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El frío que campea, victorioso, por la Península Ibérica durante estos días, no le afecta mucho por tanto. «Aquí raramente llega la nieve, apenas la vemos», dice

María Oruña: «La leyenda de los nueve anillos la llevaba mucho tiempo en mi mente»

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Cuando comenzamos nuestra charla telefónica el segundo lunes del mes de enero de 2020, la escritora María Oruña me cuenta que está sentada en su estudio de Vigo, cerca del mar y junto a una chimenea encendida. El frío que campea, victorioso, por la Península Ibérica durante estos días, no le afecta mucho por tanto. «Aquí raramente llega la nieve, apenas la vemos», dice. La conversación, por tanto, transcurre de punta a punta, del este al oeste de nuestro país. Y su origen es ‘El bosque de los cuatro vientos’, la última novela publicada por la escritora viguesa, editada por Destino y que ha alcanzado un importante éxito tanto de ventas como de crítica. En ella, su protagonista, Jon Bécquer, un inusual antropólogo, que se dedica a localizar piezas históricas perdidas, invierte sus vacaciones en la búsqueda de nueve anillos de otros tantos obispos gallegos, enterrados en el monasterio de Santo Estevo, cuyo paradero se desconoce y a los que se les atribuyen numerosos milagros. En su devenir, Bécquer trabará amistad con Amelia, la restauradora del archivo diocesano de Orense, con la que desarrollará un medio romance de incierto desenlace. Al mismo tiempo, en el libro conoceremos a Marina Vallejo, la hija del doctor Vallejo, médico del monasterio de Santo Estevo, que llegó a tierras gallegas en el año 1830. Dos historias paralelas que discurren por el mismo terreno, pero no durante la misma época. ‘El bosque de los cuatro vientos’ arranca con la muerte, en extrañas circunstancias, de Alfredo Comesaña, un actor que trabaja en Santo Estevo como guía turístico. Su fallecimiento le proporciona al texto un innegable tinte policial.
Portada maria oruu00f1a


María, ¿qué significa para ti la escritura?

Supongo que es como una catarsis, un refugio. Cuando escribo creo que soy mejor que en la vida real, porque doy lo máximo de mí misma, o al menos lo intento. Me sumerjo en un mundo aparte, sin normas, en el que yo impongo el juego. Desde luego la escritura es siempre un refugio que me invento y que es real mientras escribo, ya que me introduzco en cada escenario y permanezco ajena a todo lo que sucede a mi alrededor.

¿Hubo alguna imagen o alguna frase que diese pie a la escritura de ‘El bosque de los cuatro vientos?
En todos los libros que escribo me sucede lo mismo: hay una frase, un palpito, que no sé de dónde procede, que siempre me ronda. En esta novela fue la leyenda de los nueve anillos. Desde hacía muchos años la tenía metida en mi cabeza y me preguntaba qué podía haber pasado con ellos y, sobre todo, por qué nadie se había puesto a buscarlos.

La novela presenta la envoltura aparente del género negro, pero la historia que cuentas funcionaría perfectamente bajo cualquier otro disfraz literario.

Nunca me identifico con la etiqueta de novela negra. De hecho, cuando publiqué ‘Puerto Escondido’ y vi que en la faja ponía novela negra, le pregunté a mi editor: ¿O sea que yo escribo novela negra? No era consciente de ello y considero que en realidad escribo literatura híbrida, un mestizaje entre la novela de misterio, la histórica y a veces la científica. ‘El bosque de los cuatro vientos’ es una novela histórica porque su contenido, deliberadamente, lo es, al igual que su ritmo, que es más lento y acompaña al lector al siglo XIX, y carece de giros imposibles en la trama. Tampoco se enclava en un entorno urbano sino rural y por eso hago intervenir a la Guardia Civil. Creo que toda mi saga de ‘Puerto Escondido’ debería ser catalogada con mayor propiedad como novela de misterio.

El protagonista es Jon Bécquer, un investigador detective, antropólogo inusual, especializado en buscar piezas históricas perdidas. Según cuentas en el libro, está basado en Arthur Brand, un profesional en esta materia. ¿Cómo te tropezaste tú con este personaje?

