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Durante el resto del año, cuando se apodera de alguien, la Rueda de la Vida lanza su alma de nuevo al mundo, futuro o pasado, para su reencarnación…

Mathias Enard: «Seguramente, el oficio de sepulturero es el más antiguo del mundo»

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Para trabajar en su tesis doctoral sobre la vida en el campo hoy día, el etnógrafo David Mazón ha dejado París y se ha instalado durante un año en un remoto pueblo, rodeado de marismas, en la costa oeste de Francia. Mientras supera las incomodidades del mundo rural, David establece contacto con los pintorescos lugareños que frecuentan el café-colmado para entrevistarles. Los encabeza Martial, el alcalde-enterrador, y el anfitrión del tradicional banquete de los miembros de la Cofradía de los Sepultureros. En este festín pantagruélico, la Muerte les ofrece, curiosamente, tres días de tregua. Durante el resto del año, cuando se apodera de alguien, la Rueda de la Vida lanza su alma de nuevo al mundo, futuro o pasado, para su reencarnación… Y hasta ahí puedo contar. Este es el punto de partida de ‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’, la nueva novela que Mathias Enard (Niort, Francia, 1972) termina de publicar en Literatura Random House. Son las diez de la mañana del primer viernes de noviembre. El portátil está encendido. Hay silencio en la casa. La pandemia gobierna Barcelona, València, Sevilla, Asturias, León, Albacete, Salamanca... Impone sus propias reglas para vernos, comunicarnos y hacer entrevistas. La llamada telefónica de mi móvil encuentra pronta respuesta. Apenas dos zumbidos, tal vez tres, y Enard contesta al otro lado de la línea, en Barcelona, donde reside. Brilla el piloto rojo. La grabadora ya está en marcha. La conversación se inicia. El silencio de la casa se quiebra. Recordamos la última vez que nos encontramos, face to face, en la cafetería del Hotel Astoria de València. Brevemente. Lo demás surge espontáneo, despacio, consecuentemente. Sólo son palabras.

Mathias, ¿cómo se cruza esta historia en tu trayectoria literaria?

Este libro lo llevaba en la cabeza desde hace unos diez años. Siempre quise volver a mi región natal a través de la literatura y no sabía muy bien cómo hacerlo. De repente, concebí la idea de que tenía que regresar como si fuese un forastero, alguien que no conocía la región, y me imaginé que era un etnólogo joven, que llegaba para escribir su tesis doctoral. Fue de este modo como pude adentrarme en la historia.

De algún modo, la lectura de ‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’ me ha recordado al ‘Decamerón’ de Boccaccio o a ‘Los Cuentos de Canterbury’ de Geoffrey Chaucer.

Digamos que mi libro consta de varias partes y que se inicia con el diario del etnólogo, escrito en primera persona, al que sigue una parte central con narrador omnisciente, donde se encuentra el banquete de los sepultureros. Entre todas ellas hay unos interludios, que son canciones populares francesas adaptadas a cuentos cortos. Es una estructura múltiple, con muchas formas de narrar que pueden recordar, cómo no, libros con contenidos fraccionados como el de Geoffrey Chaucer. Pero realmente, la literatura medieval está representada en el texto a través de Rabelais, que es un poco mi modelo en esta historia. .

David Mazon, el etnólogo, es quien escribe el diario que citas, ¿por qué escogiste esta forma literaria para iniciar la narración?
Bueno, el diario es muy asequible, porque cuenta cosas muy terrenales, como el día a día, y permite al lector entrar con facilidad en el libro. Obviamente, resulta sencillo de seguir y le imprimes a la narración un pequeño decalaje, que permite el humor, ya que el lector se da cuenta de que Mazon no es un tipo muy brillante y de que tiene muchas limitaciones. Eso le convierte en un tipo más simpático.

Para Mazon escribir un diario es «un poco como hablar con alguien», ¿realmente es eso o es un diálogo que él establece consigo mismo para combatir su soledad?

El diario de campo es algo que los etnólogos y antropólogos utilizan mucho y él lo necesita. Es como tener un espejo delante de ti, donde te reflejas y al que puedes regresar más tarde para tener una especie de huella de ti mismo en el tiempo. A Mazon le divierte escribirlo, porque tiene la sensación de que está hablando con alguien, ya que al principio se siente muy solo en el pueblo.


Como investigador, Mazon no parece muy consistente. El Tetris, los aperitivos, los chats porno con su novia y la propia vida rural le desbordan.


