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Etiquetas | Crítica literaria | Oro ciego
Una novela que es en esa tómbola llamada literatura un todo absoluto, estilístico, narrativo, escenográfico, carnal, hipnótico y magnético. Un auténtico premio gordo

Premio gordo

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oro ciego, alejandro hernandez
Hace poco dije que comprar un libro es como comprar una papeleta en una tómbola. Puede tocarte el premio gordo pero también el perrito piloto.

Pues “Oro ciego” de Alejandro Hernández es, sin duda, uno de los premios gordos de esa tómbola llamada literatura. Por eso en este tiempo de libros de vida efímera y con fecha de caducidad, de mercadotecnia y best-sellers, esta novela, sin otra recomendación que la de los lectores, va por la segunda edición.

Y eso que en la solapa dice que “Oro ciego” mereció en 2010 el Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón a la mejor novela histórica. Y bien por lo del premio, pero la marca “novela histórica” a mi me da alergia. Cuando paso junto a esa sección de las librerías siempre desvío la mirada y cambio el rumbo, como el que se encuentra a un charlatán en un mercadillo medieval que vende antigüedades Made in Taiwán. Pues esta vez el buhonero resulto ser un mago al que le compré –con alegría y entusiasmo- toda la mercancía que tenía en el tenderete. Y si fuera un predicador que necesitara un ayudante me hubiera convertido en su más fiel seguidor, voceando en plena calle su novela como el más eficaz remedio contra el tedio y el escorbuto, antídoto contra la picadura de la mosca Tsé-Tsé, elixir que hace desaparecer el esplín francés y recuperar la fe. Todas las variedades del tónico reconstituyente en un solo frasco.

“Oro ciego” transcurre en Cuba en plena guerra de 1898. Y hasta ahora la única referencia que manejaba de ese mítico año era “Héroes de Cuba”, de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March, y que forma parte de sus “Episodios Nacionales Contemporáneos”. Exigua lista a la que ahora sumaré esta novela de Alejandro Hernández en un estilo y desde un punto de vista completamente distinto.

“Oro ciego” es de esas narraciones que le dan sentido a la palabra novela. En cuarenta páginas ya has vivido varias vidas. Y quedan trescientas treinta más por delante. En muy poco tiempo has estado frente a un pelotón de fusilamiento y milagrosamente te has salvado; has estado en un campo de prisioneros y has visto y sufrido toda la crueldad de la que el hombre es capaz; has sido guerrillero en la selva y has matado para que no te mataran. Podrías haber muerto miles de veces y de mil maneras distintas, pero has sobrevivido. Y al terminar la guerra todavía no estás a salvo, puedes morir de otras cien, otras mil formas diferentes en tiempo de paz.

Lo mejor de “Oro ciego” es que muestra los límites de la vida humana no como un muro infranqueable sino como una simple línea que siempre es posible cruzar. Cruzas vivo esa línea roja y piensas que es la última, que ya no es posible que haya más, y sin embargo el destino te arrastra, te empuja y la cruzas, pasas al otro lado, sobrevives y sigues cayendo hasta la siguiente, pensando al llegar lo mismo que en la línea anterior: que es la última. Y sin embargo la cruzas. Otra y otra y otra vez más. Líneas, fosos, abismos, emboscadas, ciénagas, balaceras, enfermedades, cuevas, túneles, colmillos y explosiones. Caer, sobrevivir y volver a empezar. Alrededor locura, amistad, disentería, trampas, treguas, sueños, amor, sexo, esperanzas, traiciones, oscuridad y resurrección. Una muerte detrás de otra; la muerte y sus mil nombres; la suerte y sus mil sinónimos, y una vida que no es vivir.

“Oro ciego” va mucho más allá de la trepidante aventura. Novela que se acrecienta y enriquece con cada nuevo personaje y su biografía. Su vida y su muerte. Su pasado a cuestas, su presente, su final. Novelas dentro de la novela. Una isla que es un continente inmenso. Una tierra de emigración, futuro, ambición, independencia, lucha y muerte; de guerra en sesión continua. Termina una y empieza la siguiente. Muere un general insurrecto y le sucede otro. Muere un hombre y otro ocupa su puesto. Se marchan unos y llegan otros.

Novela en la que hay una parte de aventura épica, salvaje, heroica y cruel. Una parte de western caribeño y su fiebre del oro, su avaricia y su precio. Una parte de historia, política, desengaño, religión, psiquiatría, milagro, demonio, familia, recuerdo, enajenación,  huida, amor, sexo, verdad y mentira. Una parte de selva y ciudad. Tacto, vista y olfato. Otra de angustia, barro, hambre, sed, polvo, sangre y un motivo que sirve lo mismo para morir o vivir.

Y un todo absoluto, estilístico, narrativo, escenográfico, carnal, hipnótico y magnético de literatura y premio gordo.

Alejandro Hernández. “Oro ciego”. 373 páginas. Editorial Salto de Página. Segunda edición. Madrid, 2012.