Como me tropiezo con todo: buscando. Soy muy aficionada a la historia, a la ciencia, a las curiosidades... Siempre indago sobre qué pintamos aquí y me llama la atención la gente diferente, la que dedica su vida a cosas poco habituales. Recuerdo que estaba leyendo un reportaje sobre obras de arte desaparecidas y apareció el nombre de Brand. Me preguntaba si realmente podía existir alguien que se dedicase profesionalmente a este tipo de cosas. Comencé a seguirlo y a investigarlo y me inspiré en él para crear el personaje de Bécquer. Cuando se publicó la novela, Brand contactó conmigo para decirme que estaba encantado con mi libro. En verdad, su mundo es muy interesante.

En la novela Bécquer busca los nueve anillos de los que hablabas antes, que pertenecían a los obispos que se retiraron a Santo Estevo, unas reliquias con cierto valor milagroso, ¿qué hay de cierto en esta leyenda?
En todo lo que narro en la novela las referencias históricas son reales, excepto un par de licencias que me he tomado y que explico en el apartado de curiosidades. La leyenda la tomé como algo cierto siempre. Estaba convencida de que los anillos existían, pero que fueran milagrosos o no dependía de la fe de cada uno. Tenía claro que había habido 9 obispos enterrados en el monasterio, que habían sido relevantes por algún motivo. Si no hubiera sido así, no se habrían molestado en tallar sus mitras y los peregrinos tampoco hubieran caminado hasta allí. Lo que me extrañaba es que hubieran desaparecido estas reliquias y que no se hubiera armado ningún revuelo. Nadie preguntaba por ellos y me parecía raro. Y a mí me sucedió lo mismo que a Bécquer en la novela cuando visitó el Archivo Diocesano. Su responsable me dijo que él no creía en los anillos, ni en los obispos. Yo le respondí que había documentación del siglo XIII, donde constaba que un rey había otorgado privilegios a Santo Estevo por los milagros que allí ocurrían gracias a sus obispos y por tanto que algo de verdad había en ello.

El reciente hallazgo en la vida real de cuatro de esos nueve anillos, ha venido a darte la razón, ¿no?
Bueno, la verdad es que yo no sabía si estaban ahí, pero era una posibilidad, y Bécquer es el primer sitio al que acude a buscarlos. Sabía que un año y medio antes, las arcas donde se han encontrado los anillos habían sido analizadas por Vania, la funcionaria alter ego del personaje Amelia en la novela, pero ella no había realizado una exhumación propiamente dicha. Habría que analizar porqué fueron escondidos allí en el siglo XVIII. A mí se me ocurren muchas respuestas desde luego. El tema está en saber si te interesa un asunto o no. Siempre digo que el que busca encuentra y si no buscas al final la historia se duerme y termina olvidándose.

Al principio, Jon Bécquer conserva el típico aire capitalino de los madrileños que piensan que son el centro del universo, pero poco a poco Galicia y su gente se lo van ganando, hasta el punto de que en la página 111 dice: «En Galicia tengo la sensación de que lo extraordinario se acepta de forma natural, como si todo atendiese a una lógica sabia y misteriosa, completamente desconocida para los forasteros». ¿En verdad eso es así?

A veces sí, porque he comprobado que la gente de fuera se queda un poco asombrada en Galicia. Por un lado, por lo desconfiado que es el gallego y, por otro, por lo amigable que puede llegar a ser. Es igual que el aire intemporal que se respira en la zona de Santo Estevo, un poco alejada de todo, y donde parece que todavía no ha llegado el progreso y que el tiempo se ha detenido. Cuando concebí a Bécquer, lo hice así a propósito: un tipo algo soberbio, chulito, que podía caerle mal al lector, lo cual siempre es un riesgo. Necesitaba un personaje de los que no sabes si va o viene, al que has de acomodarte en sus zapatos y tardas un poco en conocerlo. Quería salir del estereotipo del investigador simpaticote y algo torpe, un tipo de persona que, aparentemente, es una cosa, pero luego es otra.

Juegas en la novela con dos historias que discurren paralelas en la acción, pero no en el tiempo, ¿cómo se te ocurrió esta estructura?
Buscaba perspectiva, mostrar el mismo escenario y la misma historia desde dos puntos de vista diferentes y con doscientos años de distancia. También quería ver qué significaba la Iglesia en el siglo XIX, en un momento de delirio social, en el que se tambaleaba, en el que todo pasaba a la vez, comparándolo con lo que sucede ahora. Ver la capacidad de sufrimiento de entonces y la de hoy, también la justicia antigua y la actual, el ambiente caciquil, las normas que obedecían a los antiguos fueros y las actuales. Todo eso me procuraba mucho juego sin moverme, porque la trama prácticamente transcurre todo el tiempo en Santo Estevo. El escenario es el mismo, sin embargo, contemplamos dos mundos completamente distintos, una vez transcurridos doscientos años.

