Del prestigioso biólogo alemán Manfred Scheldowski hemos oído: «Los neurólogos demuestran cada vez más que la fe influye muy intensamente en el proceso de sanación de las enfermedades. La pura convicción puede aliviar los dolores, mejorar el asma o reducir alergias, el Parkinson es una de las enfermedades que mejor reacciona a los tratamientos placebo. Con seudo terapias se consiguen resultados asombrosamente exitosos. El factor que actúa en ellas es tan sólo la esperanza del paciente.»
Tan importante como la medicina de la fe parece ser también la esperanza del paciente. Quien cree firmemente en el éxito de un tratamiento, pone en funcionamiento un proceso de autosanación que en definitiva le proporciona un alivio, lo que se puede demostrar científicamente. Jesús de Nazaret conocía este mecanismo, pues en todos los casos en los que sanaba a un enfermo, pronunciaba la frase: "Tu fe te ha sanado". Podemos decir que hoy día la ciencia es capaz de explicar por qué Jesús fue el sanador perfecto. Sin embargo la versión completa sigue diciendo: "Ahora ve, y no peques más", lo que significa que para mantenerte sano es preciso cambiar y dejar los comportamientos antiguos y erróneos.
Hace más de 2000 años Jesús de Nazaret nos trajo de forma sencilla la clave de muchas cosas que hoy día la ciencia se empeña trabajosamente en demostrar. Cuando El dijo: "Tu fe te ha sanado, ve y no peques más", estaba dando indicaciones de que en la mayoría de los casos la enfermedad y el pecado van estrechamente ligados, es decir, cada persona es la única culpable de lo que de positivo o negativo llega hasta ella.
Las sanaciones milagrosas no son por tanto ningún Vudú, sino que hoy se puede explicar. Dice Manfred Schedlowski al respecto: "Una esperanza intensa transforma la química del cerebro, se emanan sustancias transmisoras y estas transformaciones se transmiten a través del sistema nervioso al cuerpo, donde a menudo activan exactamente el resultado que se quería obtener".
En definitiva la ciencia ha topado aquí con un antiguo principio, y es que los pensamientos son fuerzas que tienen un efecto en nuestro cuerpo, estos en definitiva imprimen un sello a nuestras células corporales. Nuestros pensamientos y palabras, incluso nuestros comportamientos y los contenidos que ponemos en ellos, dan una característica a nuestras células, tanto en lo positivo como en lo negativo. Eso explica muy bien el efecto placebo. Si tengo pensamientos de esperanza, de sanar, tengo más probabilidades de sanar que si soy pesimista y me digo que estoy enfermo.
Cada pensamiento es energía y en definitiva el causante de lo que llega al cuerpo. Tanto en el sentido positivo con el efecto placebo, cuando se cree en algo y se afirma lo positivo existe la posibilidad de sanar, y también a la inversa cuando con un comportamiento erróneo hacia los demás, hacia la Madre Tierra o también hacia los animales, la enfermedad aparece porque ésta hay que atribuirla muy a menudo a una forma negativa de pensar y sentir.
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José Vicente Cobo, de la organización Vida Universal.