Escribía el pasado miércoles en mi blog de cómics ‘El Kiosco de Dolan’ que llevaba una temporada, un mes exactamente, sin leer un tebeo. Así que aquella misma tarde salí a darme un garbeo, dispuesto a terminar con aquella sequía comiquera. Sopesé varios títulos en mi proveedor habitual y, después de mucho pensar, escogí uno que, a pesar de que el álbum prometía mucho, deseché después por el tamaño de la letra, no apta para lectores présbicos (como el que suscribe). Automáticamente, mi cerebro me dirigió a otro álbum, correspondiente a una serie ancestral del mundo del cómic, un clásico, para entendernos, convencido de que no me iba a defraudar. Y así fue. El escogido, ‘La maldición de los treinta denarios’, corresponde a las aventuras protagonizadas por esa pareja de personajes inseparables del noveno arte que son Blake y Mortimer.
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Portada del cómic.
| Blake y Mortimer es una de esas series que parece que no se van a terminar nunca. Hay otras (el Teniente Blueberry, El Capitán Trueno o cualquier superhéroe norteamericano), pero ésta es una de las más significadas desde mi punto de vista. El creador, como todo el mundo sabe, fue Edgar P. Jacobs, un dibujante adscrito al equipo de colaboradores de Hergé, el padre de Tintín. Si uno curiosea el índice de títulos publicados, que figura en la contraportada del libro, se da cuenta en seguida de que el autor original, o sea, Jacobs, "sólo" publicó doce álbumes y que sus sucesores ya llevan en su haber siete títulos, incluido éste.
Esta peculiaridad, lo he escrito ya varias veces, es algo que no termino de entender del universo del cómic. El porqué de ese afán por perpetuar una serie que alcanzó éxito llevándola hasta sus últimos extremos, es algo que se escapa a mi entendimiento. La única explicación que le encuentro es de tipo económico: los editores intentan apurar al máximo el filón y el tirón de ventas. Y eso, ciertamente, es comprensible, sobre todo ahora con la que cae. La verdad es que la continuación de Blake y Mortimer por otros dibujantes y guionistas (Benoit, Van Hamme, Sente, Juillard, Sterne y Spiegleer) alcanza un notable alto, cuando no el sobresaliente. Los perpetuadores de estos personajes se han imbuido muy bien de su espíritu y del de su época, algo no siempre fácil de conseguir y esta segunda parte de sus aventuras suele leerse con enorme agrado.
‘La maldición de los treinta denarios’ es el primer álbum de una trilogía, en la que se buscan las treinta monedas que le dieron como pago a Judas Iscariote, el discípulo díscolo y traidor de Jesucristo, por entregarle y facilitar su detención (su prendimiento suelen traducir los textos bíblicos). Según el álbum, una de estas monedas con la efigie del emperador Tiberio, hallada fortuitamente por un pastor en el interior de una cueva, junto con un manuscrito que da otra versión de los últimos días del Iscariote, conserva la energía de la ira divina y quien posea las otras veintinueve puede convertirse en el amo del mundo. A partir de este planteamiento, la aventura se convierte en la búsqueda de los denarios por dos bandos: unos, para conseguir la supremacía universal; otros, para evitarla. La acción nos lleva a Grecia y a las islas que le rodean. Y en ella participa Mortimer solo, ya que Blake ha sido llamado a los EE. UU. para tratar de localizar al malvado oficial de la serie, Olrik, ¿qué sería de Mortimer y Blake sin Olrik?, ¿qué hubiera sido de Tintín sin Rastapopoulos?, que se ha fugado de la prisión norteamericana donde estaba recluido.
La estructura de la trilogía parece clara. De hecho ya se ha utilizado en otras ocasiones en esta misma serie. Uno de los dos personajes, normalmente Mortimer, se encarga de recorrer la primera parte de la aventura, mientras Blake permanece ausente. No sé qué ocurrirá en esta ocasión, pero lógicamente Blake, con Olrik o sin él, aparecerá más tarde y ayudará a resolver el caso. Esta carpintería interior es la misma que se utiliza para escribir cuentos con sorpresa. Es la teoría que expuso en su día el escritor Ricardo Piglia al hablar de que un relato breve se compone de dos hilos: uno negro y otro blanco. El negro se ve sólo al comienzo y al final, mientras que el blanco está presente durante todo el tiempo, disfrazando el avance del negro. Al final, hilo blanco e hilo negro convergen y producen el desenlace.
En este sentido, este primer álbum, enterito, se convierte en el anzuelo que el guionista, Juan Van Hamme, ha utilizado para fidelizar al lector a lo largo de la trilogía. Particularmente, me resulta algo extenso, pero quizá no exista otro modo de introducir al lector en una historia que reclama algunos conocimientos previos que le ayuden a recorrer el camino de esta aventura. Finaliza, además, el volumen en punta, es decir, nos deja con el suspense marcado en la piel y ansiosos por la llegada del segundo y tercer álbumes. La historia, además, con ese tono esotérico del que la han impregnado, es interesante y pide continuidad. Sobre el dibujo de Rene Sterne y Chantal de Spiegler sólo puedo decir que me parece un trabajo impecable. Para darse cuenta de ello, hay que contemplar las imágenes y comprobar la fidelidad absoluta que guardan al trazo limpio y claro de los originales de Edgar P. Jacobs, menos recargado que la versión de la serie dibujada por Benoit, ‘La extraña cita’ y ‘El caso Francis Blake', su antecesor en el puesto . La única diferencia radica en el menor número de viñetas por página y que su tamaño, el de las viñetas, es algo superior al empleado por el padre de la criatura. Es de lamentar el fallecimiento de René Sterne mientras dibujaba este álbum. Sin embargo, su pareja, Chantal, colorista de oficio, tomó el relevo con absoluta dignidad y solvencia para concluir el trabajo iniciado.
En resumen, que esta primera entrega es atractiva, que engancha, que fomenta el apetito lector para las otras dos y que espero que no se demoren mucho en publicarlas para conocer pronto el desenlace. Recomendable, muy recomendable, la lectura de ‘La maldición de los treinta denarios’. Y es que los clásicos pocas veces fallan. Muy pocas.
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‘La maldición de los treinta denarios’, tomo I. Jean Van Hamme, Rene Steerne, Chantal de Spiegeleer. Norma Editorial, 2010. Tapa dura, color, 56 páginas, 15 euros.
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