En esa segunda historia la protagonista es Marina Vallejo, hija del doctor Vallejo, que se desenvuelve en la botica del monasterio de Santo Estevo, un mundo cerrado y masculino, una circunstancia poco usual.
Me interesaba un punto de vista que rompiese un poco esa monotonía masculina, porque ya sabemos quién hizo la Historia. Quería una visión fresca, joven, con expectativas por delante, de alguien que empieza a cambiar cosas, aunque no consiga cambiar nada de forma radical. Marina no es una superheroína, ni una mujer de rompe y rasga, es simplemente mansa, hija de su tiempo y obediente a su padre. Sin embargo, cambia cosas porque no le queda más remedio que hacerlo para sobrevivir. Al principio, deja a un lado el matrimonio, su destino predeterminado como mujer de entonces, porque quiere estudiar Medicina. Su padre era el doctor del monasterio y en su casa ella había vivido entre múltiples libros médicos. Ella pertenece a ese tipo de personas, igual que su marido Franquila, que no salen en los libros de Historia y que abrieron el camino a los que llegaron después. Franquila es un expósito que quiere ascender en el orden social, algo impensable en el siglo XIX.

Como has dicho, la mayor parte de ‘El bosque de los cuatro vientos’ transcurre en Santo Estevo. Dentro de la cultura gallega, ¿qué papel desempeñó este monasterio?
Santo Estevo era un monasterio muy importante. Date cuenta de que tenía tres claustros, algo poco habitual, símbolo de un gran poderío, y su dominio se extendía por varios kilómetros a la redonda. Cuando los obispos se refugiaron en sus muros durante el siglo X, era poco más o menos un lugar de ermitaños, de monjes muy humildes. Evolucionó mucho y yo tenía interés en situarlo en la historia por el poder. Durante muchos siglos la Iglesia tuvo un poder enorme, equiparable al de los monarcas del Reino de Galicia, aunque cuando arranca la novela en 1830, ya llevaba en decadencia desde finales del siglo XVIII a causa de la desamortización. El estado quería recuperar poder y necesitaba dinero, porque las colonias se estaban independizando, y la Iglesia perdió relevancia. Los monjes empezaban a ser echados a la calle y eso llevó a la población a quedarse sin referentes. Llegó la
Ilustración y en Inglaterra se abolió la esclavitud. Fue un momento de grandes cambios.

Y también de un enorme desconcierto.

Claro. Hay que pensar sobre todo en la fe. La gente necesitaba creer, saber qué demonios pintaba en la tierra. Es duro crecer, vivir y luego morir sin más. Las personas se planteaban si valía la pena tanto esfuerzo para acabar muriendo. Si la Iglesia fallaba, en qué se iban a apoyar. A esto hay que añadir que Fernando VII, que reinaba entonces, antes de morir dejó preparado el camino para las Guerras Carlistas, y que tenía tan domeñado al pueblo que, a pesar de que le habían pillado colegueando con Napoleón, era el monarca deseado. Todo eso provocó un contexto sociocultural, que me resultaba muy importante para ver el comportamiento de mis personajes. Ellos adoptaron muchas veces sus decisiones obligados por la necesidad. No eran rebeldes sin causa que quisieran arrasar con todo, sino que llegó un momento que la propia vida acabó con la situación que estaban viviendo.

Los monjes desarrollaron una gran cultura farmacológica. Los preparados naturales de sus boticas alcanzaron niveles muy altos.
Esto es algo muy relevante, porque las boticas monacales no estaban sujetas a las mismas leyes que las civiles, obligadas a respetar incluso normativas europeas. Los monjes podían experimentar y la alquimia era la manera en la que los religiosos buscaban a Dios. Pretendían apoyar su existencia a través de la ciencia. Para documentarme sobre esto he utilizado farmacopeas de los siglos XVIII y XIX, francesas, españolas y de otros lugares.

