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Guillermo Navalón

“Balada triste de trompeta”, la venganza del payaso

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Álex de la Iglesia vuelve por sus fueros. Después de la fallida “Los Crímenes de Oxford”, en la que abandonó casi todos sus rasgos autorales para abrazar el cine comercial con afán de conquista internacional, y tras la interesante, aunque algo descafeinada, serie de televisión “Plutón BRB Nero”, el director regresa al campo en el que mejor se desenvuelve: el de la extravagancia y el esperpento, el de la tragedia grotesca y la comedia negrísima.

“Balada triste de trompeta” es, probablemente, su película más personal. Buena parte de culpa puede que la tenga el hecho de que este es el primer guión de su carrera que firma en solitario, sin la colaboración de Jorge Guerricaechevarría, su co-guionista habitual. De este modo, su recurrente imaginería visual y conceptual está más desatada que nunca, hasta el punto de que veo difícil que este filme pueda agradar a aquellos que no estén demasiado familiarizados con la obra de su autor.

De la Iglesia vuelve a optar por el cruce de géneros entre drama y comedia, haciendo que ambos se fundan y confundan y provocando que el espectador no sepa si reír o estremecerse ante determinadas escenas (una sensación muy común en toda su filmografía). En esta ocasión, el realizador se muestra especialmente cruento y visceral, inyectándole una importante carga venenosa a la narración y ejecutándola con furia pasional y rabia desmedida. Es su particular venganza contra esta vida cruel y absurda que nos ha tocado vivir.

La historia mezcla hechos históricos como la Guerra Civil y la dictadura de Franco con el enfrentamiento entre dos payasos de circo, uno triste (Carlos Areces) y el otro tonto (Antonio de la Torre), por el amor de una trapecista (Carolina Bang). Esto, que podría dar pie a una curiosa comedia romántica, en manos de Álex se convierte en una tragedia de proporciones épicas, repleta de violencia y dolor.

Visualmente es un verdadero festín, ya que goza de una brillante factura y unas imágenes de inusitada fuerza. El arranque de la cinta es soberbio, pura adrenalina concentrada, con Fernando Guillén Cuervo y Santiago Segura disfrazado de payaso en medio de una salvaje batalla campal. Mención especial para unos espectaculares e impactantes títulos de crédito que te dejan clavado en la butaca esperando con impaciencia lo que vendrá después. Los efectos especiales son de lo más espectacular que se ha visto últimamente en el cine español. La reconstrucción del atentado a Carrero Blanco o el final en el Valle de los Caídos, que, por cierto, mantiene la tradición del realizador de situar el desenlace en un lugar emblemático situado en las alturas, dan buena fe de ello.

El tridente protagonista está espléndido. Carlos Areces, la gran apuesta de Álex para esta película, consigue pasar la prueba con nota y logra que nos olvidemos por momentos de sus intervenciones en “Muchachada nui” o “La hora chanante”. Carolina Bang, nueva musa del director, está perfecta en su encarnación del objeto de deseo de este particular triángulo amoroso, y Antonio de la Torre vuelve a demostrar el extraordinario actor que es. Junto a ellos podemos encontrar a algunos de los actores fetiche del realizador, correctos como siempre: Sancho Gracia, Terele Pávez, Enrique Villén, Manuel Tallafé, etc.

También resulta muy destacable la banda sonora del infalible Roque Baños, el John Williams español, que firma en esta ocasión una de sus mejores partituras, reforzando a la perfección el tono de la película.

Si tuviera que buscarle algún fallo, diría que quizá tiende a apoyarse demasiado en imágenes y conceptos muy poderosos, con una importante carga icónica y metafórica, dejando un poco de lado los pilares narrativos que los sustentan. En otras palabras, se echa de menos un poco más de desarrollo de personajes, los cuales están definidos, aunque con pocos trazos.

Eso no quita que estemos ante una de las mejores películas de Álex de la Iglesia, un realizador brillante e imaginativo que se permite hacer lo que quiere, por extravagante que sea, contando (casi siempre) con el respaldo de crítica y público. Es un placer y un privilegio contar con un autor de este calibre en este país, donde normalmente no se permiten excesivas salidas de tono. Por mi parte, yo ya estoy deseando que nos sorprenda con otra nueva locura.