Sí, su propio terreno se lo va comiendo, claro, porque el pobre se aburre bastante. También es cierto que, como etnólogo, deja bastante que desear.


Además de David, Thomas, el tabernero, Martial, el alcalde-sepulturero, Lucie, Mathilde, Gary, Arnaud, llamado Nono o el Tonto, son tipos consistentes, ¿estamos ante eso que llamamos una novela de personaje?
Todas las novelas son de personaje, pero es verdad que este libro discurre entre varios tipos que viven en el pueblo. Al final, el pueblo no son solo las casas que lo forman, sino también las vidas humanas que lo habitan. Y desde luego, retratar un lugar pasa por los personajes.

‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’ tiene mucho humor, ¿qué significa el humor para Mathias Enard?
Es algo muy importante, porque la vida ya es bastante triste como para que no nos riamos un poco.

El humor es una forma de enfrentarse a temas serios y profundos. De hecho, Rabelais, de quien hablaba antes, lo utiliza a través de personajes grotescos y usa la burla para alcanzar contenidos más filosóficos y complejos. El humor es clave no solo en mi vida personal, sino también en la literatura.

La narración se desarrolla en un pueblo de la zona oeste de Francia. ¿Existe una gran diferencia entre los habitantes de la Francia urbana y los del campo? ¿Ser habitante rural significa ser un ciudadano de segunda división?
Siempre hay diferencias entre campo y ciudad, pero es verdad que, aunque estamos en los tiempos de internet, no se oye tanto la voz de la gente que vive en los pueblos como la de los habitantes de una ciudad. Este es un problema no solo francés sino de toda Europa. La gente de zonas rurales no tiene tanto peso como la que vive en ciudades, que interviene más directamente en la vida política. Pero también es cierto que internet está cambiando todo esto y que mucha gente de ciudad huye al campo, especialmente ahora, en estos momentos de pandemia. Estar en una ciudad con los bares y establecimientos cerrados a las diez de la noche es como vivir en un pueblo, pero sin las ventajas de residir en las proximidades de la naturaleza y sin la posibilidad de disfrutar de ella.

Antes, en los pueblos, los hijos heredaban el oficio del padre. ¿Hasta cuándo crees que seguirá esta tradición?
Desde los años setenta eso ha cambiado mucho. Ahora no se hereda el oficio del padre, porque existe la posibilidad de estudiar y eso ha alterado las normas de vida en el oeste de Francia. Muchos agricultores, que se van a jubilar ahora, pertenecen a la generación del baby boom y no saben muy bien qué hacer con sus tierras y granjas, porque sus hijos se dedican a otras cosas o viven en ciudades. Todas estas circunstancias han dificultado enormemente el relevo generacional en el campo.

No podían faltar en la novela los juegos de cartas, un elemento interrelacional muy importante en la sociedad campestre.

En realidad, la vida en los pueblos se da en el bar y los juegos de cartas eran muy importantes, ya que constituían el entretenimiento que había antes de la aparición de la informática. Los juegos de toda la vida ahora se practican on line y de múltiples formas. Antes solo en el bar. De pequeño, recuerdo que en mi pueblo había partidas y, durante los fines de semana, se organizaban concursos.

Todo esto ha cambiado, aunque de vez en cuando se juega alguna partida en la vida real.

En esta ficción, cada año la Parca otorga una tregua a los sepultureros: durante tres días no hay muertes y ellos aprovechan para darse un festín. Resulta complicado pensar que la patrona y la jefa de tu trabajo es la Muerte, ¿no le parece?
Bueno, es su oficio. De hecho, seguramente es el oficio más antiguo del mundo. Cuidar de los muertos siempre ha sido uno de los rasgos culturales del ser humano. La gente trabaja en tanatorios, en cementerios, en funerarias… Pero la sociedad esconde un poco todo lo que tiene que ver con la Muerte. Sin embargo, está ahí, claro, y evidentemente se trata de un oficio triste y por eso los sepultureros de la cofradía celebran un gran banquete para olvidarse un poco de todo ello.

Mientras lees, percibes que, además de escribir, te dedicas también a la gastronomía. Durante el banquete de la Cofradía de Sepultureros, el lector se asoma a una ingente cantidad de exquisitos caldos y platos.
Sí, como escritor otro reto era ver cómo podía describir estos manjares, vinos y quesos para conseguir que al lector le apetecieran todos estos platos. Es algo muy interesante, porque al final solo son palabras y esas palabras has de transformarlas en exquisitos platos, lo que no resulta nada fácil.