Premio gordo

Una novela que es en esa tómbola llamada literatura un todo absoluto, estilístico, narrativo, escenográfico, carnal, hipnótico y magnético. Un auténtico premio gordo
Luis Borrás
viernes, 22 de junio de 2012, 08:22 h (CET)

oro ciego, alejandro hernandez
Hace poco dije que comprar un libro es como comprar una papeleta en una tómbola. Puede tocarte el premio gordo pero también el perrito piloto.

Pues “Oro ciego” de Alejandro Hernández es, sin duda, uno de los premios gordos de esa tómbola llamada literatura. Por eso en este tiempo de libros de vida efímera y con fecha de caducidad, de mercadotecnia y best-sellers, esta novela, sin otra recomendación que la de los lectores, va por la segunda edición.

Y eso que en la solapa dice que “Oro ciego” mereció en 2010 el Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón a la mejor novela histórica. Y bien por lo del premio, pero la marca “novela histórica” a mi me da alergia. Cuando paso junto a esa sección de las librerías siempre desvío la mirada y cambio el rumbo, como el que se encuentra a un charlatán en un mercadillo medieval que vende antigüedades Made in Taiwán. Pues esta vez el buhonero resulto ser un mago al que le compré –con alegría y entusiasmo- toda la mercancía que tenía en el tenderete. Y si fuera un predicador que necesitara un ayudante me hubiera convertido en su más fiel seguidor, voceando en plena calle su novela como el más eficaz remedio contra el tedio y el escorbuto, antídoto contra la picadura de la mosca Tsé-Tsé, elixir que hace desaparecer el esplín francés y recuperar la fe. Todas las variedades del tónico reconstituyente en un solo frasco.

“Oro ciego” transcurre en Cuba en plena guerra de 1898. Y hasta ahora la única referencia que manejaba de ese mítico año era “Héroes de Cuba”, de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March, y que forma parte de sus “Episodios Nacionales Contemporáneos”. Exigua lista a la que ahora sumaré esta novela de Alejandro Hernández en un estilo y desde un punto de vista completamente distinto.

“Oro ciego” es de esas narraciones que le dan sentido a la palabra novela. En cuarenta páginas ya has vivido varias vidas. Y quedan trescientas treinta más por delante. En muy poco tiempo has estado frente a un pelotón de fusilamiento y milagrosamente te has salvado; has estado en un campo de prisioneros y has visto y sufrido toda la crueldad de la que el hombre es capaz; has sido guerrillero en la selva y has matado para que no te mataran. Podrías haber muerto miles de veces y de mil maneras distintas, pero has sobrevivido. Y al terminar la guerra todavía no estás a salvo, puedes morir de otras cien, otras mil formas diferentes en tiempo de paz.

Lo mejor de “Oro ciego” es que muestra los límites de la vida humana no como un muro infranqueable sino como una simple línea que siempre es posible cruzar. Cruzas vivo esa línea roja y piensas que es la última, que ya no es posible que haya más, y sin embargo el destino te arrastra, te empuja y la cruzas, pasas al otro lado, sobrevives y sigues cayendo hasta la siguiente, pensando al llegar lo mismo que en la línea anterior: que es la última. Y sin embargo la cruzas. Otra y otra y otra vez más. Líneas, fosos, abismos, emboscadas, ciénagas, balaceras, enfermedades, cuevas, túneles, colmillos y explosiones. Caer, sobrevivir y volver a empezar. Alrededor locura, amistad, disentería, trampas, treguas, sueños, amor, sexo, esperanzas, traiciones, oscuridad y resurrección. Una muerte detrás de otra; la muerte y sus mil nombres; la suerte y sus mil sinónimos, y una vida que no es vivir.

“Oro ciego” va mucho más allá de la trepidante aventura. Novela que se acrecienta y enriquece con cada nuevo personaje y su biografía. Su vida y su muerte. Su pasado a cuestas, su presente, su final. Novelas dentro de la novela. Una isla que es un continente inmenso. Una tierra de emigración, futuro, ambición, independencia, lucha y muerte; de guerra en sesión continua. Termina una y empieza la siguiente. Muere un general insurrecto y le sucede otro. Muere un hombre y otro ocupa su puesto. Se marchan unos y llegan otros.

Novela en la que hay una parte de aventura épica, salvaje, heroica y cruel. Una parte de western caribeño y su fiebre del oro, su avaricia y su precio. Una parte de historia, política, desengaño, religión, psiquiatría, milagro, demonio, familia, recuerdo, enajenación,  huida, amor, sexo, verdad y mentira. Una parte de selva y ciudad. Tacto, vista y olfato. Otra de angustia, barro, hambre, sed, polvo, sangre y un motivo que sirve lo mismo para morir o vivir.

Y un todo absoluto, estilístico, narrativo, escenográfico, carnal, hipnótico y magnético de literatura y premio gordo.

Alejandro Hernández. “Oro ciego”. 373 páginas. Editorial Salto de Página. Segunda edición. Madrid, 2012.

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