“Balada triste de trompeta”, la venganza del payaso

Guillermo Navalón
Guillermo Navalón
sábado, 18 de diciembre de 2010, 07:37 h (CET)
Álex de la Iglesia vuelve por sus fueros. Después de la fallida “Los Crímenes de Oxford”, en la que abandonó casi todos sus rasgos autorales para abrazar el cine comercial con afán de conquista internacional, y tras la interesante, aunque algo descafeinada, serie de televisión “Plutón BRB Nero”, el director regresa al campo en el que mejor se desenvuelve: el de la extravagancia y el esperpento, el de la tragedia grotesca y la comedia negrísima.

“Balada triste de trompeta” es, probablemente, su película más personal. Buena parte de culpa puede que la tenga el hecho de que este es el primer guión de su carrera que firma en solitario, sin la colaboración de Jorge Guerricaechevarría, su co-guionista habitual. De este modo, su recurrente imaginería visual y conceptual está más desatada que nunca, hasta el punto de que veo difícil que este filme pueda agradar a aquellos que no estén demasiado familiarizados con la obra de su autor.

De la Iglesia vuelve a optar por el cruce de géneros entre drama y comedia, haciendo que ambos se fundan y confundan y provocando que el espectador no sepa si reír o estremecerse ante determinadas escenas (una sensación muy común en toda su filmografía). En esta ocasión, el realizador se muestra especialmente cruento y visceral, inyectándole una importante carga venenosa a la narración y ejecutándola con furia pasional y rabia desmedida. Es su particular venganza contra esta vida cruel y absurda que nos ha tocado vivir.

La historia mezcla hechos históricos como la Guerra Civil y la dictadura de Franco con el enfrentamiento entre dos payasos de circo, uno triste (Carlos Areces) y el otro tonto (Antonio de la Torre), por el amor de una trapecista (Carolina Bang). Esto, que podría dar pie a una curiosa comedia romántica, en manos de Álex se convierte en una tragedia de proporciones épicas, repleta de violencia y dolor.

Visualmente es un verdadero festín, ya que goza de una brillante factura y unas imágenes de inusitada fuerza. El arranque de la cinta es soberbio, pura adrenalina concentrada, con Fernando Guillén Cuervo y Santiago Segura disfrazado de payaso en medio de una salvaje batalla campal. Mención especial para unos espectaculares e impactantes títulos de crédito que te dejan clavado en la butaca esperando con impaciencia lo que vendrá después. Los efectos especiales son de lo más espectacular que se ha visto últimamente en el cine español. La reconstrucción del atentado a Carrero Blanco o el final en el Valle de los Caídos, que, por cierto, mantiene la tradición del realizador de situar el desenlace en un lugar emblemático situado en las alturas, dan buena fe de ello.

El tridente protagonista está espléndido. Carlos Areces, la gran apuesta de Álex para esta película, consigue pasar la prueba con nota y logra que nos olvidemos por momentos de sus intervenciones en “Muchachada nui” o “La hora chanante”. Carolina Bang, nueva musa del director, está perfecta en su encarnación del objeto de deseo de este particular triángulo amoroso, y Antonio de la Torre vuelve a demostrar el extraordinario actor que es. Junto a ellos podemos encontrar a algunos de los actores fetiche del realizador, correctos como siempre: Sancho Gracia, Terele Pávez, Enrique Villén, Manuel Tallafé, etc.

También resulta muy destacable la banda sonora del infalible Roque Baños, el John Williams español, que firma en esta ocasión una de sus mejores partituras, reforzando a la perfección el tono de la película.

Si tuviera que buscarle algún fallo, diría que quizá tiende a apoyarse demasiado en imágenes y conceptos muy poderosos, con una importante carga icónica y metafórica, dejando un poco de lado los pilares narrativos que los sustentan. En otras palabras, se echa de menos un poco más de desarrollo de personajes, los cuales están definidos, aunque con pocos trazos.

Eso no quita que estemos ante una de las mejores películas de Álex de la Iglesia, un realizador brillante e imaginativo que se permite hacer lo que quiere, por extravagante que sea, contando (casi siempre) con el respaldo de crítica y público. Es un placer y un privilegio contar con un autor de este calibre en este país, donde normalmente no se permiten excesivas salidas de tono. Por mi parte, yo ya estoy deseando que nos sorprenda con otra nueva locura.

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