En el funeral de uno de los personajes, el narrador dice que en Galicia se calla durante los velatorios, porque acaba de pasar la muerte. Es un silencio de respeto hacia la parca en lugar de un signo de dolor por la pérdida.
Bueno, hay muchas maneras de enfrentar el dolor. Tengo la sensación de que en Galicia somos de sentimiento contenido. El gallego lo ve más con sus actos que en sus palabras. Es verdad que tenemos un humor negro o azul oscuro, que nuestro carácter, un poco desconfiado, lo imprime también el clima, pero son tópicos que se rompen cuando un gallego te acoge. Al forastero que llega a una ciudad se le abren las puertas y se le trata del mismo modo en que se relacionan los marineros en el mar. Siempre se le ofrece una sonrisa.

‘El bosque de los cuatro vientos’ tiene banda sonora: temas de Luar na lubre, Carlos Núñez, Luz Casal... ¿Qué significa la música para María Oruña? ¿Y qué papel juega la música en la cultura gallega?
Son canciones que yo asocio mucho con el ambiente que hay aquí. Sirven para entender qué es Galicia. Sé que es muy difícil explicar Galicia en un libro, pero sí puedo ofrecer un soplo de lo que es y de lo que era. Y parte de eso está en esta música. ‘O son do ar’, el tema de Luar na lubre, hace referencia al sonido del aire cuando entra en los robles gallegos, colándose entre la vieja madera. Pretendía evocar eso y llamar al bosque y a la tierra que he conocido desde pequeña

¿Jon Bécquer ha nacido como protagonista de una nueva serie de novelas protagonizadas por él?

No ha nacido con vocación de serie. Esta es una novela auto conclusiva, pero he recibido muchos mensajes de lectores que me preguntan por sus nuevas aventuras y sus nuevos misterios. Muchos periodistas también me preguntan sobre eso. Realmente, lo he meditado y sería posible hacer una continuación. Repito que no lo concebí para esto, pero le estoy dando vueltas y no lo descarto.

Terminamos por hoy con una pregunta inevitable: ¿qué futuros proyectos literarios alberga ya tu mente?

Este mismo año saldrá un nuevo título de la saga de ‘Puerto Escondido’. Aprovecho para decir que es una saga, no una trilogía como cree mucha gente. Actualmente, además, estoy escribiendo otra historia completamente distinta de todo lo anterior. 

María Oruña: «La leyenda de los nueve anillos la llevaba mucho tiempo en mi mente»

El frío que campea, victorioso, por la Península Ibérica durante estos días, no le afecta mucho por tanto. «Aquí raramente llega la nieve, apenas la vemos», dice
Herme Cerezo
viernes, 15 de enero de 2021, 11:54 h (CET)

Cuando comenzamos nuestra charla telefónica el segundo lunes del mes de enero de 2020, la escritora María Oruña me cuenta que está sentada en su estudio de Vigo, cerca del mar y junto a una chimenea encendida. El frío que campea, victorioso, por la Península Ibérica durante estos días, no le afecta mucho por tanto. «Aquí raramente llega la nieve, apenas la vemos», dice. La conversación, por tanto, transcurre de punta a punta, del este al oeste de nuestro país. Y su origen es ‘El bosque de los cuatro vientos’, la última novela publicada por la escritora viguesa, editada por Destino y que ha alcanzado un importante éxito tanto de ventas como de crítica. En ella, su protagonista, Jon Bécquer, un inusual antropólogo, que se dedica a localizar piezas históricas perdidas, invierte sus vacaciones en la búsqueda de nueve anillos de otros tantos obispos gallegos, enterrados en el monasterio de Santo Estevo, cuyo paradero se desconoce y a los que se les atribuyen numerosos milagros. En su devenir, Bécquer trabará amistad con Amelia, la restauradora del archivo diocesano de Orense, con la que desarrollará un medio romance de incierto desenlace. Al mismo tiempo, en el libro conoceremos a Marina Vallejo, la hija del doctor Vallejo, médico del monasterio de Santo Estevo, que llegó a tierras gallegas en el año 1830. Dos historias paralelas que discurren por el mismo terreno, pero no durante la misma época. ‘El bosque de los cuatro vientos’ arranca con la muerte, en extrañas circunstancias, de Alfredo Comesaña, un actor que trabaja en Santo Estevo como guía turístico. Su fallecimiento le proporciona al texto un innegable tinte policial.
Portada maria oruu00f1a


María, ¿qué significa para ti la escritura?

