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Cine y pintura se concitan en esta obra excepcional

El molino, la cruz y la belleza

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La Filmoteca Regional de Murcia ha vuelto a proyectar "El molino y la cruz" (Lech Majewski, 2011). Por fin he tenido ocasión de admirar una película de la que sólo había oído y leído maravillas. Cierto es que cuando se tienen tantas expectativas acerca de algo es fácil salir defraudado. Sin embargo, en este caso se han visto sobradamente colmadas.

Se trata de una película fuera de lo común. Un grandioso homenaje a la pintura. Una obra de arte con mayúsculas. El fascinante cuadro de Brueghel "Camino al calvario" (1564) es su absoluto protagonista. El cineasta nos sumerge literalmente en la pintura. Nos hace conocer con una cercanía privilegiada a los numerosos personajes que pueblan la tabla del maestro flamenco. El espectáculo visual es memorable. Y todo ello sin recurrir en momento alguno a la pirotecnia y el efectismo que otros precisan para sorprender al espectador. Tan sólo unos impactantes picados y contrapicados -siempre justificados por la naturaleza de lo que en ellos se muestra- rompen la deliciosa mesura de una filmación que rebosa belleza en cada imagen.

Pero no sólo en la forma estamos ante una obra digna de las mayores alabanzas, sino también en su contenido. La anacronía de ubicar el pasaje evangélico en el espacio y el tiempo del autor -Flandes a mediados del XVI- es un acierto del cuadro que se traslada con inteligencia narrativa a la película. Porque denunciar la macabra paradoja histórica que supone ver a los soldados del católico imperio español torturando hasta la agonía a los protestantes flamencos resulta tan atrevido como elocuente. Y dicha contradicción llega al paroxismo cuando es el propio Cristo el martirizado por unos soldados que ya no salvaguardan los intereses de Augusto sino los de Felipe II, siempre bajo la atenta mirada y el infame consentimiento de los miembros del clero.

El resultado es una obra imponente, que invita tanto a la profunda reflexión como al goce estético. La fabulosa tabla de Brueghel, parte de la espléndida colección del autor que cuelga de las paredes del Kunsthistorisches Museum de Viena, recala en la gran pantalla de la mano de un cineasta que demuestra en cada plano ser un artista. Y es que jamás el cine había estado tan dentro de la pintura, como tampoco la pintura había estado nunca tan dentro del cine.

El molino, la cruz y la belleza

Cine y pintura se concitan en esta obra excepcional
Carlos Salas González
jueves, 30 de enero de 2014, 07:18 h (CET)

30ene14molino
La Filmoteca Regional de Murcia ha vuelto a proyectar "El molino y la cruz" (Lech Majewski, 2011). Por fin he tenido ocasión de admirar una película de la que sólo había oído y leído maravillas. Cierto es que cuando se tienen tantas expectativas acerca de algo es fácil salir defraudado. Sin embargo, en este caso se han visto sobradamente colmadas.

Se trata de una película fuera de lo común. Un grandioso homenaje a la pintura. Una obra de arte con mayúsculas. El fascinante cuadro de Brueghel "Camino al calvario" (1564) es su absoluto protagonista. El cineasta nos sumerge literalmente en la pintura. Nos hace conocer con una cercanía privilegiada a los numerosos personajes que pueblan la tabla del maestro flamenco. El espectáculo visual es memorable. Y todo ello sin recurrir en momento alguno a la pirotecnia y el efectismo que otros precisan para sorprender al espectador. Tan sólo unos impactantes picados y contrapicados -siempre justificados por la naturaleza de lo que en ellos se muestra- rompen la deliciosa mesura de una filmación que rebosa belleza en cada imagen.

Pero no sólo en la forma estamos ante una obra digna de las mayores alabanzas, sino también en su contenido. La anacronía de ubicar el pasaje evangélico en el espacio y el tiempo del autor -Flandes a mediados del XVI- es un acierto del cuadro que se traslada con inteligencia narrativa a la película. Porque denunciar la macabra paradoja histórica que supone ver a los soldados del católico imperio español torturando hasta la agonía a los protestantes flamencos resulta tan atrevido como elocuente. Y dicha contradicción llega al paroxismo cuando es el propio Cristo el martirizado por unos soldados que ya no salvaguardan los intereses de Augusto sino los de Felipe II, siempre bajo la atenta mirada y el infame consentimiento de los miembros del clero.

El resultado es una obra imponente, que invita tanto a la profunda reflexión como al goce estético. La fabulosa tabla de Brueghel, parte de la espléndida colección del autor que cuelga de las paredes del Kunsthistorisches Museum de Viena, recala en la gran pantalla de la mano de un cineasta que demuestra en cada plano ser un artista. Y es que jamás el cine había estado tan dentro de la pintura, como tampoco la pintura había estado nunca tan dentro del cine.

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