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El reto de proyectar y planificar las ciudades en un contexto de crisis

Arquitecturas para la austeridad

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"La renuncia a lo superfluo en la arquitectura y en la vida puede ser una fuente de belleza y de placer". Estas palabras, pronunciadas por el recién nombrado académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando, Luís Fernández Galiano, encierran algunas ideas que merece la pena sean subrayadas. Parafraseando al profesor Galiano, yo diría que ‘la renuncia a lo superfluo en arquitectura y en la vida es fuente de riqueza’, algo que, en un contexto de austeridad como el que nos está tocando vivir, es más que bien visto y valorado.

Las arquitecturas de la austeridad, desde que hace algunos años Giuseppe Campos Venuti nos hablara de este concepto aplicado al urbanismo, han sido suplantadas en las ciudades por las arquitecturas de los excesos, en los que los presupuestos de ejecución material desbordan cualquier previsión. Seguramente, todos hemos visto u oído hablar sobre alguno de ellos: Metropol Parasol, en Sevilla (presupuestado sobre 50 millones de euros y terminado en unos 120); Ciudad de la Cultura, en Santiago de Compostela (presupuestado en unos 100 millones de euros y que, a día de hoy, lleva más de 400 y sigue inacabado); etc.

Este ‘circo’ de arquitecturas y arquitectos super-star evidencia la necesidad de optar por argumentos y proyectos austeros. Quizá el precio que hemos tenido que pagar para escuchar las bondades de una arquitectura que renuncie a lo superfluo ha sido demasiado caro. El CaixaFórum Madrid, de Herzog and Meuron; las Torres de Cristal de César Pelli en Madrid y Bilbao; la ampliación del Museo Reina Sofía, de Jean Nouvel; la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, de Richard Rogers; o el Museo Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, son sólo algunos de los ejemplos de arquitecturas del exceso con las que hemos sembrado nuestras ciudades y con las que nos sentiríamos muy a gusto, de no ser por el cambio de paradigma al que nos ha empujado la actual situación económica.

Este mercadeo arquitectónico choca de frente con la realidad actual, en la que los arquitectos españoles tienden a emigrar al extranjero. El 63,1% de los profesionales del sector que trabajan en España ha visto reducido su salario en el último año como consecuencia de la crisis económica. Este dato casi duplica el porcentaje del año anterior, cuando según el II Estudio Laboral del sector elaborado por el Sindicato de Arquitectos (SARQ), un 36,6% de trabajadores en este campo aseguraba haber visto descender su remuneración.

No cabe duda de que este es un tiempo de retos, de redefinir modelos, de poner en crisis cualquier herencia, de reciclar conocimientos y abrirse a las nuevas expectativas que demande la sociedad. El tiempo de cambio que vivimos implica cambio en sí mismo y, por tanto, el arquitecto, como un agente más, debe asumirlo. Pero no pequemos de ingenuos. Estos monumentos al exceso que hemos visto antes son fiel reflejo una sociedad que fomentaba y casi exigía esas conductas. Por eso, la arquitectura que renuncie a lo superfluo solo puede venir de la mano de una sociedad que sepa buscar lo esencial. 

Arquitecturas para la austeridad

El reto de proyectar y planificar las ciudades en un contexto de crisis
Pablo Manuel Millán
domingo, 29 de enero de 2012, 09:08 h (CET)

"La renuncia a lo superfluo en la arquitectura y en la vida puede ser una fuente de belleza y de placer". Estas palabras, pronunciadas por el recién nombrado académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando, Luís Fernández Galiano, encierran algunas ideas que merece la pena sean subrayadas. Parafraseando al profesor Galiano, yo diría que ‘la renuncia a lo superfluo en arquitectura y en la vida es fuente de riqueza’, algo que, en un contexto de austeridad como el que nos está tocando vivir, es más que bien visto y valorado.

Las arquitecturas de la austeridad, desde que hace algunos años Giuseppe Campos Venuti nos hablara de este concepto aplicado al urbanismo, han sido suplantadas en las ciudades por las arquitecturas de los excesos, en los que los presupuestos de ejecución material desbordan cualquier previsión. Seguramente, todos hemos visto u oído hablar sobre alguno de ellos: Metropol Parasol, en Sevilla (presupuestado sobre 50 millones de euros y terminado en unos 120); Ciudad de la Cultura, en Santiago de Compostela (presupuestado en unos 100 millones de euros y que, a día de hoy, lleva más de 400 y sigue inacabado); etc.

Este ‘circo’ de arquitecturas y arquitectos super-star evidencia la necesidad de optar por argumentos y proyectos austeros. Quizá el precio que hemos tenido que pagar para escuchar las bondades de una arquitectura que renuncie a lo superfluo ha sido demasiado caro. El CaixaFórum Madrid, de Herzog and Meuron; las Torres de Cristal de César Pelli en Madrid y Bilbao; la ampliación del Museo Reina Sofía, de Jean Nouvel; la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, de Richard Rogers; o el Museo Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, son sólo algunos de los ejemplos de arquitecturas del exceso con las que hemos sembrado nuestras ciudades y con las que nos sentiríamos muy a gusto, de no ser por el cambio de paradigma al que nos ha empujado la actual situación económica.

Este mercadeo arquitectónico choca de frente con la realidad actual, en la que los arquitectos españoles tienden a emigrar al extranjero. El 63,1% de los profesionales del sector que trabajan en España ha visto reducido su salario en el último año como consecuencia de la crisis económica. Este dato casi duplica el porcentaje del año anterior, cuando según el II Estudio Laboral del sector elaborado por el Sindicato de Arquitectos (SARQ), un 36,6% de trabajadores en este campo aseguraba haber visto descender su remuneración.

No cabe duda de que este es un tiempo de retos, de redefinir modelos, de poner en crisis cualquier herencia, de reciclar conocimientos y abrirse a las nuevas expectativas que demande la sociedad. El tiempo de cambio que vivimos implica cambio en sí mismo y, por tanto, el arquitecto, como un agente más, debe asumirlo. Pero no pequemos de ingenuos. Estos monumentos al exceso que hemos visto antes son fiel reflejo una sociedad que fomentaba y casi exigía esas conductas. Por eso, la arquitectura que renuncie a lo superfluo solo puede venir de la mano de una sociedad que sepa buscar lo esencial. 

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