cuentos

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Las buenas intenciones y otros cuentos
A la hora de comprar un libro –si no vamos buscando algo en concreto- lo primero que llamará nuestra atención será su portada. Nos fijaremos antes en la guapa de cara que en la hermana de Picio. Y miente el que diga lo contrario.

Una vez conquistados por el exterior nos preguntaremos por lo que hay dentro, y para eso está el texto de la contraportada: “Con su primera edición, en 2001, “Las buenas intenciones y otros cuentos” conquistó la adhesión entusiasta de los lectores y el aplauso unánime de la crítica. En apenas diez años el libro se ha convertido en una obra de culto, y en uno de los títulos más influyentes entre las últimas generaciones de cuentistas”. Semejantes palabras nos ponen a su favor, pero también sabemos que esos textos son el lógico piropeo del vendedor alabando su producto. Nadie dice nunca de su hijo que es feo y trapacero.

Leeremos también en la contraportada elogios de otros autores, nombres de colegas que quizás nos suenen de algo o que incluso admiremos y puedan influir en nuestra decisión. Pero ¿los amigos, los compañeros, los familiares putativos dicen siempre la verdad?, ¿son imparciales y objetivos o son padrinos y hadas madrinas, compinches de una camarilla?

Y leeremos por último en la solapa la biografía del autor: “Profesor de escritura creativa en la Escuela de Escritores. Galardones…premios…antologías”. Cátedra, distinciones, reconocimientos que no hacen desconfiar a los malpensados al no incluir ningún planeta en esa lista

Y aunque en mi caso particular esa primera línea de su currículum hace que salgan a pasear mis prejuicios hoy no quiero ser un paranoico. Hoy quiero ser un buen chico. Así que los elogios, los nombres que lo recomiendan y el currículum ganan. Hoy quiero creer, confiar, tener fe aunque todavía no sea Navidad. Y con ese deseo me siento y empiezo.

Y “Las buenas intenciones y otros cuentos” tiene un gran comienzo. Un gran relato inicial y dos excelentes relatos posteriores, pero con el cuarto llega el primer tropiezo. Me considero culpable y vuelvo a leerlo. Nada. Lo intento otra vez y obtengo el mismo resultado. Paso página y me repito como un mantra que la perfección es el más falso de todos los mitos. Quinto relato y recupera de nuevo mi confianza. Aplaudo. Me olvido. Sexto y leo una anécdota que podría contar mi abuelo queriendo hacerse el ingenioso y ocurrente. Tuerzo el gesto. Séptimo y de nuevo excelente. Quizás el mejor hasta ahora. Reconciliación. Octavo y me acuerdo de un mal chiste. Con lo bueno que era el anterior, ¿a qué viene esto? Noveno y otra vez excelente. Un caramelo que me quita el mal sabor de boca. Y después tres relatos seguidos que me dejan descolocado. De nuevo el gesto torcido, el bocado insípido. Aunque en uno de ellos encuentro una imagen evocadora, original y poderosa, no es suficiente para mantenerlo en pie. Y para acabar dos relatos últimos líricos, uno minimalista, húmedo, sonoro y táctil, y el otro un ejercicio narrativo realmente maestro.

Hago cuentas: catorce relatos. Y cuentos los subrayados: ocho. Algo más del cincuenta por ciento. Y vuelvo al principio. La portada: magnífica ilustración de Roberto Carrillo que decidiría a cualquiera a comprar el libro. Repaso el texto de la contraportada: “la mezcla de lirismo y humor… de tradición y vanguardia… singularidad y poder de sugerencia”. Acepto y confirmo: lirismo, humor, sugerencia. Sí, lirismo, sobre todo, en esos dos finales: “Llueve con ganas” y “Si fuera posible”. Humor, sí, en la mayoría de ellos, en “Justo y el ángel”, “Quizá una mala racha”, “Yo diría que un domingo” y “Lo bueno siempre es poco”. Y también realismo intimista y surrealismo onírico, inocencia infantil y fantasía adulta.

