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Ir al mercado

Nuestras mayores ataduras se encuentran en nuestra propia mente
José Carlos García Fajardo
miércoles, 9 de abril de 2014, 07:23 h (CET)
En una caravana que atravesaba el Sahara, al llegar la amanecida, buscaban un lugar abrigado por las dunas y descargaban las cabalgaduras. Ponían las mercaderías en círculo y maniataban a los camellos atándolos a sendas estacas para que no escapasen en estampida ante los vientos del desierto. Después, las gentes de la expedición comían algo y se tumbaban dentro del círculo para intentar descansar y moverse lo menos posible mientras pasaba el día.

Un día llegó un camellero corriendo adonde estaba el jefe de la caravana: “¡Sidi, Sidi! Ha ocurrido una desgracia. Se ha perdido la estaca a la que ataba mi camello y no quiere agacharse para poder atarlo y descargarlo”. “¿Entonces?” “Que no podré descargarlo, se agotará y se volverá loco bajo el sol y se echará a correr!” “Escucha: agarra con tu mano derecha el martillo y adelanta la izquierda con firmeza como si llevaras una estaca. Al ver el martillo, el camello se agachará y podrás descargarlo y maniatarlo con firmeza a esa estaca”.

En el desierto nunca se discute una orden porque va en ello la vida. Así, se fue muy decidido ante el camello e hizo lo que el jefe le había dicho. Ante su asombro, el camello alzó la cabeza y se arrodilló como de costumbre. Su camellero lo descargó y lo maniató como le habían dicho. Al atardecer, y cuando ya toda la caravana se aprestaba para ponerse en camino, el camellero llegó corriendo ante su jefe. ‘“¡Qué desgracia!” “¿Y ahora que te ocurre?” “¡Que el camello no quiere levantarse a pesar de estar ya cargado y con toda la caravana lista para la marcha!” “Pero ¿tú los has desatado?” “¡Sidi, si la estaca se había perdido!” “Ahmed, Ahmed, ¿y qué sabe el camello?” El criado regresó y se puso ante el camello con el martillo en su mano derecha, se agachó y comenzó a golpear el suelo como si se tratase de una estaca. Miró con fiereza al camello y este se levantó, se alivió mientras le ajustaban las cinchas, y se puso en la retahíla, junto a los demás camellos de la caravana.

Así sucede con nosotros. Nos figuramos atados a estacas que no existen más que en nuestras mentes porque un día aprendimos una habilidad o un gesto adecuado a una circunstancia y nos colocamos dentro de un sistema.

Tendríamos que revisar todo cuanto hacemos desde que nos levantamos hasta que nos levantamos de nuevo, porque hasta en el descanso y durante los sueños nos producimos como si estuviéramos amarrados a normas que no existen más que en nuestra imaginación cosificadas por la costumbre.

Es preciso recuperar nuestra libertad mediante la toma de conciencia de nuestros actos más sencillos. No porque tengan importancia en sí mismos sino porque forman parte de condicionamientos encadenados que nos impiden distinguir lo urgente de lo importante y lo fundamental de lo accesorio. Y así nos va.

Despertarnos y maravillarnos de estar vivos. Respirar hondo como si fuera la primera respiración de nuestra vida, y lo es de la vida que nos resta porque sólo es lo que no es todavía. Como le dijo con ternura el poeta inglés John Milton a un discípulo de Galileo Galilei cuando se encontraba como huésped en la casa de éste en Florencia.

“Maestro, ¿cuántos años tenéis?” “Tener, tener, unos siete u ocho, joven amigo” le respondió “porque no creerás que tengo los que ya he vivido”.

Preparase para ir al mercado como si fuese lo único que tuviéramos que hacer en ese día y en el resto de nuestras vidas. Porque si hoy y ahora no vamos a hacer la compra en ese mercado, esa compra quedará sin hacer para siempre. Podremos efectuar otras compras, en otros días pero esa y ese gesto quedarán sin hacer porque tú ya nunca serás el mismo ni las cosas serán las mismas, ni las gentes con las que te encuentres serán idénticas, a pesar de las apariencias o de que no te importe esta pequeña anécdota. No es el hecho en sí lo que importa, ¿qué más da comprar que no comprar, hacerlo hoy u otro día?, sino que afecta a la actitud fundamental que informa tu conducta.

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