Desde luego es muy difícil leer esas páginas sin salivar en algún momento.
Eso espero [risas].

Noventa y nueve sepultureros, noventa y nueve tipos de queso y noventa y nueve formas distintas de nombrar la Muerte sin decir su nombre, le tenemos mucho miedo a la Muerte.
Sí, no se puede pronunciar su nombre real, es inefable, sería como materializar la Muerte en este mundo cuando realmente no sabemos nada de ella con absoluta seguridad. Es algo que no se puede nombrar, porque se nos escapa totalmente. El último nombre de la Muerte, no aparece en el libro.

Solo se usan apodos y expresiones para citarla.


Por cierto, entre los sepultureros no hay mujeres, ¿la vida del campo es machista?
No, no tiene nada que ver, pero la vida en general sigue siendo machista y no solo en el campo. Por desgracia es así. Hay progresos, lentos, hacia la igualdad, pero es cierto que seguimos viviendo en un mundo muy machista, incluso en Europa.

Una curiosidad, ¿quién entierra a un sepulturero cuando fallece?
Pues el que viene después [risas].

La reencarnación es otro de los temas que tratas en ‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’. Muchos personajes son reencarnaciones de otros seres, ¿conoces cuál será tu próxima reencarnación o, al menos, cuál fue la anterior?
No, ahí está la gracia de la reencarnación. Vas de vida en vida sin saber en qué te reencarnarás. Te esfuerzas en adquirir méritos para obtener una buena reencarnación futura y escaparte un día de este mundo de dolor, de miedo y de sufrimiento, pero eso lo ignoras, porque forma parte de las incógnitas de la vida. Tampoco sé de dónde procedo. Todos sabemos que nos hemos encarnado millones de veces y que nuestros destinos están vinculados entre sí, pero no podemos ver más allá de la ilusión del mundo que percibimos. Es un misterio

Acabamos por hoy: ¿trabajas ya en algún nuevo proyecto literario?
Sí y no es una novela. Estoy escribiendo un ensayo sobre el plurilingüismo en la literatura.

Mathias Enard: «Seguramente, el oficio de sepulturero es el más antiguo del mundo»

Durante el resto del año, cuando se apodera de alguien, la Rueda de la Vida lanza su alma de nuevo al mundo, futuro o pasado, para su reencarnación…
Herme Cerezo
lunes, 9 de noviembre de 2020, 10:01 h (CET)

Para trabajar en su tesis doctoral sobre la vida en el campo hoy día, el etnógrafo David Mazón ha dejado París y se ha instalado durante un año en un remoto pueblo, rodeado de marismas, en la costa oeste de Francia. Mientras supera las incomodidades del mundo rural, David establece contacto con los pintorescos lugareños que frecuentan el café-colmado para entrevistarles. Los encabeza Martial, el alcalde-enterrador, y el anfitrión del tradicional banquete de los miembros de la Cofradía de los Sepultureros. En este festín pantagruélico, la Muerte les ofrece, curiosamente, tres días de tregua. Durante el resto del año, cuando se apodera de alguien, la Rueda de la Vida lanza su alma de nuevo al mundo, futuro o pasado, para su reencarnación… Y hasta ahí puedo contar. Este es el punto de partida de ‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’, la nueva novela que Mathias Enard (Niort, Francia, 1972) termina de publicar en Literatura Random House. Son las diez de la mañana del primer viernes de noviembre. El portátil está encendido. Hay silencio en la casa. La pandemia gobierna Barcelona, València, Sevilla, Asturias, León, Albacete, Salamanca... Impone sus propias reglas para vernos, comunicarnos y hacer entrevistas. La llamada telefónica de mi móvil encuentra pronta respuesta. Apenas dos zumbidos, tal vez tres, y Enard contesta al otro lado de la línea, en Barcelona, donde reside. Brilla el piloto rojo. La grabadora ya está en marcha. La conversación se inicia. El silencio de la casa se quiebra. Recordamos la última vez que nos encontramos, face to face, en la cafetería del Hotel Astoria de València. Brevemente. Lo demás surge espontáneo, despacio, consecuentemente. Sólo son palabras.

Mathias, ¿cómo se cruza esta historia en tu trayectoria literaria?

