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Predicción de un economista que no era economista

Felipe Muñoz
martes, 21 de agosto de 2012, 06:55 h (CET)
Hubo una vez, en un lejano país y en tiempo no tan lejano, un economista barbudo que escribió una profecía, de esas que nunca se cumplen. Porque, de todos es sabido hoy, los economistas no tienen ni idea de lo que hablan. Ya ven que ninguno, ni uno solo de ellos fue capaz de prever la crisis económica actual.

Pues bien, la “profecía” es la siguiente:

“Los dueños del capital estimularán a la clase trabajadora a comprar bienes, casas y tecnología cada vez más caros, hasta que su deuda se vuelva insoportable. La deuda no pagada llevará a la bancarrota de los bancos, que tendrán que ser nacionalizados; y el Estado tendrá que tomar un camino que, a la postre, le llevará al comunismo”

Como seguramente habrán adivinado, se trataba de Carlos Marx, en el primer volumen de su obra “El Capital”, publicado en 1867. Todo se ha cumplido, salvo las cuatro últimas palabras. De momento.

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Fuera esperaba el amanecer… Últimamente sus días acababan al mediodía; el tiempo de colgarse de un cigarrillo y fumarse toda la niebla de unas pocas horas en que podría deslizar su fantasma por entre las cosas. No recordaba de seguro su edad; el espejo le traicionaba y sólo le reflejaba la mitad que nunca sospechó ser. 

Es normal que aparezcan palabras nuevas porque la lengua está viva, y es estupendo cuando ayudan a reconocer que el lenguaje es pensamiento. Ocurrió con el neologismo ‘aporofobia’, acuñado por la catedrática Adela Cortina a partir de los términos griegos áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico), que la RAE incorporó en 2017 para dar nombre al miedo, el rechazo o la aversión a los pobres.

Llevamos años y todos cuantos se imaginen ustedes, seguirán siendo pacto con el silencio de siempre. Una mudez que no cesa. Uno que lleva bastantes años jubilado y se ha tenido que enganchar en AVE, ha visto en ese tiempo las sacudidas, las esperas en plena vía del tren y en mitad del campo. Los plantones y sacudidas, con las esperas a que nos tienen acostumbrados la Renfe, a veces con periodos de cuatro y cinco horas en mitad de la nada en la ruta de Algeciras-Antequera.

 
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