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El papel de la Reserva Federal en la crisis económica

A caldo a la Reserva

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WASHINGTON -- Cuanto más nos alejamos de 2008, momento en el que la economía norteamericana flirteó con otra Gran Depresión, más gente olvida lo sucedido e inventa versiones que satisfacen algún impulso político, ideológico o periodístico. Entre los mayores perdedores de este revisionismo se encuentra la Reserva Federal. Aunque ayudó a salvar la economía de un desplome más acusado, ha sido tachada de forma progresivamente más generalizada de epicentro de una conspiración tácita que utilizaría dinero público para beneficio del sector financiero a expensas de todos los demás.

Si se impone esta versión de los hechos -- y es frecuente entre el movimiento de protesta fiscal tea party, el movimiento Occupy Wall Street, entre figuras políticas a derecha y a izquierda y entre algunos integrantes de los medios -- todos podríamos salir perdiendo. El Congreso creaba la Reserva en 1913 para hacer las veces de agente de crédito de último recurso del sistema bancario del país. La legislación fue producto del episodio de pánico bancario de 1907, cuando la ausencia de alguna garantía de crédito agravó una crisis económica importante.

Sabemos lo que sucedió cuando la Reserva evitó interpretar este papel: la Gran Depresión. Entre 1929 y 1933, el 43% de las 24.970 entidades bancarias estadounidenses había quebrado o se había fusionado para subsistir. Los historiadores económicos todavía discuten a tenor de la razón de que la Reserva renunciara a ejercer sus funciones, pero la repercusión fue cruda. El colapso del valor del dinero y la caída del crédito agravaron la Depresión. El paro durante la década de los años 30 registró una media del 14%. Las críticas que apuntan que la Reserva intervino demasiado en 2008 podrían inducirla a permanecer demasiado pasiva durante otra crisis.

La salva anti-Reserva más reciente viene en forma de larga crónica de Bloomberg, la agencia de información. Bloomberg sostiene que la Reserva "destinó" 7,77 billones a salvar el sistema económico y que participó de manera vinculante en múltiples acuerdos "secretos" destinados a salvar entidades bancarias destacadas. Las alegaciones gratuitas y la cifra de 7,77 billones tuvieron amplia repercusión en la red.

Son sensacionalismo en su práctica totalidad. Como aperitivo, la cifra de 7,77 billones es falaz. Cualquier persona razonable que lea la crónica llegará a la conclusión de que la Reserva prestó 7,77 billones a entidades bancarias y otras instituciones. No fue así. Esto era el importe, explicaba Bloomberg más tarde, que la Reserva habría destinado. El préstamo de la Reserva no superó nunca el billón y medio de dólares, cantidad que por supuesto es elevada pero todavía palidece en comparación con un sector financiero cuyo volumen bruto supera con creces los 20 billones de dólares. La práctica totalidad de los préstamos han sido amortizados con intereses, según la Reserva.

El economista de la Universidad de California en San Diego James Hamilton examinaba meticulosamente la forma en que se llega a la cifra de 7,77 billones de dólares. La tacha de "cálculo absurdo" que es "escandalosamente impreciso" y que constituye en última instancia "un engañabobos". El columnista económico del Wall Street Journal David Wessel escribe que la noción de que la Reserva prestó a entidades bancarias 7,77 billones de dólares "no es cierta" simplemente.

Tampoco hizo "un secreto" de los préstamos la Reserva. El portal de la Reserva contiene siempre copiosa información del volumen de préstamo y de la titularización ofrecida como garantía a cambio de los préstamos. Cierto, los nombres de las entidades prestatarias no fueron divulgados. Pero existe una buena razón para esto: en medio de un episodio de pánico económico, sacar a la luz los nombres de las entidades que se endeudaban iba a minar todavía más la confianza en ellas. Esta práctica lleva décadas siendo el estándar en Estados Unidos y en todas partes.

Tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, los mercados estadounidenses de crédito empezaron a hacer más rígido el crédito. Las entidades bancarias no se extendían préstamos. Los inversores se abstenían de comprar títulos negociables -- un préstamo a corto plazo -- y múltiples valores "titularizados". Temiendo perder el crédito, las empresas recortaron el gasto de forma drástica. Expedientes de regulación se abrían por doquier: 4,3 millones de puestos de trabajo se esfumaron desde aquel septiembre a junio de 2009. Las empresas cancelaron proyectos de inversión en equipo y plantas. Durante el primer trimestre del ejercicio 2009, la inversión privada cayó a un ritmo anual del 31 por ciento.

Los programas de préstamo de la Reserva proporcionaron líneas alternativas de crédito y pretendían recuperar la confianza. Las entidades bancarias y las demás entidades financieras podían endeudarse con la Reserva. De no haber intervenido, el resultado habría sido mucho peor. El economista de Moody's Analytics Mark Zandi apunta:

"Los sistemas bancario y financiero se habrían derrumbado y se habrían llevado a la economía real por delante. Habríamos acabado en medio de una depresión. Recuerdo recibir una llamada telefónica del consejero delegado de una cadena importante, diciendo que sus fabricantes no recibían créditos y no podían trasladar los productos a las estanterías. El mercado de títulos negociables se había vuelto rígido. Constituye el soporte vital de muchas corporaciones. Se valen de él para pagar las nóminas. Los ERES habrían sido masivos en comparación con lo que vivimos".

La Reserva es "independiente" de forma nominal por un motivo. Está para implantar las medidas impopulares imprescindibles para la solvencia del país a largo plazo. La crónica de Bloomberg y las críticas restantes sugieren que Reserva y Tesoro debieron de haber dividido en módulos las grandes entidades bancarias como condición para extenderles préstamos. Pero tratar de llevar a cabo esto en el seno de la crisis habría agravado la incertidumbre y el miedo. Algunas entidades habrían tentado a la suerte sin el préstamo de la Reserva. El episodio de pánico se habría agravado.

Poner a caldo a la Reserva está trillado, pero pocas veces una institución de la información había participado alterando los hechos. Si la Reserva es estigmatizada por triunfar, puede que la echemos de menos a la próxima vez.

A caldo a la Reserva

El papel de la Reserva Federal en la crisis económica
Robert J. Samuelson
martes, 13 de diciembre de 2011, 07:45 h (CET)

 

WASHINGTON -- Cuanto más nos alejamos de 2008, momento en el que la economía norteamericana flirteó con otra Gran Depresión, más gente olvida lo sucedido e inventa versiones que satisfacen algún impulso político, ideológico o periodístico. Entre los mayores perdedores de este revisionismo se encuentra la Reserva Federal. Aunque ayudó a salvar la economía de un desplome más acusado, ha sido tachada de forma progresivamente más generalizada de epicentro de una conspiración tácita que utilizaría dinero público para beneficio del sector financiero a expensas de todos los demás.

Si se impone esta versión de los hechos -- y es frecuente entre el movimiento de protesta fiscal tea party, el movimiento Occupy Wall Street, entre figuras políticas a derecha y a izquierda y entre algunos integrantes de los medios -- todos podríamos salir perdiendo. El Congreso creaba la Reserva en 1913 para hacer las veces de agente de crédito de último recurso del sistema bancario del país. La legislación fue producto del episodio de pánico bancario de 1907, cuando la ausencia de alguna garantía de crédito agravó una crisis económica importante.

Sabemos lo que sucedió cuando la Reserva evitó interpretar este papel: la Gran Depresión. Entre 1929 y 1933, el 43% de las 24.970 entidades bancarias estadounidenses había quebrado o se había fusionado para subsistir. Los historiadores económicos todavía discuten a tenor de la razón de que la Reserva renunciara a ejercer sus funciones, pero la repercusión fue cruda. El colapso del valor del dinero y la caída del crédito agravaron la Depresión. El paro durante la década de los años 30 registró una media del 14%. Las críticas que apuntan que la Reserva intervino demasiado en 2008 podrían inducirla a permanecer demasiado pasiva durante otra crisis.