Supongo que es como una catarsis, un refugio. Cuando escribo creo que soy mejor que en la vida real, porque doy lo máximo de mí misma, o al menos lo intento. Me sumerjo en un mundo aparte, sin normas, en el que yo impongo el juego. Desde luego la escritura es siempre un refugio que me invento y que es real mientras escribo, ya que me introduzco en cada escenario y permanezco ajena a todo lo que sucede a mi alrededor.

¿Hubo alguna imagen o alguna frase que diese pie a la escritura de ‘El bosque de los cuatro vientos?
En todos los libros que escribo me sucede lo mismo: hay una frase, un palpito, que no sé de dónde procede, que siempre me ronda. En esta novela fue la leyenda de los nueve anillos. Desde hacía muchos años la tenía metida en mi cabeza y me preguntaba qué podía haber pasado con ellos y, sobre todo, por qué nadie se había puesto a buscarlos.

La novela presenta la envoltura aparente del género negro, pero la historia que cuentas funcionaría perfectamente bajo cualquier otro disfraz literario.

Nunca me identifico con la etiqueta de novela negra. De hecho, cuando publiqué ‘Puerto Escondido’ y vi que en la faja ponía novela negra, le pregunté a mi editor: ¿O sea que yo escribo novela negra? No era consciente de ello y considero que en realidad escribo literatura híbrida, un mestizaje entre la novela de misterio, la histórica y a veces la científica. ‘El bosque de los cuatro vientos’ es una novela histórica porque su contenido, deliberadamente, lo es, al igual que su ritmo, que es más lento y acompaña al lector al siglo XIX, y carece de giros imposibles en la trama. Tampoco se enclava en un entorno urbano sino rural y por eso hago intervenir a la Guardia Civil. Creo que toda mi saga de ‘Puerto Escondido’ debería ser catalogada con mayor propiedad como novela de misterio.

El protagonista es Jon Bécquer, un investigador detective, antropólogo inusual, especializado en buscar piezas históricas perdidas. Según cuentas en el libro, está basado en Arthur Brand, un profesional en esta materia. ¿Cómo te tropezaste tú con este personaje?

Como me tropiezo con todo: buscando. Soy muy aficionada a la historia, a la ciencia, a las curiosidades... Siempre indago sobre qué pintamos aquí y me llama la atención la gente diferente, la que dedica su vida a cosas poco habituales. Recuerdo que estaba leyendo un reportaje sobre obras de arte desaparecidas y apareció el nombre de Brand. Me preguntaba si realmente podía existir alguien que se dedicase profesionalmente a este tipo de cosas. Comencé a seguirlo y a investigarlo y me inspiré en él para crear el personaje de Bécquer. Cuando se publicó la novela, Brand contactó conmigo para decirme que estaba encantado con mi libro. En verdad, su mundo es muy interesante.

En la novela Bécquer busca los nueve anillos de los que hablabas antes, que pertenecían a los obispos que se retiraron a Santo Estevo, unas reliquias con cierto valor milagroso, ¿qué hay de cierto en esta leyenda?
En todo lo que narro en la novela las referencias históricas son reales, excepto un par de licencias que me he tomado y que explico en el apartado de curiosidades. La leyenda la tomé como algo cierto siempre. Estaba convencida de que los anillos existían, pero que fueran milagrosos o no dependía de la fe de cada uno. Tenía claro que había habido 9 obispos enterrados en el monasterio, que habían sido relevantes por algún motivo. Si no hubiera sido así, no se habrían molestado en tallar sus mitras y los peregrinos tampoco hubieran caminado hasta allí. Lo que me extrañaba es que hubieran desaparecido estas reliquias y que no se hubiera armado ningún revuelo. Nadie preguntaba por ellos y me parecía raro. Y a mí me sucedió lo mismo que a Bécquer en la novela cuando visitó el Archivo Diocesano. Su responsable me dijo que él no creía en los anillos, ni en los obispos. Yo le respondí que había documentación del siglo XIII, donde constaba que un rey había otorgado privilegios a Santo Estevo por los milagros que allí ocurrían gracias a sus obispos y por tanto que algo de verdad había en ello.