Releo el texto de la contraportada y cambio las comillas y la letra en cursiva por exclamativas interrogativas. Releo el elogio de algún colega y le quito los signos ortográficos. Releo el currículum y pienso que ocho sobre catorce es un porcentaje muy bajo para un profesor. He leído libros de autores sin cátedra con una proporción mucho mejor. Releo y reconozco que esperar demasiado de un libro es un punto de partida erróneo. Las expectativas, como las promesas, están hechas para no cumplirse.

Pero me olvidaré de ese dichoso pleno al quince que siempre ando esperando. Repetiré mi mantra. Tampoco quiero que esto parezca lo que no es. No hay lectura arrepentida ni mucho menos sensación de estafa. Quizás simplemente sea que me falta perspectiva histórica. Que tengo el paladar parcialmente atrofiado. Que llevando calcetines blancos no voy a entrar nunca en determinadas pagodas.

Así que me quedaré con los que son para mí hechos irrefutables. Y esos son que este libro tiene ocho relatos excelentes. Ocho registros diferentes. Ocho estilos distintos. Desde el primero, hiriente sin un solo artificio, sin un cuchillo ni un disparo hasta el que evoca y recrea el universo infantil con sus dudas y preguntas entre las absurdas paradojas de los adultos. Desde el micro de la idea genial y la carcajada hasta el relato largo, mágico y fantástico de suculenta escenografía antigua y rural. Desde el viaje dominical a un más allá que se parece a cualquier otro sitio hasta el relato de malabarista en el que consigue que las palabras repetidas se encadenen hasta alcanzar todo su significado.

Ocho excelentes relatos y lo demás –para mí- son cuentos.

Ángel Zapata. “Las buenas intenciones y otros cuentos”. 106 páginas. Páginas de Espuma. Madrid, 2011.

Ocho excelentes relatos y lo demás son cuentos

Esperar demasiado de un libro es un punto de partida erróneo. Las expectativas, como las promesas, están hechas para no cumplirse
Luis Borrás
martes, 18 de septiembre de 2012, 08:08 h (CET)

Las buenas intenciones y otros cuentos
A la hora de comprar un libro –si no vamos buscando algo en concreto- lo primero que llamará nuestra atención será su portada. Nos fijaremos antes en la guapa de cara que en la hermana de Picio. Y miente el que diga lo contrario.

Una vez conquistados por el exterior nos preguntaremos por lo que hay dentro, y para eso está el texto de la contraportada: “Con su primera edición, en 2001, “Las buenas intenciones y otros cuentos” conquistó la adhesión entusiasta de los lectores y el aplauso unánime de la crítica. En apenas diez años el libro se ha convertido en una obra de culto, y en uno de los títulos más influyentes entre las últimas generaciones de cuentistas”. Semejantes palabras nos ponen a su favor, pero también sabemos que esos textos son el lógico piropeo del vendedor alabando su producto. Nadie dice nunca de su hijo que es feo y trapacero.

Leeremos también en la contraportada elogios de otros autores, nombres de colegas que quizás nos suenen de algo o que incluso admiremos y puedan influir en nuestra decisión. Pero ¿los amigos, los compañeros, los familiares putativos dicen siempre la verdad?, ¿son imparciales y objetivos o son padrinos y hadas madrinas, compinches de una camarilla?

Y leeremos por último en la solapa la biografía del autor: “Profesor de escritura creativa en la Escuela de Escritores. Galardones…premios…antologías”. Cátedra, distinciones, reconocimientos que no hacen desconfiar a los malpensados al no incluir ningún planeta en esa lista

Y aunque en mi caso particular esa primera línea de su currículum hace que salgan a pasear mis prejuicios hoy no quiero ser un paranoico. Hoy quiero ser un buen chico. Así que los elogios, los nombres que lo recomiendan y el currículum ganan. Hoy quiero creer, confiar, tener fe aunque todavía no sea Navidad. Y con ese deseo me siento y empiezo.

