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Baronías Populares S.L.

Mucho noble en política, mucho noble...
Tomás Salinas
martes, 31 de julio de 2012, 07:25 h (CET)
Definamos barón. Título nobiliario con el que los reyes muestran su gratitud hacia ciertas personas. El siglo XVII en pleno XXI. El PSOE exhibía sus baronías y Zapatero otorgaba dominios a torpes, trepas e ineptos. Ahora Mariano Rajoy también cierra su círculo noble. Con dinero o sin dinero, hace siempre lo que quiere y su palabra es la ley. Señores ilustres gozando de derechos feudales, catalogados a la derecha del padre por un rey que yerra por cobardía. Barones azules, que no rojos, sin la ilustración de Montesquieu y con la desvergüenza del que luce su inmundicia abriéndose un abrigo. Por debajo en la jerarquía del Conde, sucesor en ciernes del monarca salvo abortos varios, obedientes discípulos del poder.

Cuatro horas han bastado entre Presidente y barones para obtener el compromiso unánime de los mismos con la agenda reformista y la somanta de palos que mal aguanta ya el vasallaje. Una foto familiar para el retrato del pintor de cámara y juntos, a arreglar un país desecho por los costados. La cúpula militar renovada, las fuerzas de seguridad del Estado encaradas, la ciudadanía ahogada y humillada, uno de cada cuatro en el paro. Nosotros por un lado. En el otro, salvapatrias, políticos de medio pelo, al mando y en la oposición, unos destinados a explicar bien las razones de los ajustes, y otros intentando subirse a un carro en el que nadie quiere abyectos y lamentables parásitos de la casta.

No confío en ellos, en ninguno. No atisbo un gesto inspirador. Desmontan los servicios públicos por la base, despiden a miles de trabajadores pero ellos, su mafia, se ubican y reubican, mejorando sus posiciones. Entre barones, señores e hidalgos, además de algún bufón aprovechado y varios rastreros y serviles, suman casi 450.000 en el ejército del enemigo. Cuestan mucho y valen poco, pero se bastan para saquear y devastar España. Liquidan una televisión autonómica, depósito oficial de amigos, despidiendo a 1.000 de la tropa pero mantienen, aquí o allá, a los caros, a los directores del colegueo y secretarios de la cosa. Mientras, su dueño y barón Fabra, en plena mendicidad, contrata cinco asesores nuevos para celebrar la ruina por todo lo grande. En la calle contraria los rivales, de boquita, no sueltan la teta ni con agua hirviendo, han hecho de la mamandurria su objetivo y del engaño su profesión. Así funciona el tema a lo largo y ancho.

Hay que colocar al socio. Asesor. Palabra mágica que define a ciertos empleados públicos que acceden a la administración por los principios de desigualdad, demérito e incapacidad. Todos valores que no hay sentido legal común que admita, salvo el entramado interesado que es la legislación española. El corsario crea sus propias leyes, blinda su ultraje y se ríe del administrado.

Buscan los de la casta el sacrificio, dicen que no quieren que seamos griegos. Yo tampoco. Prefiero por mil y una vez ser islandés, mirarles a los ojos y decirles a esta legión que se marchen, no sin antes forzarles a pasar por caja y juzgado. A los de ahora, a los de antes, a los que abandonaron el barco cuando el agua llegaba a cubierta, a los que se han borrado del país, a los que se escudan en el rango familiar, a los que quieren que rescatemos sus negocios con nuestra hambre y a los que pretenden imponer su tiranía económica. A todos ellos. De arriba hacia abajo, depurarles, exigirles su responsabilidad y despedirles, a la puñetera calle, o encerrarles de por vida. De la misma vida que han destruido. Sin perdón hacia el ladrón.

Así que no me hablen de barones, que me toca mucho la moral. Y otras cosas.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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