La salva anti-Reserva más reciente viene en forma de larga crónica de Bloomberg, la agencia de información. Bloomberg sostiene que la Reserva "destinó" 7,77 billones a salvar el sistema económico y que participó de manera vinculante en múltiples acuerdos "secretos" destinados a salvar entidades bancarias destacadas. Las alegaciones gratuitas y la cifra de 7,77 billones tuvieron amplia repercusión en la red.

Son sensacionalismo en su práctica totalidad. Como aperitivo, la cifra de 7,77 billones es falaz. Cualquier persona razonable que lea la crónica llegará a la conclusión de que la Reserva prestó 7,77 billones a entidades bancarias y otras instituciones. No fue así. Esto era el importe, explicaba Bloomberg más tarde, que la Reserva habría destinado. El préstamo de la Reserva no superó nunca el billón y medio de dólares, cantidad que por supuesto es elevada pero todavía palidece en comparación con un sector financiero cuyo volumen bruto supera con creces los 20 billones de dólares. La práctica totalidad de los préstamos han sido amortizados con intereses, según la Reserva.

El economista de la Universidad de California en San Diego James Hamilton examinaba meticulosamente la forma en que se llega a la cifra de 7,77 billones de dólares. La tacha de "cálculo absurdo" que es "escandalosamente impreciso" y que constituye en última instancia "un engañabobos". El columnista económico del Wall Street Journal David Wessel escribe que la noción de que la Reserva prestó a entidades bancarias 7,77 billones de dólares "no es cierta" simplemente.

Tampoco hizo "un secreto" de los préstamos la Reserva. El portal de la Reserva contiene siempre copiosa información del volumen de préstamo y de la titularización ofrecida como garantía a cambio de los préstamos. Cierto, los nombres de las entidades prestatarias no fueron divulgados. Pero existe una buena razón para esto: en medio de un episodio de pánico económico, sacar a la luz los nombres de las entidades que se endeudaban iba a minar todavía más la confianza en ellas. Esta práctica lleva décadas siendo el estándar en Estados Unidos y en todas partes.

Tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, los mercados estadounidenses de crédito empezaron a hacer más rígido el crédito. Las entidades bancarias no se extendían préstamos. Los inversores se abstenían de comprar títulos negociables -- un préstamo a corto plazo -- y múltiples valores "titularizados". Temiendo perder el crédito, las empresas recortaron el gasto de forma drástica. Expedientes de regulación se abrían por doquier: 4,3 millones de puestos de trabajo se esfumaron desde aquel septiembre a junio de 2009. Las empresas cancelaron proyectos de inversión en equipo y plantas. Durante el primer trimestre del ejercicio 2009, la inversión privada cayó a un ritmo anual del 31 por ciento.

Los programas de préstamo de la Reserva proporcionaron líneas alternativas de crédito y pretendían recuperar la confianza. Las entidades bancarias y las demás entidades financieras podían endeudarse con la Reserva. De no haber intervenido, el resultado habría sido mucho peor. El economista de Moody's Analytics Mark Zandi apunta:

"Los sistemas bancario y financiero se habrían derrumbado y se habrían llevado a la economía real por delante. Habríamos acabado en medio de una depresión. Recuerdo recibir una llamada telefónica del consejero delegado de una cadena importante, diciendo que sus fabricantes no recibían créditos y no podían trasladar los productos a las estanterías. El mercado de títulos negociables se había vuelto rígido. Constituye el soporte vital de muchas corporaciones. Se valen de él para pagar las nóminas. Los ERES habrían sido masivos en comparación con lo que vivimos".

La Reserva es "independiente" de forma nominal por un motivo. Está para implantar las medidas impopulares imprescindibles para la solvencia del país a largo plazo. La crónica de Bloomberg y las críticas restantes sugieren que Reserva y Tesoro debieron de haber dividido en módulos las grandes entidades bancarias como condición para extenderles préstamos. Pero tratar de llevar a cabo esto en el seno de la crisis habría agravado la incertidumbre y el miedo. Algunas entidades habrían tentado a la suerte sin el préstamo de la Reserva. El episodio de pánico se habría agravado.

Poner a caldo a la Reserva está trillado, pero pocas veces una institución de la información había participado alterando los hechos. Si la Reserva es estigmatizada por triunfar, puede que la echemos de menos a la próxima vez.

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