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Los amigos del Banco Central Europeo

¿Qué más quieren?...
Tomás Salinas
lunes, 13 de agosto de 2012, 07:29 h (CET)
El Banco Central Europeo. Voy a jugar a contenerme, pues si no lo hago estas líneas no verán la luz. El Banco Central Europeo. BCE. Banda Creada para y por Especuladores. Insisten los capos de esta familia mafiosa en la necesidad de aplicar más reformas estructurales y fiscales y para tal fin sugieren un paquete de medidas urgentes, encaminadas todas ellas a reducir los costes laborales y los márgenes de beneficio excesivos. Ahí es nada.

La primera, sabrosona. Reducir el salario mínimo. Aún más. Sueldos africanos con impuestos europeos para los bárbaros del sur. Qué los españoles se maten por la propina, qué España se convierta en un caribe miserable en el Mediterráneo, lleno de mano de obra barata, un país de sirvientes, meretrices y chaperos a la orden del rico del norte. En algún sitio tienen que desfogarse nuestros amigos de la Unión. Sangría, balconing y sexo fácil y barato para todos, qué no les falte de nada, qué no, qué no. Y dando las gracias.

La segunda. Relajar las leyes de protección laboral. Con la de traductores en nómina que tienen éstos, y todavía no deben de haberles pasado una copia en condiciones de la Reforma Laboral, ese fantástico paradigma de los derechos de los trabajadores que posibilita el despido por cualquier causa. Los políticos patrios la parieron y la niña les salió tonta, no se crea empleo ni de casualidad. Todo lo contrario, cada vez son más los que acaban en la puñetera calle, con una mano delante y la otra detrás.

La tercera. Permitir la negociación salarial a nivel de empresa. Me paso por el forro los acuerdos y los convenios, esto vas a cobrar y si no te apaña, coge la puerta que hay cola esperando. Una circunstancia que ya se produce, ahora vas y la multiplicas por cien. A las plantaciones, a recolectar algodón a cambio de un chamizo, pan y agua.

La cuarta. Abolir la interrelación entre salarios e inflación. Qué más da que suban los precios, tú recibirás lo mismo o menos. ¿Qué no tienes para comer todos los días? Alterna, los pares sí, los impares a chupar los escaparates de las pastelerías. Eres ganado y tu final es el matadero, piel para hacer zapatos y huesos para caldo.

La quinta. Privatizaciones. Dinero llama a dinero. Los pobres, por un lado, y los que manejan los billetes, en sus castillos controlando todos los aspectos de la vida y la muerte. Derechos sociales que se llaman. Educación y Sanidad.

La sexta. Reformar el sistema judicial y regulatorio para hacerlo más favorable a los negocios. Sin comentarios. Apesta. Más legislación que proteja al ladrón.

No sigo. Hay más, pero por no hacer este lamento muy largo, termino con las conclusiones de estos hijos de la gran Europa. Dicen que el paro aumenta porque los sueldos no bajan. Evidente. Y es que ganamos mucho y encima lo invertimos mal. ¿A quién se le ocurre comer, pagar la luz, las hipotecas, el agua, vestir a los hijos o, simplemente, respirar? No nos merecemos disfrutar de tanta bonanza, somos escoria, ¿no?

Eso piensan de nosotros los del Banco Central Europeo y los poderosos de la Unión Europea. Entonces, digo yo, ¿por qué continuamos en un sitio donde no nos quieren? ¿Por qué no nos vamos dando un portazo y arrastramos al resto hacia nuestra miseria? ¿Por qué seguimos mendigando? Vamos a morir, sí o sí. Elijamos pues cómo. Hagámoslo matando, diversión para todos, que la sangre que se derrame no sea sólo nuestra.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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