Y “Las buenas intenciones y otros cuentos” tiene un gran comienzo. Un gran relato inicial y dos excelentes relatos posteriores, pero con el cuarto llega el primer tropiezo. Me considero culpable y vuelvo a leerlo. Nada. Lo intento otra vez y obtengo el mismo resultado. Paso página y me repito como un mantra que la perfección es el más falso de todos los mitos. Quinto relato y recupera de nuevo mi confianza. Aplaudo. Me olvido. Sexto y leo una anécdota que podría contar mi abuelo queriendo hacerse el ingenioso y ocurrente. Tuerzo el gesto. Séptimo y de nuevo excelente. Quizás el mejor hasta ahora. Reconciliación. Octavo y me acuerdo de un mal chiste. Con lo bueno que era el anterior, ¿a qué viene esto? Noveno y otra vez excelente. Un caramelo que me quita el mal sabor de boca. Y después tres relatos seguidos que me dejan descolocado. De nuevo el gesto torcido, el bocado insípido. Aunque en uno de ellos encuentro una imagen evocadora, original y poderosa, no es suficiente para mantenerlo en pie. Y para acabar dos relatos últimos líricos, uno minimalista, húmedo, sonoro y táctil, y el otro un ejercicio narrativo realmente maestro.

Hago cuentas: catorce relatos. Y cuentos los subrayados: ocho. Algo más del cincuenta por ciento. Y vuelvo al principio. La portada: magnífica ilustración de Roberto Carrillo que decidiría a cualquiera a comprar el libro. Repaso el texto de la contraportada: “la mezcla de lirismo y humor… de tradición y vanguardia… singularidad y poder de sugerencia”. Acepto y confirmo: lirismo, humor, sugerencia. Sí, lirismo, sobre todo, en esos dos finales: “Llueve con ganas” y “Si fuera posible”. Humor, sí, en la mayoría de ellos, en “Justo y el ángel”, “Quizá una mala racha”, “Yo diría que un domingo” y “Lo bueno siempre es poco”. Y también realismo intimista y surrealismo onírico, inocencia infantil y fantasía adulta.

Releo el texto de la contraportada y cambio las comillas y la letra en cursiva por exclamativas interrogativas. Releo el elogio de algún colega y le quito los signos ortográficos. Releo el currículum y pienso que ocho sobre catorce es un porcentaje muy bajo para un profesor. He leído libros de autores sin cátedra con una proporción mucho mejor. Releo y reconozco que esperar demasiado de un libro es un punto de partida erróneo. Las expectativas, como las promesas, están hechas para no cumplirse.

Pero me olvidaré de ese dichoso pleno al quince que siempre ando esperando. Repetiré mi mantra. Tampoco quiero que esto parezca lo que no es. No hay lectura arrepentida ni mucho menos sensación de estafa. Quizás simplemente sea que me falta perspectiva histórica. Que tengo el paladar parcialmente atrofiado. Que llevando calcetines blancos no voy a entrar nunca en determinadas pagodas.

Así que me quedaré con los que son para mí hechos irrefutables. Y esos son que este libro tiene ocho relatos excelentes. Ocho registros diferentes. Ocho estilos distintos. Desde el primero, hiriente sin un solo artificio, sin un cuchillo ni un disparo hasta el que evoca y recrea el universo infantil con sus dudas y preguntas entre las absurdas paradojas de los adultos. Desde el micro de la idea genial y la carcajada hasta el relato largo, mágico y fantástico de suculenta escenografía antigua y rural. Desde el viaje dominical a un más allá que se parece a cualquier otro sitio hasta el relato de malabarista en el que consigue que las palabras repetidas se encadenen hasta alcanzar todo su significado.

Ocho excelentes relatos y lo demás –para mí- son cuentos.

Ángel Zapata. “Las buenas intenciones y otros cuentos”. 106 páginas. Páginas de Espuma. Madrid, 2011.

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