El reciente hallazgo en la vida real de cuatro de esos nueve anillos, ha venido a darte la razón, ¿no?
Bueno, la verdad es que yo no sabía si estaban ahí, pero era una posibilidad, y Bécquer es el primer sitio al que acude a buscarlos. Sabía que un año y medio antes, las arcas donde se han encontrado los anillos habían sido analizadas por Vania, la funcionaria alter ego del personaje Amelia en la novela, pero ella no había realizado una exhumación propiamente dicha. Habría que analizar porqué fueron escondidos allí en el siglo XVIII. A mí se me ocurren muchas respuestas desde luego. El tema está en saber si te interesa un asunto o no. Siempre digo que el que busca encuentra y si no buscas al final la historia se duerme y termina olvidándose.

Al principio, Jon Bécquer conserva el típico aire capitalino de los madrileños que piensan que son el centro del universo, pero poco a poco Galicia y su gente se lo van ganando, hasta el punto de que en la página 111 dice: «En Galicia tengo la sensación de que lo extraordinario se acepta de forma natural, como si todo atendiese a una lógica sabia y misteriosa, completamente desconocida para los forasteros». ¿En verdad eso es así?

A veces sí, porque he comprobado que la gente de fuera se queda un poco asombrada en Galicia. Por un lado, por lo desconfiado que es el gallego y, por otro, por lo amigable que puede llegar a ser. Es igual que el aire intemporal que se respira en la zona de Santo Estevo, un poco alejada de todo, y donde parece que todavía no ha llegado el progreso y que el tiempo se ha detenido. Cuando concebí a Bécquer, lo hice así a propósito: un tipo algo soberbio, chulito, que podía caerle mal al lector, lo cual siempre es un riesgo. Necesitaba un personaje de los que no sabes si va o viene, al que has de acomodarte en sus zapatos y tardas un poco en conocerlo. Quería salir del estereotipo del investigador simpaticote y algo torpe, un tipo de persona que, aparentemente, es una cosa, pero luego es otra.

Juegas en la novela con dos historias que discurren paralelas en la acción, pero no en el tiempo, ¿cómo se te ocurrió esta estructura?
Buscaba perspectiva, mostrar el mismo escenario y la misma historia desde dos puntos de vista diferentes y con doscientos años de distancia. También quería ver qué significaba la Iglesia en el siglo XIX, en un momento de delirio social, en el que se tambaleaba, en el que todo pasaba a la vez, comparándolo con lo que sucede ahora. Ver la capacidad de sufrimiento de entonces y la de hoy, también la justicia antigua y la actual, el ambiente caciquil, las normas que obedecían a los antiguos fueros y las actuales. Todo eso me procuraba mucho juego sin moverme, porque la trama prácticamente transcurre todo el tiempo en Santo Estevo. El escenario es el mismo, sin embargo, contemplamos dos mundos completamente distintos, una vez transcurridos doscientos años.

En esa segunda historia la protagonista es Marina Vallejo, hija del doctor Vallejo, que se desenvuelve en la botica del monasterio de Santo Estevo, un mundo cerrado y masculino, una circunstancia poco usual.
Me interesaba un punto de vista que rompiese un poco esa monotonía masculina, porque ya sabemos quién hizo la Historia. Quería una visión fresca, joven, con expectativas por delante, de alguien que empieza a cambiar cosas, aunque no consiga cambiar nada de forma radical. Marina no es una superheroína, ni una mujer de rompe y rasga, es simplemente mansa, hija de su tiempo y obediente a su padre. Sin embargo, cambia cosas porque no le queda más remedio que hacerlo para sobrevivir. Al principio, deja a un lado el matrimonio, su destino predeterminado como mujer de entonces, porque quiere estudiar Medicina. Su padre era el doctor del monasterio y en su casa ella había vivido entre múltiples libros médicos. Ella pertenece a ese tipo de personas, igual que su marido Franquila, que no salen en los libros de Historia y que abrieron el camino a los que llegaron después. Franquila es un expósito que quiere ascender en el orden social, algo impensable en el siglo XIX.

Como has dicho, la mayor parte de ‘El bosque de los cuatro vientos’ transcurre en Santo Estevo. Dentro de la cultura gallega, ¿qué papel desempeñó este monasterio?
Santo Estevo era un monasterio muy importante. Date cuenta de que tenía tres claustros, algo poco habitual, símbolo de un gran poderío, y su dominio se extendía por varios kilómetros a la redonda. Cuando los obispos se refugiaron en sus muros durante el siglo X, era poco más o menos un lugar de ermitaños, de monjes muy humildes. Evolucionó mucho y yo tenía interés en situarlo en la historia por el poder. Durante muchos siglos la Iglesia tuvo un poder enorme, equiparable al de los monarcas del Reino de Galicia, aunque cuando arranca la novela en 1830, ya llevaba en decadencia desde finales del siglo XVIII a causa de la desamortización. El estado quería recuperar poder y necesitaba dinero, porque las colonias se estaban independizando, y la Iglesia perdió relevancia. Los monjes empezaban a ser echados a la calle y eso llevó a la población a quedarse sin referentes. Llegó la
Ilustración y en Inglaterra se abolió la esclavitud. Fue un momento de grandes cambios.

