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Gonzalo G. Velasco

'La Última Legión': Fui, vi y me desternillé

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No es nada extraño que una película de un determinado género parezca de otro. Hay comedias que parecen dramas, dramas que parecen comedias, y comedias dramáticas que no contienen ni comedia ni drama. En este sentido, La Última Legión, modesto título basado en el libro homónimo del mediocre escritor italiano Valerio Massimo Manfredi, pretende ser una película de aventura épica pero termina siendo una parodia involuntaria de las películas de aventuras épica. Lo realmente increíble del asunto es que, como aventura épica seria, la película patina que se las trae, resultando acartonada, aburrida e incluso cutre, sin embargo, en tanto que parodia, La Última Legión resulta de lo más divertida siempre y cuando se tenga cierto espíritu del humor y a uno no le importe gastarse seis euros en algo tan absurdo como pueril.

El argumento, a grandes trazos, narra el periplo de un grupo de legionarios que, tras la invasión de Roma por unos bárbaros muy malos, viajan hasta Britania como escoltas del último emperador a fin de encontrar ayuda para recuperar el control de la ciudad en las centurias allí apostadas. Como la cosa tampoco está para echar cohetes por aquellos lares, los recién llegados prefieren no regresar a la capital del imperio y fundar allí mismo una nueva civilización: la artúrica. Así, en un último golpe de efecto de lo más irrisorio, descubrimos que nuestros protas romanos eran en realidad Pendragón y Merlin, en tanto que la espada que hace las veces de McGuffin, Excalibur. Una manera como cualquier otra de hacerse el original, aunque confieso que, en mi caso, la sorpresa surtió efecto porque durante gran parte del metraje estuve convencido de que el personaje interpretado por Ben Kingsley era en realidad el Gandalf de El Señor de los Anillos, el personaje interpretado por Colin Firth (elección de casting tan desafortunada como graciosa), uno de los dobles de luces de Russel Crowe en Gladiator, y el personaje interpretado por Aishwarya Rai la prima turgente de Sandokan. Con todo, los saludables ataques de risa que me sobrevinieron en virtud de lo anterior fueron tan solo un esbozo de los que experimenté gracias a los descuajeringantes diálogos de telefilm de sobremesa, a la escenografía de cartón piedra, y a las tres o cuatro batallas de patio de colegio que el director del cotarro, Doug Lefler, encaja en la trama con la misma fluidez con la que un tuberculoso escupiría sus esputos.

Si quieren que les diga una cosa, considero injusto que los amantes del cine costroso y chapucero se hinquen de hinojos ante el tremendo tostón de Grindhouse y no presten atención a este subproducto seborreico sin fisuras que capta con mucho mayor acierto el espíritu psicotrónico del celuloide de saldo. Siquiera, porque a diferencia de las películas de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino asume sin tapujos su condición de refrito al tiempo que elimina toda ironía posmoderna de su discurso al tomarse, inexplicablemente, en serio a sí mismo. Si en los setenta teníamos blackexploitation, sexploitation y shockexploitation, entre otras modalidades de hacer películas baratas, La Ultima Legión recupera el espíritu de gente como Juán Piquer Simón o el mejor Jesús Franco y entra de lleno en la exploitation del cine de aventuras hollywoodiense, yendo un paso más allá que el peor peplum italiano en cuanto a desaliño formal y superando con creces a los tebeos más ingenuos de la posguerra en cuanto infantilismo y simplicidad narrativa. Una delicia para los amantes del cine-basura. Los de verdad, claro.

'La Última Legión': Fui, vi y me desternillé

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
jueves, 29 de noviembre de 2007, 04:57 h (CET)
No es nada extraño que una película de un determinado género parezca de otro. Hay comedias que parecen dramas, dramas que parecen comedias, y comedias dramáticas que no contienen ni comedia ni drama. En este sentido, La Última Legión, modesto título basado en el libro homónimo del mediocre escritor italiano Valerio Massimo Manfredi, pretende ser una película de aventura épica pero termina siendo una parodia involuntaria de las películas de aventuras épica. Lo realmente increíble del asunto es que, como aventura épica seria, la película patina que se las trae, resultando acartonada, aburrida e incluso cutre, sin embargo, en tanto que parodia, La Última Legión resulta de lo más divertida siempre y cuando se tenga cierto espíritu del humor y a uno no le importe gastarse seis euros en algo tan absurdo como pueril.

El argumento, a grandes trazos, narra el periplo de un grupo de legionarios que, tras la invasión de Roma por unos bárbaros muy malos, viajan hasta Britania como escoltas del último emperador a fin de encontrar ayuda para recuperar el control de la ciudad en las centurias allí apostadas. Como la cosa tampoco está para echar cohetes por aquellos lares, los recién llegados prefieren no regresar a la capital del imperio y fundar allí mismo una nueva civilización: la artúrica. Así, en un último golpe de efecto de lo más irrisorio, descubrimos que nuestros protas romanos eran en realidad Pendragón y Merlin, en tanto que la espada que hace las veces de McGuffin, Excalibur. Una manera como cualquier otra de hacerse el original, aunque confieso que, en mi caso, la sorpresa surtió efecto porque durante gran parte del metraje estuve convencido de que el personaje interpretado por Ben Kingsley era en realidad el Gandalf de El Señor de los Anillos, el personaje interpretado por Colin Firth (elección de casting tan desafortunada como graciosa), uno de los dobles de luces de Russel Crowe en Gladiator, y el personaje interpretado por Aishwarya Rai la prima turgente de Sandokan. Con todo, los saludables ataques de risa que me sobrevinieron en virtud de lo anterior fueron tan solo un esbozo de los que experimenté gracias a los descuajeringantes diálogos de telefilm de sobremesa, a la escenografía de cartón piedra, y a las tres o cuatro batallas de patio de colegio que el director del cotarro, Doug Lefler, encaja en la trama con la misma fluidez con la que un tuberculoso escupiría sus esputos.

Si quieren que les diga una cosa, considero injusto que los amantes del cine costroso y chapucero se hinquen de hinojos ante el tremendo tostón de Grindhouse y no presten atención a este subproducto seborreico sin fisuras que capta con mucho mayor acierto el espíritu psicotrónico del celuloide de saldo. Siquiera, porque a diferencia de las películas de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino asume sin tapujos su condición de refrito al tiempo que elimina toda ironía posmoderna de su discurso al tomarse, inexplicablemente, en serio a sí mismo. Si en los setenta teníamos blackexploitation, sexploitation y shockexploitation, entre otras modalidades de hacer películas baratas, La Ultima Legión recupera el espíritu de gente como Juán Piquer Simón o el mejor Jesús Franco y entra de lleno en la exploitation del cine de aventuras hollywoodiense, yendo un paso más allá que el peor peplum italiano en cuanto a desaliño formal y superando con creces a los tebeos más ingenuos de la posguerra en cuanto infantilismo y simplicidad narrativa. Una delicia para los amantes del cine-basura. Los de verdad, claro.

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