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'Serpientes en el avión': caspa de altos vuelos

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
martes, 19 de diciembre de 2006, 22:22 h (CET)
Todas las películas nacen de una idea más o menos original, pero muy pocas logran sintetizarla en su título de una manera tan precisa y al mismo tiempo rotunda como Serpientes en el Avión. Y es que el film de David R. Ellis, autor de la estimable Destino Final 2 y de la flojísima Cellular, se limita a darnos lo que su título anuncia: muchas serpientes en un avión, algo ya de por sí meritorio en una época como esta especialmente obcecada en engatusar al espectador ya sea mediante títulos equívocos (en Corrupción en Miami no hay ni rastro de Corrupción en Miami, la serie) o bien mediante trailers que poco tienen que ver con las películas de las que proceden (las promociones de La Joven del Agua o El Bosque como monster-movies al uso).

Al margen de las interpretaciones de carácter metafórico que uno pueda extraer del argumento en su relación con la situación política mundial (esas cosas no sólo existen en las obras de autor. Se lo prometo), Serpientes en el Avión obtiene su legitimidad como film a través de la celebración lúdico-festiva del espíritu de la serie B, por momentos Z, sólo que protegida por un presupuesto de primera división con estrella de primer orden incluido (Samuel L. Jackson, cuya personalidad macarroide impregna la pantalla más allá de las fronteras de su personaje). En la película hay serpientes y hay aviones, pero además hay diálogos absurdos, situaciones humorísticas despreocupadamente zafias, exageraciones narrativas deliberadas, sustos fáciles, cuerpos joviales de buen ver, tacos, gore y efectos especiales tanto clásicos como digitales. Vamos, todo lo que hace saltar la sonrisa cómplice de los espectadores aficionados a este tipo de producciones.

La diferencia entre Serpientes en el Avión y otras películas semejantes radica en que su público potencial ha participado activamente desde internet en el diseño y reformulación de lances argumentales, diálogos (La célebre frase: “¡Quiero esas putas serpientes fuera de mi puto avión!”), textos de promoción e incluso merchandising, estableciendo de este modo un punto de inflexión no sólo en los postulados clásicos del marketing cinematográfico, sino también en los propios modos de producción hasta ahora vigentes. Por primera vez desde los experimentos psicotrónicos de William Castle, el público ejerce una influencia sobre el producto final no limitada a los test screenings. El triunfo de la democracia en estado puro. Porque Serpientes en el Avión es al cine lo que la democracia a la política, con sus virtudes (a veces el criterio de la mayoría es el más acertado), y sus defectos (a veces no). De ahí que el film de David R. Ellis se resienta de cierta falta de homogeneidad y sea capaz de pasar, en cuestión de segundos, de la autoconsciencia desvergonzada a tomarse demasiado en serio a sí mismo. Por no mencionar que algunos de los gags seleccionados resultan cuestionables incluso dentro de los márgenes de la caspa, que hasta en la seborrea hay categorías.

En cualquier caso, la jugada no les ha salido a los productores tan redonda como se imaginaban, ya que los resultados de taquilla de la película en USA, aunque notables, se han quedado por debajo de las previsiones iniciales. Es lo que tiene orientar un producto desde y hacia el público “freak”, que prefieren descargarse la película en el E-Mule o alquilársela en DVD para luego tostarla, inconscientes ellos de que con estas prácticas han frustrado el pelotazo cinematográfico de la temporada y, con ello, la posibilidad más que real de un apogeo mainstream de lo bizarro, su sueño. El género humano y sus continúas contradicciones…

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