Este libro lo llevaba en la cabeza desde hace unos diez años. Siempre quise volver a mi región natal a través de la literatura y no sabía muy bien cómo hacerlo. De repente, concebí la idea de que tenía que regresar como si fuese un forastero, alguien que no conocía la región, y me imaginé que era un etnólogo joven, que llegaba para escribir su tesis doctoral. Fue de este modo como pude adentrarme en la historia.

De algún modo, la lectura de ‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’ me ha recordado al ‘Decamerón’ de Boccaccio o a ‘Los Cuentos de Canterbury’ de Geoffrey Chaucer.

Digamos que mi libro consta de varias partes y que se inicia con el diario del etnólogo, escrito en primera persona, al que sigue una parte central con narrador omnisciente, donde se encuentra el banquete de los sepultureros. Entre todas ellas hay unos interludios, que son canciones populares francesas adaptadas a cuentos cortos. Es una estructura múltiple, con muchas formas de narrar que pueden recordar, cómo no, libros con contenidos fraccionados como el de Geoffrey Chaucer. Pero realmente, la literatura medieval está representada en el texto a través de Rabelais, que es un poco mi modelo en esta historia. .

David Mazon, el etnólogo, es quien escribe el diario que citas, ¿por qué escogiste esta forma literaria para iniciar la narración?
Bueno, el diario es muy asequible, porque cuenta cosas muy terrenales, como el día a día, y permite al lector entrar con facilidad en el libro. Obviamente, resulta sencillo de seguir y le imprimes a la narración un pequeño decalaje, que permite el humor, ya que el lector se da cuenta de que Mazon no es un tipo muy brillante y de que tiene muchas limitaciones. Eso le convierte en un tipo más simpático.

Para Mazon escribir un diario es «un poco como hablar con alguien», ¿realmente es eso o es un diálogo que él establece consigo mismo para combatir su soledad?

El diario de campo es algo que los etnólogos y antropólogos utilizan mucho y él lo necesita. Es como tener un espejo delante de ti, donde te reflejas y al que puedes regresar más tarde para tener una especie de huella de ti mismo en el tiempo. A Mazon le divierte escribirlo, porque tiene la sensación de que está hablando con alguien, ya que al principio se siente muy solo en el pueblo.


Como investigador, Mazon no parece muy consistente. El Tetris, los aperitivos, los chats porno con su novia y la propia vida rural le desbordan.


Sí, su propio terreno se lo va comiendo, claro, porque el pobre se aburre bastante. También es cierto que, como etnólogo, deja bastante que desear.


Además de David, Thomas, el tabernero, Martial, el alcalde-sepulturero, Lucie, Mathilde, Gary, Arnaud, llamado Nono o el Tonto, son tipos consistentes, ¿estamos ante eso que llamamos una novela de personaje?
Todas las novelas son de personaje, pero es verdad que este libro discurre entre varios tipos que viven en el pueblo. Al final, el pueblo no son solo las casas que lo forman, sino también las vidas humanas que lo habitan. Y desde luego, retratar un lugar pasa por los personajes.

‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’ tiene mucho humor, ¿qué significa el humor para Mathias Enard?
Es algo muy importante, porque la vida ya es bastante triste como para que no nos riamos un poco.

El humor es una forma de enfrentarse a temas serios y profundos. De hecho, Rabelais, de quien hablaba antes, lo utiliza a través de personajes grotescos y usa la burla para alcanzar contenidos más filosóficos y complejos. El humor es clave no solo en mi vida personal, sino también en la literatura.

La narración se desarrolla en un pueblo de la zona oeste de Francia. ¿Existe una gran diferencia entre los habitantes de la Francia urbana y los del campo? ¿Ser habitante rural significa ser un ciudadano de segunda división?
Siempre hay diferencias entre campo y ciudad, pero es verdad que, aunque estamos en los tiempos de internet, no se oye tanto la voz de la gente que vive en los pueblos como la de los habitantes de una ciudad. Este es un problema no solo francés sino de toda Europa. La gente de zonas rurales no tiene tanto peso como la que vive en ciudades, que interviene más directamente en la vida política. Pero también es cierto que internet está cambiando todo esto y que mucha gente de ciudad huye al campo, especialmente ahora, en estos momentos de pandemia. Estar en una ciudad con los bares y establecimientos cerrados a las diez de la noche es como vivir en un pueblo, pero sin las ventajas de residir en las proximidades de la naturaleza y sin la posibilidad de disfrutar de ella.

