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La nueva religión

Felipe Muñoz
martes, 29 de mayo de 2012, 07:17 h (CET)
Igual que hubo un tiempo en que Occidente adoró al Dios judeo cristiano y tiñó todo su sociedad medieval, y toda su cultura posterior, con el nombre de ese Dios; así, el mismo Occidente, la misma civilización ha pasado, de improviso, a arrodillarse ante una nueva religión.

Lo mismo que el Dios anterior, este nuevo dios era ubicuo, estaba en todas partes; se le rezaba por la mañana, al levantarse para ir al trabajo (a los oficios), o para ir a buscarlo. Y, como al antiguo, a este dios no se puede ver ni tocar.

Ese dios vive en el mundo a través de la fe que sus fieles tienen en él. Esa nueva fe se llama “crédito”, e igualmente que los antiguos se quejaban de la falta de fe de sus jóvenes, los modernos lloran por la falta de crédito y temen que se acerque el castigo divino; y espera, temiendo también, el divino rescate, que envíe a sus eurobonos para cargar con todas nuestras deudas.

La nueva religión dispone, también, cómo no, de sus propias virtudes teologales. Ya no son, como antaño, la Fe, la Esperanza y el Amor, sino que se trata del Crédito, la lejana Jubilación y la Subvención no recortable. Tres virtudes que hay que guardar, so pena de ser castigados por el juez supremo al abismo de la miseria, a la eterna cola del paro…, a tener que buscarnos la vida por nosotros mismos.

Y, así, todos los fieles aspirantes a la Gloria eterna de un puesto de funcionario o de un nicho de subvenciones (un sindicato o un partido político…, o un consejo de administración de un banco cualquiera, o de una eléctrica cualquiera o de una petrolera  determinada), cumplen su primer mandamiento de amar a su dios sobre todas las cosas.

Y se forman, como nos cuenta Agustín García Calvo, “colas de fieles en los concesionarios de la Declaración de la Renta o los oratorios de cobro de Réditos o Pensiones, la absolución de las cifras rojas del pecado mediante la absolución por medio de la confesión (...), los concilios de teólogos y obispos para determinar los artículos de fe”, para decirnos en qué debemos creer, para dirimir las agrias polémicas teológicas entre las escuelas sobre la naturaleza del único hijo de este dios: la crisis económica.

Porque, he aquí, unos defienden que la crisis tiene una naturaleza divina, un “alma de mercado” y que solo en apariencia es humana (por las crisis políticas que ocasiona). Sin embargo, otros defienden que la crisis es solo humana, que solo obedece al mal que hicieron los gobiernos. Y, por fin, se encuentran los que defienden la doble naturaleza política y económica) de la crisis, como antiguamente se defendía la doble naturaleza, divina y humana, del hijo de aquel Dios antiguo.

Sin embargo, hoy hemos conseguido lo que no consiguieron nuestros antepasados; hoy hemos abrazado, todos a una, la única religión verdadera; adoramos todos al mismo dios, tememos todos al mismo diablo. Rezamos todos por la Segunda Venida, en toda su gloria, de la Prosperidad económica y levantamos los ojos al cielo preguntando al nuevo dios por qué nos ha abandonado el trabajo.

Cuídense los pocos descreídos que aun quedan. Como señaló Mark Twain, el hombre es el único animal que ama a su prójimo como a sí mismo…, y le corta la garganta si su teología no es la correcta.

Sepan, aun así, los adoradores de esta nueva religión, yo así lo profetizo, que algún día, más pronto que tarde, también su iglesia tendrá que pagar el IBI. Si es que quiere que se produzca la Segunda Venida.

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Me van a perdonar tres veces: por empezar hablando de fútbol, por el título en inglés, y por dividir este escrito en dos partes; esto último para que nadie se atragante demasiado pronto y deje de leer pensando que va sólo de fútbol, aunque ya se sabe lo que pasa con la prensa deportiva, se lee -en mi modesta opinión- más de lo debido, y el fútbol acapara titulares a la más mínima.

En un mundo cada vez más interconectado, pero paradójicamente más dividido, el respeto parece haberse convertido en una palabra vacía, en un eco lejano de lo que alguna vez fue la base de la convivencia humana. Hoy, las diferencias políticas, culturales, religiosas o ideológicas, ya no se interpretan como riqueza, sino como amenaza. Se descalifica con rapidez, se insulta sin filtros, y se señala al otro con la dureza del prejuicio.

Discernimiento es “la acción y el efecto de discernir”. Es decir aplicar la clarividencia, el juicio o la sensatez ante una disyuntiva. En romance paladino: hacer uso del sentido común. Justo lo contrario de lo que pretende la mayoría de los seres humanos. Que piensen y decidan por ellos. Sin mojarse lo más mínimo.

 
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