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PRL Psicosociología: mentalidad ganadora. Entre el fango y la gloria

Los que dejan huella son los que se parten el alma por una idea y, mientras lo hacen, iluminan el camino para otros
María del Carmen Calderón Berrocal
jueves, 22 de mayo de 2025, 09:22 h (CET)

No es el más alto el que roza las nubes. No es siempre el más fuerte el que impone su ley en la arena. Hay una lógica distinta en el mundo de la vida y por eso vemos ganar a los que madrugan cuando nadie los ve, los que sangran en silencio y los que entienden que, sin equipo, uno no es más que un número, los que se esfuerzan, los que emplean la tenacidad como arma invencible.


Unnamed

Dijo el sabio Salomón que una gota constante ablanda un duro peñón


En ese campo de batalla que es la vida, ya sea en cualquiera de sus campos personal, laboral, etc., la mente tiene más peso que el músculo o que el mismo cerebro, porque al cerebro hay que orientarlo bien.


Lo que vence día a día es la fortaleza invisible —esa testaruda resistencia al desaliento, ese empecinamiento de seguir cuando todo grita que te detengas— lo que separa a los campeones de los demás, a la excelencia de la mediocridad. Porque no se trata de querer ganar, vencer en lo que sea, eso lo quieren todos sino que se trata de estar dispuesto a “arrastrarse”, una y otra vez, hasta que la victoria no tenga más remedio que ceder.


Y esta verdad, que a fuerza de repetirse podría parecer gastada, no se queda en los pasillos de una oficina, de una escuela, de una universidad, de un taller, de un estadio, de donde sea... Vale igual para el que emprende, para el que lidera, para el que se levanta cada lunes a pelear su sueldo con dignidad; o el que ni siquiera tiene un salario, lucha por su propia vida, por su dignidad, por ofrecer lo que puede porque sabe que en el mundo está por algo y lo demuestra.


Carol Dweck, una dama de cabeza fría y pizarras en Stanford, lo puso por escrito, decía algo así como que quienes creen que pueden mejorar a base de esfuerzo terminan superando a los que nacen convencidos de que el talento es cosa fija, como el color de los ojos. La mentalidad de crecimiento —que no es otra cosa que aprender a no rendirse cuando todo sale mal— marca la diferencia. Esto es algo que se entrena.


Se entrena con golpes, con errores, con fracasos, con sangre, sudor y lágrimas, que harían agobiarse al más curtido. La inteligencia o la capacidad ayudan, sí, pero el triunfo se lo lleva el que aguanta de pie cuando todo arde, el que tiene el propósito desde el principio de “morir con las botas puestas”, porque no hay que hacer tratos con el miedo o con el dolor o con la indiferencia o con aquello que nos limita. La clave está en creer en lo que hacemos y no desesperar ni abandonar.


Las tres llaves de hierro de una mentalidad ganadora


A lo largo de la vida, que suele ser corta, intensa y también cruel, se aprende a templar el carácter como se templa el acero. A golpes. Pero hay tres herramientas que nunca fallan y son las que permiten a los grandes volver una y otra vez al combate.


Resiliencia. Palabra manoseada que, bien entendida, es simplemente no romperse. Aunque en algún momento tengamos que hacer una necesaria parada, la clave está en la vuelta, donde podremos demostrar en un acto de valentía, el valor y la fuerza.


Disciplina, esa vieja enemiga del capricho y amiga incondicional del triunfador. Se es triunfador también cuando no se es célebre, ni siquiera conocido, triunfador es quien consigue sus metas. La disciplina es algo que está presente en todas o casi todas las filosofías, por lo menos en las que lo son de verdad. La disciplina te sostiene, te da un ritmo de vida y de actuación, te graba en la mente lo que hay que hacer y lo que no y te impulsa a proyectarte tanto tan alto como quieras. Sobre todo te permite concienciarte para no desfallecer cuando todo parece estar en contra.


Perseverar. Hay que ser “cabezota”, tenaz, la obstinación es algo sagrado que consagra. Tras un fracaso, una caída o una decepción, la perseverancia permite volver a demostrar que la victoria no está en realidad en una meta, en una medalla o en una copa tras la victoria sin que está en el camino, en la pelea constante por conseguir lo que se quiere. La forma en la que enfrentemos las cosas, los problemas, los obstáculos, nuestro desafío a todo esto, es toda una lección de vida.


Se debería entrenar en las escuelas, desde los primeros años, a vivir, a desenvolverse en la vida.


Cómo se forja esa mentalidad: estrategia, no milagro


Estrategia es la respuesta, no es un milagro.


Desarrollar una mentalidad triunfadora es un asunto de estrategia, repetición y una cuota diaria de incomodidad que se puede entrenar. Existen claves para ello que sirven.


Establecer objetivos claros. Concretos, tangibles, para no perder el norte. El líder, o simplemente una persona que vive y lucha particularmente, no debe remar sin mapa sino trazar un derrotero.


Es muy importante la visualización positiva. Esto no es mística barata, sino el arte de imaginarse triunfando para que el cuerpo lo crea posible. Es una especie de autohipnosis, en realidad lo es y se ensaya la victoria, visualizándola, hasta que el miedo retrocede.


Y vuelta a la disciplina. Sí porque sin ella, todo lo demás se cae. Es el hilo que cose los días malos con los buenos. Es la obediencia al propósito, incluso cuando uno no tiene ganas de seguir.


Hay que saber aprender del error. No castigarse, ni dramatizar sino aprender. El error, si se le mira con inteligencia, es un maestro silencioso que guía el camino a seguir.


El liderazgo que vale, ante otros y ante nosotros


Es el liderazgo que inspira desde el ejemplo. En la vida, quien no tiene una mentalidad fuerte está condenado a ceder en cuanto sople el primer viento. Esto lo saben quienes de verdad son líderes pues no es cuestión de carisma, ni de trajes bien cortados y elegantes, a veces el hábito no hace al monje. Es cuestión de aguantar, es cuestión de humildad, de aprender y de coraje para decidir.


No hay que perseguir el brillo o el galardón sino la trascendencia, así llegaremos a la excelencia. Y así moveremos a otros con nuestro ejemplo. A veces podemos disgustarnos porque nos copian, nos plagian, nos utilizan, pero detrás de esto no está más que la admiración y el valor de nuestras obras, por eso otros pueden, a veces, copiar lo que hacemos. Deben saber, que si nos equivocamos, también copiarán nuestros errores. Así que no se trata de copiar, se trata de inspirar, de este modo estaremos abriendo caminos y, a partir de nuestras obras, otros podrán llegar a otras metas.


Inspira, contagia, crea seguidores o equipos que no teman al fracaso y que sepan que el éxito no se mide en cifras, sino en carácter.


Los que dejan huella son los que se parten el alma por una idea y, mientras lo hacen, iluminan el camino para otros. Son líderes de sí mismos, de otros, campeones, triunfadores en cualquier campo de la vida, pero sobre todo son faros que pueden iluminar en la tormenta; y, aunque solo fuera una tormenta, habrá triunfado.

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