Antes, en los pueblos, los hijos heredaban el oficio del padre. ¿Hasta cuándo crees que seguirá esta tradición?
Desde los años setenta eso ha cambiado mucho. Ahora no se hereda el oficio del padre, porque existe la posibilidad de estudiar y eso ha alterado las normas de vida en el oeste de Francia. Muchos agricultores, que se van a jubilar ahora, pertenecen a la generación del baby boom y no saben muy bien qué hacer con sus tierras y granjas, porque sus hijos se dedican a otras cosas o viven en ciudades. Todas estas circunstancias han dificultado enormemente el relevo generacional en el campo.

No podían faltar en la novela los juegos de cartas, un elemento interrelacional muy importante en la sociedad campestre.

En realidad, la vida en los pueblos se da en el bar y los juegos de cartas eran muy importantes, ya que constituían el entretenimiento que había antes de la aparición de la informática. Los juegos de toda la vida ahora se practican on line y de múltiples formas. Antes solo en el bar. De pequeño, recuerdo que en mi pueblo había partidas y, durante los fines de semana, se organizaban concursos.

Todo esto ha cambiado, aunque de vez en cuando se juega alguna partida en la vida real.

En esta ficción, cada año la Parca otorga una tregua a los sepultureros: durante tres días no hay muertes y ellos aprovechan para darse un festín. Resulta complicado pensar que la patrona y la jefa de tu trabajo es la Muerte, ¿no le parece?
Bueno, es su oficio. De hecho, seguramente es el oficio más antiguo del mundo. Cuidar de los muertos siempre ha sido uno de los rasgos culturales del ser humano. La gente trabaja en tanatorios, en cementerios, en funerarias… Pero la sociedad esconde un poco todo lo que tiene que ver con la Muerte. Sin embargo, está ahí, claro, y evidentemente se trata de un oficio triste y por eso los sepultureros de la cofradía celebran un gran banquete para olvidarse un poco de todo ello.

Mientras lees, percibes que, además de escribir, te dedicas también a la gastronomía. Durante el banquete de la Cofradía de Sepultureros, el lector se asoma a una ingente cantidad de exquisitos caldos y platos.
Sí, como escritor otro reto era ver cómo podía describir estos manjares, vinos y quesos para conseguir que al lector le apetecieran todos estos platos. Es algo muy interesante, porque al final solo son palabras y esas palabras has de transformarlas en exquisitos platos, lo que no resulta nada fácil.


Desde luego es muy difícil leer esas páginas sin salivar en algún momento.
Eso espero [risas].

Noventa y nueve sepultureros, noventa y nueve tipos de queso y noventa y nueve formas distintas de nombrar la Muerte sin decir su nombre, le tenemos mucho miedo a la Muerte.
Sí, no se puede pronunciar su nombre real, es inefable, sería como materializar la Muerte en este mundo cuando realmente no sabemos nada de ella con absoluta seguridad. Es algo que no se puede nombrar, porque se nos escapa totalmente. El último nombre de la Muerte, no aparece en el libro.

Solo se usan apodos y expresiones para citarla.


Por cierto, entre los sepultureros no hay mujeres, ¿la vida del campo es machista?
No, no tiene nada que ver, pero la vida en general sigue siendo machista y no solo en el campo. Por desgracia es así. Hay progresos, lentos, hacia la igualdad, pero es cierto que seguimos viviendo en un mundo muy machista, incluso en Europa.

Una curiosidad, ¿quién entierra a un sepulturero cuando fallece?
Pues el que viene después [risas].

La reencarnación es otro de los temas que tratas en ‘El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros’. Muchos personajes son reencarnaciones de otros seres, ¿conoces cuál será tu próxima reencarnación o, al menos, cuál fue la anterior?
No, ahí está la gracia de la reencarnación. Vas de vida en vida sin saber en qué te reencarnarás. Te esfuerzas en adquirir méritos para obtener una buena reencarnación futura y escaparte un día de este mundo de dolor, de miedo y de sufrimiento, pero eso lo ignoras, porque forma parte de las incógnitas de la vida. Tampoco sé de dónde procedo. Todos sabemos que nos hemos encarnado millones de veces y que nuestros destinos están vinculados entre sí, pero no podemos ver más allá de la ilusión del mundo que percibimos. Es un misterio

Acabamos por hoy: ¿trabajas ya en algún nuevo proyecto literario?
Sí y no es una novela. Estoy escribiendo un ensayo sobre el plurilingüismo en la literatura.

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