Y también de un enorme desconcierto.

Claro. Hay que pensar sobre todo en la fe. La gente necesitaba creer, saber qué demonios pintaba en la tierra. Es duro crecer, vivir y luego morir sin más. Las personas se planteaban si valía la pena tanto esfuerzo para acabar muriendo. Si la Iglesia fallaba, en qué se iban a apoyar. A esto hay que añadir que Fernando VII, que reinaba entonces, antes de morir dejó preparado el camino para las Guerras Carlistas, y que tenía tan domeñado al pueblo que, a pesar de que le habían pillado colegueando con Napoleón, era el monarca deseado. Todo eso provocó un contexto sociocultural, que me resultaba muy importante para ver el comportamiento de mis personajes. Ellos adoptaron muchas veces sus decisiones obligados por la necesidad. No eran rebeldes sin causa que quisieran arrasar con todo, sino que llegó un momento que la propia vida acabó con la situación que estaban viviendo.

Los monjes desarrollaron una gran cultura farmacológica. Los preparados naturales de sus boticas alcanzaron niveles muy altos.
Esto es algo muy relevante, porque las boticas monacales no estaban sujetas a las mismas leyes que las civiles, obligadas a respetar incluso normativas europeas. Los monjes podían experimentar y la alquimia era la manera en la que los religiosos buscaban a Dios. Pretendían apoyar su existencia a través de la ciencia. Para documentarme sobre esto he utilizado farmacopeas de los siglos XVIII y XIX, francesas, españolas y de otros lugares.

En el funeral de uno de los personajes, el narrador dice que en Galicia se calla durante los velatorios, porque acaba de pasar la muerte. Es un silencio de respeto hacia la parca en lugar de un signo de dolor por la pérdida.
Bueno, hay muchas maneras de enfrentar el dolor. Tengo la sensación de que en Galicia somos de sentimiento contenido. El gallego lo ve más con sus actos que en sus palabras. Es verdad que tenemos un humor negro o azul oscuro, que nuestro carácter, un poco desconfiado, lo imprime también el clima, pero son tópicos que se rompen cuando un gallego te acoge. Al forastero que llega a una ciudad se le abren las puertas y se le trata del mismo modo en que se relacionan los marineros en el mar. Siempre se le ofrece una sonrisa.

‘El bosque de los cuatro vientos’ tiene banda sonora: temas de Luar na lubre, Carlos Núñez, Luz Casal... ¿Qué significa la música para María Oruña? ¿Y qué papel juega la música en la cultura gallega?
Son canciones que yo asocio mucho con el ambiente que hay aquí. Sirven para entender qué es Galicia. Sé que es muy difícil explicar Galicia en un libro, pero sí puedo ofrecer un soplo de lo que es y de lo que era. Y parte de eso está en esta música. ‘O son do ar’, el tema de Luar na lubre, hace referencia al sonido del aire cuando entra en los robles gallegos, colándose entre la vieja madera. Pretendía evocar eso y llamar al bosque y a la tierra que he conocido desde pequeña

¿Jon Bécquer ha nacido como protagonista de una nueva serie de novelas protagonizadas por él?

No ha nacido con vocación de serie. Esta es una novela auto conclusiva, pero he recibido muchos mensajes de lectores que me preguntan por sus nuevas aventuras y sus nuevos misterios. Muchos periodistas también me preguntan sobre eso. Realmente, lo he meditado y sería posible hacer una continuación. Repito que no lo concebí para esto, pero le estoy dando vueltas y no lo descarto.

Terminamos por hoy con una pregunta inevitable: ¿qué futuros proyectos literarios alberga ya tu mente?

Este mismo año saldrá un nuevo título de la saga de ‘Puerto Escondido’. Aprovecho para decir que es una saga, no una trilogía como cree mucha gente. Actualmente, además, estoy escribiendo otra historia completamente distinta de todo lo anterior. 

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